De nombre y número

El segundo versículo de Bemidbar nos dice:

«שְׂא֗וּ אֶת־רֹאשׁ֙ כׇּל־עֲדַ֣ת בְּנֵֽי־יִשְׂרָאֵ֔ל לְמִשְׁפְּחֹתָ֖ם לְבֵ֣ית אֲבֹתָ֑ם בְּמִסְפַּ֣ר שֵׁמ֔וֹת כׇּל־זָכָ֖ר לְגֻלְגְּלֹתָֽם:
‘Haced un censo de toda la congregación de los Hijos de Israel, según sus clanes y sus casas paternas, de acuerdo con el número de los nombres de todos los varones, uno por uno.»
(Bemidbar/Números 1:2)

Es un censo que debía realizarse a los hijos de Israel, entre aquellos que habían sido esclavos y ahora estaban libres gracias a la acción del Eterno.
En Egipto no existía el individuo, solamente la masa.
Uno era parte de una maquinaria, siempre engranaje, nunca hombre.
Solamente el rey y los suyos eran “personas”, gente con nombre.
El resto, tanto hebreos como de otras naciones, eran número.
Es obvio que entre ellos usaban sus nombres, se conocían gracias a ellos, pero no existían “derechos humanos” ni posibilidad siquiera de que alguien los imaginara. Porque el hombre (varón, mujer, niño) no tenía mayor existencia que como una parte de un todo.

Con esto en mente, podemos encontrar un nuevo entendimiento a la primera objeción de Moshé para presentarse a faraón:

«Entonces Moshé [Moisés] dijo a Elohim: –¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los Hijos de Israel?»
(Shemot/Éxodo 3:11)

Traducimos: ya no soy de la nobleza, ahora soy un paria, no tengo existencia, ni me asisten derechos.
Soy un grano de arena perdido en la inmensidad del desierto.
No tengo escalafón, ni me protege un rango.
Mi abolengo desapareció, así como mi nombre.
Soy como un esclavo, soy extranjero, no valgo para la mente de Egipto.

Y también podemos comprender mejor la segunda objeción:

«Moshé [Moisés] dijo a Elohim: –Supongamos que yo voy a los Hijos de Israel y les digo: ‘El Elohim de vuestros padres me ha enviado a vosotros.’ Si ellos me preguntan: ‘¿Cuál es su nombre?’, ¿qué les responderé?»
(Shemot/Éxodo 3:13)

El interés por conocer “el nombre” de la divinidad que lo envía, no es casual.
Indica muchas cosas, algunas que ya hemos explicado en otras oportunidades.
Pero en este marco que estamos presentando ahora, nos manifiesta que hasta las divinidades deben poseer un nombre, ser identificables, merecer crédito porque si no es así, es imposible que sean admitidas en la estructura mental de los egipcios.
Los dioses con nombre, gobiernan y son amos/socios del rey de Egipto.
Los dioses sin nombre, son de la masa, otros eslabones de las cadenas que sirven a la monarquía faraónica y no tienen otro poder.

Puede parecernos extraño a nuestro pensamiento, pero así funcionaba el sistema, y rendía sus buenos frutos a los gobernantes y sus protegidos.
Bajo este régimen fueron adoctrinados los israelitas, en la nulidad del ser, en el anonimato del individuo, en la carencia de valor personal.
Es por ello que el “paraíso” egipcio estaba reservado solamente para los de alta alcurnia, los cercanos a la realeza o al sacerdocio.
Para el resto, la noche eterna, tal como lo era la vida en este mundo también.
Por sobre esto debían elevarse los israelitas y transformarse.
Aprender a valorar al individuo así como también al colectivo.
Cada uno de acuerdo a su función, atendiendo a sus necesidades.

De las muchas instrucciones dadas por el Creador para encaminar la conciencia hebrea está el pedido con el que comenzamos este estudio.
El censo no solamente debía ser de una masa, formada por sujetos anónimos, con un resultado numérico.
Porque eso era Egipto.
Sino que el conteo además debía ser de acuerdo “al número de nombres”.
Esto significa, que se destacaba la individualidad de cada uno.
Ya no más un número tatuado, sino un nombre que representa la dignidad de la NESHAMÁ que viste.

Ser parte de un pueblo, nación, familia; no nos convierte en partículas sin sentido propio.
Por el contrario, nos da más fuerza y sentido, permitiendo que más cualidades personales sean manifestadas gracias a integrar un colectivo.
Además, el integrar ese colectivo es parte esencial de nuestro ser en este mundo.

Recordemos que somos multidimensionales: físico, emocional, social, mental y espiritual.
Todos y cada uno de estos componentes son fundamentales en nuestra vivencia terrenal.
Para ser conocidos, nutridos, valorados, equilibrados, coordinados, etc.

Aprovechemos la enseñanza para llevar más coordinación del Yo Vivido con respecto al Yo Esencial.
Que nuestra personalidad sea un reflejo mucho más preciso de nuestra NESHAMÁ.

Y quiera Dios que pronto más naciones tengan dicha, bienestar, armonía, libertad y todo lo bueno; tanto para las personas como para el colectivo.
Pensemos en la pobre gente hermana de Venezuela que sigue sufriendo a causa de los que buscan el número (rédito personal) a cosa de sacrificar el nombre.
O pensemos a la buena gente padeciendo a causa del imperialismo árabe-musulmán, y de sus aliados “progresistas”, que aqueja por todas partes.
Es hora de que realmente reine el respeto por los derechos del hombre, tanto para individuos como para grupos.

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Jonathan Ortiz

Estar en un pais donde le ponen un numero a la persona que quiere comprar comida, medicinas, gasolina, papel higienico, etc. ayuda a entender mejor la idea del texto.

Tambien existe la figura de comprar segun el dia y segun los dos ultimos numeros de la cedula de identidad.

Todo eso apunta a anular a la personas y convertirlos en un montón de algo.

Gracias Moré

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