Hay gente que llevada por sus creencias religiosas, que no son del ámbito espiritual, dicen con mucha seguridad: «no hay que juzgar»; o también: «solo Dios juzga».
Evidentemente que no es una creencia relevante para aquel que quiere seguir el verdadero sendero del Creador y Rey de reyes, pues Él nos ha dicho en Su bendita Torá:
«»No harás injusticia en el juicio. No favorecerás al pobre, ni tratarás con deferencia al poderoso. Juzgarás a tu prójimo con justicia.»
(Vaikrá/Levítico 19:15)
Por si fuera poco, lo repite y amplía pocos versos más tarde:
«»No haréis injusticia en el juicio, ni en la medida de longitud, ni en la de peso, ni en la de capacidad. Tendréis balanzas justas, pesas justas, un efa justo y un hin justo. Yo soy el Eterno, vuestro Elohim que os saqué de la tierra de Egipto.»
(Vaikrá/Levítico 19:35-36)
Por supuesto que prefiero atender lo que Dios me dice y no los que los atontados por sus creencias religiosas proclaman como verdad.
Por tanto, evidentemente que está en nuestra potestad juzgar, pero con ciertos límites para no caer en injusticia.
Ante todo, debe ser un juicio justo, en donde prime el equilibrio y no el favoritismo de ninguna especie.
Luego, lo necesario es aprender a juzgar los hechos de una persona y no a la persona en sí misma.
Por último, aunque obviamente hay muchísimas reglas más para ser justos en nuestros juicios, ser prudentes en no juzgar cuando no nos compete o no tenemos la información adecuada y necesaria.
Al respecto, quiero recordar una de las frases célebres de Víktor Frankl, que no fue una autoridad en el ámbito espiritual, pero sin dudas fue muy sabio en cuestiones psicológicas y de vida:
“Ningún hombre debería juzgar a menos que se pregunte con absoluta honestidad si en una situación similar podría no haber hecho lo mismo”.
Lo cual en realidad no es una invención de este moderno sabio, sino que proviene del milenario saber de la sagrada Tradición, cuando dice:
«No juzgues a tu amigo hasta que estés en su situación»
(Avot 2:5)
Seamos cautos y prudentes, cuando no nos agrade la acción, la palabra o el pensamiento del otro, no corramos a criticarlo, pero sí tomemos el tiempo y la atención para recabar información, para comprender lo que dijo y lo que quiso decir, para ver qué lo lleva a actuar así, es decir, comprender a la persona y su situación.
Cada uno carga una historia personal inmensa, compleja, y solemos no saber ni entender las circunstancias por las que el otro está pasando o lo que ha vivido. Por supuesto que eso no es justificación para conductas criminales, o un pase libre para el libertinaje, ya que el otro quizás pobrecito ha sufrido mucho y se comporta así porque esa acción negativa es la que aprendió y sabe hacer.
¡No! No es disculpar el mal, pero sí es ser mesurados, cuidadosos, atentos, para que no seamos injustos o perversos con la intención de ser juiciosos.
¿Estamos seguros de cómo actuaríamos nosotros si estuviésemos en la posición del otro?
¿Es que alguien alguna vez puede estar realmente en el lugar del otro?
Por tanto, por supuesto que sí debemos juzgar lo que dice, hace o manifiesta el otro y tener cuidado para que no nos perjudique; no podemos esperar a que sea Dios el que haga nuestro trabajo.
Pero que ese juicio sea considerado, como hemos explicado en este post.
Para finalizar, es un hecho que la Torá habla a los jueces, para que aquellos con la potestad social de juzgar actúen de la manera correcta.
Para que hayla Mishpat y Tzedek, juicio y justicia, ambas cosas.
Pero también es cierto que es un imperativo ético para cada uno de nosotros.
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Se hace difícil emitir juicios mientras estemos en una sociedad que cancela a las personas por lo que dicen respecto a un tema.
Gracias Moré