«Cuando el faraón se había acercado, los Hijos de Israel alzaron los ojos; y he aquí que Mitzraim / Egipto venía tras ellos. Entonces los Hijos de Israel temieron muchísimo y clamaron al Eterno.»
(Shemot / Éxodo 14:10)
Parecía que habían salido de la esclavitud, aunque aún no eran libres realmente; pero de repente estaban bloqueados, sin poder avanzar o torcer su ruta. Para empeorar las cosas, detrás venía enfadado el faraón y sus sanguinarias huestes. Como un hombre envalentonado y lleno de ferocidad se aproximaba Egipto, y los israelitas estaban confundidos, atemorizados, impotentes y sumergidos en sus mares de tribulaciones.
En la Tradición (por ejemplo, TI Taanit 2:5; Mejilta Beshalaj 2) se nos cuenta que se formaron cuatro grupos, como reacción a esto que les estaba atormentando:
- Los que preferían lanzarse a la muerte en el mar. Ellos creían que la terrible muerte ahogados sería más benévola que la tortura de ser despedazados por el despiadado ejército que se les venía encima. Se entregarían a la muerte, cobardemente, impotentes, cual ovejas que corren al matadero sin ofrecer resistencia ni alternativas.
- Los que querían volver a Mitzraim. Sí, habría muertos y heridos, otros serían maltratados duramente; pero, lo importante sería que un núcleo se salvaría. Volverían a la esclavitud y probablemente a una peor situación, pero al menos con vida. Porque para ellos no existe algo así como “libertad o muerte”, sino existir aunque sea como fantasmas, porque lo último que se pierde es la esperanza. Eventualmente, algún día, podrían esfumar las diferencias con sus amos, mixturarse, asimilarse, perderse para ser egipcios como el resto.
- Los que proponían una absurda guerra, finalmente suicida. Tal vez había algún sentido de honor o de nobleza, de virtud nacionalista. Aunque resulta dudoso que fuera posible tras siglos de sometimiento y esclavitud. Más bien parece una reacción agresiva a la violencia, el responder el golpe con la patada, el luchar sin más destino que la lucha en sí misma. Donde “moriré yo con los filisteos”, al estilo que posteriormente diría el anti-héroe Shimshón/Sansón.
- Los que declamaban que las invocaciones chillonas a lo Alto resolvería todo el drama. Pasividad absoluta, no responder, no actuar, sino solamente esperar que el milagro resuelva la tarea. Imaginar que el poder de la mente por sí solo repercute en el control de la realidad. Que el Eterno es una especie de hada madrina servicial, atento a los gritos infantiles para cambiar pañales, alimentar, entretener, rescatar de la voracidad de la impotencia. Como si el hombre no tuviera más responsabilidad y compromiso que rezar, tener fe –al estilo no judaico- y hundirse en fantasías de poder sobrenatural.
Cada una de estas manifestaciones parecen representar las cuatro reacciones automáticas del EGO ante el sentimiento de impotencia, a saber: llanto, grito, pataleo y desconexión de la realidad.
- Los que se arrojarían al mar, eran los del llanto, entregados a la impotencia. Su respuesta es queja, reproche, amargura, suspiros, dejadez, pereza, arrastrar el malestar hasta lo insoportable.
- Los dispuestos a volver, están engañados por su desconexión de la realidad. Creen que sus imaginerías tienen validez, que todas las opiniones son igualmente valiosas, que si lo quieren ya es realidad y no comprenden que por seguir en sus nubes de ficción solamente ahondan el problema.
- Los de la guerra, el pataleo. Recurrir a la violencia física como mecanismo para dominar la angustia, para tratar de controlar la impotencia, como si con la fuerza corporal se obtuviera ascendiente sobre la debilidad en las otras dimensiones del ser humano. Golpear, romper, destruir, acuchillar, disparar, quebrar, accidentar, en búsqueda de controlar lo que no está bajo el propio dominio.
- Los de la fe, que son miembros de la gritería. Creen que elevar la voz, presionar, hacer pactitos, amenazar, insultar, reclamar a los gritos, recurrir a todo tipo de ritual bochinchero y sensiblero es la manera para obtener algo de poder, y así apartar el terror de la impotencia que los consume por dentro y por fuera.
Como sabemos, las cuatro herramientas se suelen usar alternativamente o en conjunto, siendo muy difícil encontrar una única respuesta en su pureza teórica. Algo similar, supongo, ocurría con aquellas cuatro categorías de aterrorizados y angustiados israelitas, atrapados, confundidos, enajenados e impotentes.
Hubo una quinta posición, que no logró formar un grupo, la actitud valiente de Najshón ben Aminadav (y según otra versión, los de la tribu de Biniamín); quien confiando en el Eterno entró al agua, pero NO como los que se iban a suicidar en ella, sino sabiendo que Dios había dicho que había que avanzar y que a pesar de las dificultades y de parecer imposible, la acción de ellos se sumaría a la ayuda divina para realizar así la salvación esperada.
Najshón estaba dispuesto a entrar al agua, confiando en el Eterno, luchando contra sus propias angustias; tal como tres de los grupos, pero manejado de forma racional, orientado por la guía ética/espiritual, sin permitir que la consciencia estuviera desconectada de la realidad.
Es normal, es natural, que reaccionemos ante la impotencia con llanto, grito, pataleo y desconexión de la realidad.
Es la respuesta apropiada para los segundos inmediatos a sentir la impotencia REAL, pues son las reacciones que pueden marcar la diferencia entre vida y muerte.
Pero, no es un mecanismo apropiado para el sentimiento de impotencia sin realidad material; porque solamente profundiza el malestar y estrés. Tampoco es el instrumento adecuado para sostener en el tiempo, donde debiera emplearse los mecanismos racionales, de más lento procesamiento pero que nos hacen completamente humanos. La respuesta humana, espiritual, es la que tuvo Najshón, quien admitió su impotencia así como sus temores, pero no los negó ni se dejó manipular por ellos. Sino que tomó la orden divina, la instrucción espiritual, y con ella construyo su propia respuesta, una de SHALOM.
Es buena oportunidad para pensar cómo estamos reaccionando ante las impotencias constantes que nos ofrece la vida, así como distinguir las que nos provocamos y pueden ser evitadas, como aquellas que no existen más que en nuestra imaginación y nos mantienen angustiados, exiliados de la NESHAMÁ (espíritu).
Sé que se leerá extraño, pero cuando observa ( y descubre) el mecanismo del ego humano, uno queda maravillado.
Parece una especie de «energía inteligente» ajena a uno, sincronizada con la impotencia como reloj suizo.
hay un creador y regente, no es maravilloso que seamos como relojes