El chisme es un pecado terrible, no solamente una conducta despreciable.
De hecho, nuestra Tradición pone el chisme al nivel del crimen.
No es casualidad ni tremendismo, sino una gran verdad que nos hacen reconocer los Sabios: la murmuración mata, literalmente o simbólicamente. Hay gente que es asesinada a causa del rumor, otros cometen suicidio, otros mueren por alguna «distracción» (muy entre comillas) motivada por la habladuría. Algunos son sometidos a hostigamiento (bullying), otros son despedidos, algunos son rechazados y así la persona sigue con vida pero va muriendo por dentro y en sus relaciones interpersonales.
Hay chismes que cuentan cosas que son ciertas.
Otros son un completo invento.
Otros andan en esa zona gris, de verdades a medias o mal contadas y que no debieran ser contadas; lo cual los convierte en un arma sumamente terrible.
Unos y otros, son una porquería para el que los padece, para el que los escucha y para quien los cuenta.
Una asquerosidad mortal, como ya dijimos.
Hay (al menos) tres cosas que podemos hacer si nos quieren involucrar en una cadena de chismes.
Vamos a verlo rápidamente.
1- Si recibimos la habladuría que refiere a otro: NO aceptarla.
Pedir al que nos la quiere contar que no lo haga.
Apartarnos para no escuchar.
Pero si no pudimos zafar de que ese veneno penetre por nuestros oídos u ojos, entonces que no ronde en nuestra mente. Es decir: NO aceptarla.
2- Si vemos que otros están interviniendo en esa red maldita: desarticularla.
Pedir que no se transmitan chismes y explicar lo nocivo de eso.
Dar información veraz, que desmonta la fuerza del chisme.
Ponernos del lado de la víctima y nunca del agresor.
Porque el rumor muere cuando el que recibió el mensaje podrido no lo transmite a otros.
3- Si somos la víctima: que nos resbale.
Sí, así, sin más.
Que pase de largo, no atorarnos con ello, no hundirnos en un abismo de ideas tóxicas, no aferrarnos a lo que están difundiendo de nosotros, sea real o no.
Si es necesario, hacer que intervenga la autoridad o la justicia. Poner un límite desde nuestro poder y no ahogarnos en la desesperación o en sentimientos de impotencia.
Que pase el insulto volando sin tocarnos, pero actuar con prudente poder para impedir que se nos siga maltratando.
Esto es: ser poderoso y no dejarse arrastrar por la perversión.
Recuerda: aquel que chismosea es débil, no tiene poder, por eso tiene que dedicarse a hablar de otros y para peor: hablar pestes de otros. Es una persona mediocre, sin poder, por tanto, ¿por qué hemos de darle alguna importancia a su maldad?
Desde ya te aseguro que no será fácil en cada ocasión, pero con estos elementos que te compartí, ya tienes herramientas saludables para estar del lado de Dios.
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