El EGO según Salomón el rey

Dijo el sabio predicador:

"Mejor es un muchacho pobre y sabio que un rey viejo e insensato que ya no sabe ser precavido;
aunque aquél para reinar haya salido de la cárcel, o aunque en su reino haya nacido pobre."
(Kohelet / Predicador 4:13-14)

Rashi, el exégeta clásico, a partir del Midrash (Tehilim, mizmor 9) nos instruye de la siguiente manera:

"Mejor es a un niño pobre y sabio: Esto es la tendencia al bien. ¿Por qué es llamado un niño? Porque no viene a la persona hasta sus 13 años.
pobre: porque los miembros del cuerpo no obedecen a la tendencia al bien mientras que son subyugados por la tendencia al mal.
sabio: pues da a la persona inteligencia para actuar de buena manera.
que un viejo y absurdo rey: es la tendencia al mal que gobierna sobre todos los miembros.
viejo: se impone desde que el niño nace.
insensato: porque lo engaña para hacer mal.
que ya no sabe ser precavido: porque la tendencia al mal ha llegado a ser viejo y no acepta el reproche correctivo”

La tendencia al mal, Ietzer HaRá, es posible identificarlo casi exactamente con lo que nosotros denominamos EGO.

El EGO acompaña a la persona desde el nacimiento.

El EGO no actúa racionalmente, sino que hace de la persona un insensato, movido por miedos y deseos. Usa el poder del pensamiento para justificarse, para engañar, para hundirse en mentiras y tramoyas, para perfeccionar sus habilidades detestables.

El EGO es ese faraón interno, que controla y domina. Tiene bases fisiológicas que le permiten operar sobre el cuerpo, inducir sensaciones, producir fantasías. Es un rey perverso en nuestro interior. Sin poder real, sino el que nosotros le conferimos y le seguimos admitiendo.

El EGO no trabaja para beneficiar a la persona, sino que la deja a la deriva.

El EGO nos hace creer impotentes, aprovecha cada oportunidad para manipularnos con sensaciones de impotencia, ya sean reales o ficticias. Se nos alienta a la pasividad y la debilidad, a la impotencia concretada. O se nos impulsa a la búsqueda afanosa del poder, en una competencia constante por no ser sumiso pero sí ser “más que vencedor”. Eso es EGO.

Estamos en una interminable guerra por el poder, por los recursos, por la energía, por el dominio, cuando en verdad en la solidaridad, el altruismo, el trabajo en comunidad se alcanzan mejores y mayores logros y beneficios.

Mantener al EGO al mando, es seguir enroscados en los miedos, en la manipulación, en la enfermedad.

Tenemos la capacidad para derrotar al EGO, para hacer que el buen niño sabio sea el que lleve las riendas de nuestra vida.
Pero tenemos que querer salir de la celdita mental a la cual nos afiliamos y adherimos como si de ellos dependiera nuestra vida.
Tenemos que encontrar el camino para armonizar nuestro Yo Auténtico con nuestro Yo Vivido, de modo tal de romper los lazos viciosos y esclavizantes.
Aunque creíamos ser miserables, débiles, inoperantes, inútiles, pecadores, esclavos o pobres… aunque haya sido cierto, todo ello no es más que excusas del EGO para someternos a la impotencia.
Podemos ser los reyes, realmente nosotros y no esa parte tosca y adulterada de nuestro interior, el EGO.
Podemos gobernar, aunque parezca que no tenemos opción.
Podemos hacer algo mejor que decir “no puedo”, “es difícil”, “duele”, “nunca probé”, etc.
El reto está allí para ser vencido y podemos hacerlo.

Para el EGO es fácil.
Ya nos conoce y lo conocemos.
Es nuestro “amigo” más antiguo.
Nos acompaña desde que salimos al mundo.
Nos ha visto crecer.
Sabe cuáles son nuestros puntos débiles y los usa para dominarnos.
El EGO está cómodo sentado en el trono de nuestra alma.
Controla sistemas fisiológicos, domina al pensamiento, se burla de nosotros despiertos y en sueños.
Es un rey que desde dentro nos controla.
Y nosotros lo asumimos como “salvador”, como “redentor”, como “dios”.
Lo adoramos en religiones, en ejércitos, en agrupaciones, en modas, en cultura… está por todos lados demostrando su –falso- poder.
Nos admitimos impotentes, aunque odiamos reconocerlo.
Para el EGO es tan sencillo…

Pero podemos romper las cadenas.
Podemos ser libres y luego encontrar qué hacer con nuestra libertad.

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