«Así aprópiate de la sabiduría para tu alma. Si la hallas, habrá un porvenir, y tu esperanza no será frustrada.»
El idioma del sabio no entra en la mente del religioso.
¿Cómo es esto?
El sabio intenta beber de fuentes que sacien el anhelo por conocer, puebla su mente de ideas, de pensamientos, a través de los cuales tamiza sus creencias y emplea el combustible de la emoción para avanzar.
Con todo lo buena que es, igualmente la sabiduría no es un escudo infalible contra los secuestros de la mente por parte del EGO, ni obliga a que la conducta sea acorde al código ético/espiritual. Por tanto, puede haber un sabio que haya quedado atrapado por su EGO, que se comporte como un sádico, que use sus poderes mentales para ejercer poderes “sucios”, que no son más que reacciones patéticas a su impotencia. En ese caso, su idioma deja de ser de sabio y pasa a ser el gemido/aullido típico de los religiosos. Es que, el potencialmente sabio ha perdido su rango, trastornado y exiliado de su identidad esencial, pasando a ser ahora un instrumento peligroso en manos de un amo perjudicial (el EGO). El que tiene posibilidad de ser sabio pero se ha corrompido, puede usar su tremenda capacidad mental pero que está mal encaminada y por tanto se pueden convertir en amos de manadas de impotentes, en ciegos que conducen a otros ciegos a través de la oscuridad. Pueden ser esos pastores religiosos, esos líderes carismáticos, esos innegablemente hombres de gran inteligencia mental pero cojos y tullidos en lo emocional y seguramente en la inteligencia espiritual.
Han perdido la sabiduría, aunque sepan datos, conozcan cifras, recuerden versículos, realicen cálculos, elaboren teorías, pero ya no son más sabios.
En todo caso, gente con inteligencia mental, pero faltos de ese ingrediente indispensable que es la inteligencia espiritual.
En tanto, el religioso habla el idioma del EGO.
No conoce otro, porque la LUZ de la NESHAMÁ queda estancada detrás de máscaras y cáscaras.
Por tanto, el lenguaje del AMOR, el que es propio del Yo Esencial ha sido enmudecido, se tranca la persona y no lo manifiesta.
Como mucho medra con el amor, con el sentimentalismo, con la manipulación afectiva, pero el AMOR es un idioma que está fuera de su alcance. Para expresarlo, para comprenderlo.
Lo cual dificulta aún más su posibilidad de salir de la celdita mental y de desarrollarse con integralidad en la multidimensionalidad.
El religioso tiene su mente saturada por creencias, esas que están formando un rígido sistema que encasilla y petrifica.
El EGO tiene sometida a la personalidad, creando personajes que enmascaran a la persona.
Las máscaras del Yo Vivido difícilmente representan al Yo Esencial.
Y así anda por la vida el religioso, pretendiendo dictar cátedra a los entendidos, someter a los dioses (el Uno y Único no deja de ser un dios minúsculo en la creencias del religioso, aunque el religioso sea monoteísta).
El sabio podrá mostrar y demostrar, pero el religioso tiene su mente encapsulada y limitada. Se encuentra encerrado por su celdita mental, la cual no tiene siquiera pasado el cerrojo, pero es incapaz de mover la puerta para disfrutar de la libertad. Libertad que le aterroriza, porque significa que debe pensar, decidir, hacerse cargo, cumplir, ser responsable… ¡terrible! El religioso quiere pasividad, aferrarse a la fe, someterse a lo que le dicten, emocionarse, promesas de un futuro mejor, sentirse culpable, echar culpas, tener a quien seguir, tener a alguien que le diga lo qué hacer, sentirse pecador, que se le ofrezca la oportunidad de redimirse pero no de ser libre.
El religioso está atrapado en las redes del EGO, sometido a la impotencia sentida pero con ilusiones de ser “más que vencedor”.
Triste y patética realidad.
El religioso que encuentra sabiduría mental, porque obviamente que los hay, sigue estando ajeno a la inteligencia espiritual; porque si fuera inteligente espiritual sería sabio en todos los aspectos de su vida, no solamente en aquellos de su experticia.
A fin de cuentas, somos seres irracionales con una puntita de racionalidad que sobresale cada tanto.
Pero no es la razón lo que nos permite sobresalir, sino nuestra identidad espiritual.
Esa que orienta y conduce hacia la vida de plenitud.
Porque, la mente ágil pero falta de ética, no deja de ser una arma peligrosa.