La mitzvá de Rosh haShaná es escuchar el Shofar.
Éste es un antiquísimo instrumento musical de viento que se hace al ahuecar un cuerno, permitiendo de esa forma generar sonidos al aplicar con fuerza, y destreza, el aliento que pasa por los labios entrecerrados apoyados sobre la parte más estrecha abierta del cuerno.
El cuerno es una prolongación del hueso recubierta de queratina, mismo material con el que están formadas nuestras uñas, cabello o las plumas de las aves. No daré más detalles al respecto, se pueden buscar en publicaciones dedicadas a asuntos de biología.
Lo que presentaré ahora es una interesante interpretación, de cientos que se han formado alrededor de este fascinante instrumento musical.
Resulta que, como vimos, el shofar en su forma natural es tejido formado por proteínas de células que han muerto. Ahora, desprendido del animal y tras su proceso de fabricación, evidentemente es un objeto inanimado que ha sido despojado a un animal (que por lo general sigue vivo) y elaborado artesanalmente.
Para que produzca su sonido es imprescindible que una persona lo tome, lo acerque a sus labios e impulse el aire a través de él.
Y éste, precisamente, es el mensaje.
Está en nosotros volver dar vida a aquello que ya no la tiene.
Éste es el gran mensaje del Iom haDin, el Día del Juicio. Que tengamos la conciencia despierta para aprovechar cada día, que dejemos de desaprovechar el tiempo que nunca jamás lo podremos recuperar, que demos vida a nuestra vida.
Para lo cual, es imprescindible que nuestras acciones tengan sentido y que éste sea en conexión con el reino espiritual.
Te pondré un ejemplo, uno entre miles.
Cuando recordamos a personas que han fallecido, o hacemos buenas obras en sus nombres, evidentemente, si el recuerdo es para angustiar, mortificar, o molestar de cualquier otra manera, es un hecho lamentable. Estamos llenando de muerte la vida, paralizando la vitalidad.
Pero, si la memoria se activa para embellecer la vida de los que recuerdan, como alimento para crecimiento en la consciencia espiritual, entonces es maravilloso. En ese caso, estamos devolviendo a la vida al que se fue, obviamente que de manera simbólica para los que estamos de este lado de la cortina, pero según dice la Tradición, del otro lado de la cortina el espíritu del difunto se regocija y aumenta su placer en el mundo de la Verdad.
Así pues, cada vez que al llegar el aniversario de muerte de un familiar, lo recordamos con respeto y cariño, rezamos por él, damos tzedaká en su nombre, o cualquier otra acción positiva que nos fortalezca, es como si sopláramos el aire de vida para dar sentido a aquello que ya no tiene vida. Volvemos a la vida.
Algo similar con cualquier otra conducta que tengamos en cada momento. Al conversar con un amigo, al trabajar, mientras vamos de compras, presencia un espectáculo, estudiando, comiendo, durmiendo, etc. No hay instante que no sea oportuno para que lo inanimado cobre vida con sentido, para que lo material se eleve hacia el plano espiritual.
Que sean acciones de conexión y poder, entonces brinda sentido trascendente.
Esto pone contento a Dios, metafóricamente hablando; y por tanto, nos llena de regocijo verdadero a nosotros.
Si empezamos así el nuevo año, sin dudas que estamos haciendo un gran aporte para nuestro bienestar eterno.
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