Desde hace milenios, literalmente, rezamos y anhelamos que el templo del Eterno sea reconstruido y esté nuevamente en funciones.
Esperamos ese edificio majestuoso, imponente, tremendo que corona el monte Moriá, allí donde ahora está usurpando el terreno y el sentido la cúpula dorada.
Eventualmente retornará el brillo de antaño y los ocupantes ilegales, por propia voluntad, dejarán el sitio a sus verdaderos administradores y para el ejercicio de la espiritualidad verdadera.
Sin embargo, el ruego por el templo no debe quedar meramente en la espera por una estructura de piedra y madera, de oro y seda, de otros elementos magníficos y primorosamente diseñados y construidos.
Sino también en la reconstrucción del templo interior, esto es, que podamos despertar la conciencia espiritual, que nos demos cuenta que somos realmente NESHAMÁ, es decir, espíritu, el Yo esencial. Que la persona que estamos siendo, este cuerpo, estos hábitos, nuestros recuerdos y todo lo que estamos siendo, no es el templo real. Es solamente la representación de ese templo interior, de la NESHAMÁ.
Mientras vivimos en el exilio, estamos como olvidados de la realidad, alejados de la conciencia espiritual.
Nos confundimos creyendo que las cúpulas de oro son los templos sagrados y que los becerros de oro son para adoración.
Pero, llegará el momento en el cual comprenderemos, despertaremos y nos mantendremos despiertos.
Entonces el templo tendrá realmente sentido.
¡Que sea pronto!
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