“Enseñaron los Maestros: una persona siempre debe ser paciente como Hillel y no impaciente como Shammai…
תנו רבנן לעולם יהא אדם ענוותן כהלל ואל יהא קפדן כשמאי”
Es sabido que en cuestión de sapiencia, de memorización de contenidos, de amplitud en el saber, Shammai superaba largamente al otro renombrado sabio, su querido colega y amable antagonista Hillel.
Nadie duda de ello, ni de la gran capacidad de los discípulos de su famosa escuela rabínica, todos ellos aplicados con estricta lealtad a aprender y repetir los párrafos de sabiduría que pasaban por sus vidas.
Sin embargo, el que logró el puesto de líder de los rabinos en su momento, el que se consolidó como el maestro de las masas, el que era admirado y querido por el público, sin dudas fue Hillel.
Sí, aunque era un inmenso sabio, su contrincante era ampliamente superior en saber.
Sin embargo, el puesto de liderazgo no fue para quien más sabía, sino para el que sabía un poco menos.
Y este párrafo del Talmud nos ilumina un poco el motivo para ello.
La gran maestría de Hillel no estaba en la inteligencia clásica, esa que refiere estrictamente a relacionar conocimientos, memorizar datos, desarrollar herramientas mentales, sino en lo que modernamente se ha dado en llamar la inteligencia emocional.
Él había entrenado su personalidad para ser pacífico y apaciguar, para ser comprensivo, para responder amablemente, para descubrir lo valioso incluso donde todo parecía indicar lo contrario, para hacer sentir calidez a quien interactuara con él, para no apurarse a reaccionar desde el sentirse impotente, para controlar su conducta, para ser respetuoso sin por ello perder de vista su propia perspectiva, para ponerse en el lugar del otro en la medida de lo posible, para conseguir sus objetivos sin por ello menoscabar el interés justo del otro, entre otras valiosas cualidades que forman la inteligencia emocional.
Con estas herramientas logró escalar desde el anonimato y pobreza hasta la cumbre del poder, del sano poder.
Por eso fue querido y venerado por sus contemporáneos, elogiado y tomado como modelo para la conducta personal.
Por supuesto que también su mente tenía multitud de conocimientos, aunque él privilegiaba el proceso cognitivo, la capacidad de razonar y a partir del saber previo revelar nuevas opciones. Es decir, por haber alcanzado maestría en lo emocional no se oponía a lo intelectual, sino que por el contrario potenciaba ambas facetas equilibrándolas. Porque tenía muy en claro que lo emocional es un combustible para el motor, pero el volante siempre debe estar en control de la mente.
Que nos sirva de ejemplo y que tomemos en cuenta el consejo talmúdico con el que iniciamos este encuentro.
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