Desde la zarza ardiente la Divina Voz le anuncia a Moshé que enviarlo a Faraón tendría inútil provecho, que habría de recibir terribles palizas el rey y su pueblo antes de permitir la salida de los israelitas.
«וַֽאֲנִ֣י יָדַ֔עְתִּי כִּ֠י לֹֽא־יִתֵּ֥ן אֶתְכֶ֛ם מֶ֥לֶךְ מִצְרַ֖יִם לַֽהֲלֹ֑ךְ וְלֹ֖א בְּיָ֥ד חֲזָקָֽה:
Yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sin que una poderosa mano lo obligue.»
(Shemot/Éxodo 3:19)
Brota de inmediato una pregunta obvia: entonces, ¿por qué no le evitó a Moshé todo el trámite engorroso y directamente destrozó la economía y la moral egipcia, para que los israelitas fueran liberados?
¿Para qué enviar a Moshé, que tanto se estaba resistiendo a esta difícil e incomprensible encomienda?
Una de las respuestas más obvias, y probablemente que certeras, es que: todos los implicados debían experimentar aquello que experimentaron, porque eso era parte del aprendizaje que tenían que adquirir.
Moshé tendría que sobreponerse a su negación a elevarse hasta su máximo nivel. Debería romper con las cadenas de su propia esclavitud emocional y alcanzar el sitial que le correspondía, no como príncipe de Egipto, sino como el hombre de Dios, aquel que trae Su Palabra a la humanidad a través del pueblo judío.
Tendría que padecer para ser pulido hasta perfeccionarse y ser digno de todo lo increíble que acometió en su vida.
Si Dios le hubiera evitado la confrontación con Faraón, la decepción, la desesperanza, los sueños rotos, que le dieran la espalda aquellos que estaba destinado a salvar y otras tantas cosas, entonces Moshé hubiera quedado como un modesto pastor de ovejas, anónimo, desaparecido en los desiertos de Midián sin mayor presencia en la humanidad.
Pero, entrenarse con la enorme obstrucción que representó Faraón, sin dudas que fue una tarea para su mejoramiento y ganancia, aunque costó una barbaridad.
Para Faraón, era necesario que “alguien” lo pusiera en su sitio, le mostrará que lejos estaba de ser una deidad, que no tenía nada de invencible, que su poder era infinitamente ridículo ante el Eterno.
Era un baño de obligatoria humildad, de humanización, para que el regente cambiara y produjera una modificación positiva en su reino.
Esa es la idea que nos transmite directamente el Midrash cuando nos informa que fue el único egipcio sobreviviente de los que se atrevieron a entrar en la seca del Iam Suf. Todos sus soldados, caballos, carros y aparejos se hundieron pero él logró salvarse para poder ser testigo viviente, de primera mano, de los portentos y maravillas operados por Dios, Cosa, que según el Midrash, realmente hizo este apaleado Faraón, andando por los reinos y provincias cantando la Gloria del Eterno.
Así pues, Faraón tenía que tener anunciado desde el inicio que estaría en la moledora de almas, y por ello tenía que venir Moshé, aunque durante muchos meses no le diera importancia ni le creyera emisario de ninguna autoridad.
Para Egipto era hora de que “alguien” demostrará la inoperancia de la idolatría, la impotencia de los brujos y sacerdotes, la debilidad de sus poderosos, la naturaleza humana de su rey.
Era hora, también, de que pagara su deuda con los Hijos de Israel.
Tendían que saber que no serían catástrofes naturales las que les aporrearían, sino la mano del Creador, su dedo prodigioso. Que bebieran de la furia de Elohim y no quedarán dudas de Quien está al volante de la Creación.
¿Habrá servido entonces la misión, en principio fracasada, de Moshé?
Para los israelitas quienes no verían directamente los milagros, sino que serían sometidos por el tirano a mayores penurias. Tenían que llegar al fondo más profundo del pozo, para poder estar preparados para elevarse hasta la cima más alta posible para nación alguna.
Tendrían que pasar por todo tipo de horrores para ser portadores de todo tipo de curaciones. Ser los representantes de los hombres ante Dios, porque sufrieron lo que todos sufrieron. Es el siervo sufriente declarado por el profeta Isaías y por tanto no hay padecimiento que les sea ignorado, para entonces ser capaces de empatizar y comprender a todas las personas, de esa manera ser los mejores maestros para los hombres y leales servidores del Eterno.
Y para cada uno de nosotros también nos trae al menos una enseñanza práctica: hay que pasar por lo que nos toca pasar. Habrá momentos oscuros, de confusión, de caos, dolor, penurias. Habrá tiempos de disfrute, placer, paz, tranquilidad, prosperidad, alegría. Habrá mesetas, en donde solamente fluiremos, como si no hubiera nada que deformara nuestra modorra. En cada una de las ocasiones estar preparado para sacar lo mejor de nosotros, atravesar las tormentas con dignidad y poder; cruzar los desiertos con calma y seguridad; disfrutar los oasis con agradecimiento y humildad.
En todo ser dignos mensajeros de nuestra NESHAMÁ, el espíritu que ha encarnado en esta personas que estamos siendo.
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