El cuerpo reacciona de acuerdo a su propio código.
Sigue tanto patrones genéticos como aquellos que han sido adquiridos.
No razona, simplemente hace o deja de hacer.
Las emociones, que tienen un inmenso componente biológico,
actúan de acuerdo a factores químicos que operan en nuestro físico.
No tenemos directa responsabilidad sobre ellas, pero sí sobre la mayoría de sus producciones.
Los mandatos sociales nos encasillan y clasifican,
automatizan y someten, a veces motivan y gratifican.
Tienden a buscar su perpetuación.
Los pensamientos a veces son creativos, conectándose vivazmente a la chispa divina que no alumbra;
pero otras muchas están al servicio del EGO, para generar excusas y sostenernos en la impotencia.
Nos permiten salirnos de nuestra limitación, dándonos alas que fácilmente pueden cortarse.
Por sobre estas manifestaciones del ser en el tiempo y espacio,
se encuentra la NESHAMÁ, el espíritu,
la voluntad que resuena con el sonido sagrado de la Voluntad.
Es bueno tomar conciencia y así enfocar en aquello que podemos mejorar,
para hacerlo;
advertir lo que está por fuera de nuestro dominio,
para admitirlo y no sufrir innecesariamente.
Sí, el enfoque es importante,
conocer la meta,
saber nuestras debilidades,
evaluar nuestros recursos.
No somos marionetas de Freud y sus amigos,
ni conejillos de indias del “destino”,
ni esclavos de dioses aburridos que buscan pasar el rato con nuestros infortunios,
tampoco invitados a una calesita de múltiples vidas sin coherencia.
Somos hijos de Dios,
es nuestra naturaleza;
no por medio de la fe,
ni por adoctrinarnos y actuar un cierto ritual.
Somos hijos de Dios,
porque así Él nos ha creado;
y como tal debemos desarrollar nuestra existencia en este mundo.