Muchos habrán observado que los bebés suelen destruir cosas.
Pillan cualquier cosa que tengan a mano y la babean, muerden, escupen, apretujan, lanzan, lo que fuera que hagan que a nuestros ojos se ve como una “manía destructora”.
Por supuesto que es una etapa normal y necesaria, sumamente relevante para su aprendizaje.
Están conociendo su entorno y con él a sí mismos.
Usan los instrumentos que tienen a disposición para tal tarea, son como científicos indagando por los misterios del universo. Experimentan, recogen datos, los organizan, recrean el mundo que los contiene, van armando su propio mundo mental con todo esto.
Aprenden los tamaños, sabores, ruidos, fuerzas naturales, relaciones sociales, comunicación, lenguaje, gestualidad, aromas, dominar los objetos (que por supuesto no codifica como cosas separadas de sí mismo) y también manipular a esos otros objetos extraños que son los otros humanos… ¡qué no aprenden!
Es su manera de conocer y conocerse, de ir construyendo su persona en el mundo físico y social.
También es el rudimento de su demostración de poder, saliendo de la pesadilla terrible de la completa impotencia inicial (del nacimiento) y la posterior etapa de impotencia persistente de los primeros tiempos de vida fuera del útero.
Es lo natural y saludable, sin embargo, hay un pequeño aspecto que no debemos olvidar.
El hábito es una segunda naturaleza que actúa de manera automática, inconsciente, reactiva.
Tiene muchos aspectos similares al instinto, pero se diferencia en que es adquirida, porque la incorporamos a través de la repetición de conductas.
En el caso que estamos tratando, imagina que durante semanas el pequeño está repitiendo su conducta destructiva, que no es agresiva, no es maliciosa, pero no le quita la destructividad.
A través de romper aprende.
Con la destrucción manifiesta su poder y se sobrepone al sentimiento abrumador de la impotencia.
Entonces, me pregunto: ¿qué hábito está generando en su interior y cómo repercutirá postreramente?
¿Acaso estará presente a la hora de destruir ya no juguetes, sino propiedad ajena, dignidades, individuos, opiniones, familias, y hasta su propia vida con malas decisiones y vicios?
¿Estará esto en la base de tanta violencia que se usa como reemplazo al poder?
Pero lo que más me preocupa es la asociación que queda establecida en lo más profundo de nuestro Yo Vivido entre el aprendizaje y la destrucción.
Lo que me lleva a reflexionar en varias cosas, que solo comparto cuatro ahora:
1- es cierto, todo aprendizaje verdadero conlleva la destrucción del orden anterior. Incluso cuando es acumulativo y se suma nuevos conceptos/prácticas, lo anterior deja de existir. ¡Cuánto más cuando el aprendizaje está reemplazando/reconstruyendo el sistema previo!
2- es cierto, el que pionero en el conocimiento suele ser visto como un riesgo, por varias razones y quizás ésta es otra de ellas.
El pionero destruye paradigmas, rompe con lo establecido, se atreve a cruzar fronteras donde otros solo veían abismo.
Es el precursor el que impone, queriéndolo o no, en los demás el sentido de su propia impotencia. Porque los deja en evidencia, porque les rompe los ídolos, porque les hace salir de la celdita mental, porque no se casa con lo establecido ni se deja cazar por sobornos.
Es sentido como peligroso, como el destructor que viene a reemplazar la comodidad tenebrosa que nos está paralizando y seduciendo.
Es una forma de verlo.
3- toda construcción requiere de la destrucción previa.
Solo el Creador pudo crear y hacer, de la nada el todo.
4- NO EQUIVOCARSE y suponer que toda violencia es buena, o para bien, o mecanismo de aprendizaje.
Creo que la mayor parte de la violencia es reacción del EGO, meramente destructiva, recurso desesperado para el que se encuentra (o siente) en estado de impotencia y no encuentra otra forma para tomar control.
Es la fuerza en lugar del poder.
Es lo externo en vez de lo trascendente.