Con gran cantidad de personas sucede que, resuelvan lo que resuelvan, siempre sentirán que se han equivocado en su elección.
Podrán estar mucho rato masticando alguna idea para llegar a una conclusión, o tal vez ser apasionadamente ciegos para elegir rápidamente; pero ni bien le decisión está tomada (y se ha dado algún paso que la convierte en irrevocable, o costosa de cambiar), aparecen fantasmas de duda, de reproche, de angustia, de decepción, de culpa, de debilidad.
Y no hay forma de hacerles entender que si hubieran escogido alguna de las otras alternativas, ahora estarían quejándose de manera similar, aunque tal vez con otros argumentos que demostraran su baja autoestima.
Es algo bastante frecuente, tal vez te pasa a ti y/o conoces a gente que vive por este tormento. Que les aqueja por grandes o pequeñas elecciones: casamiento, mudanza, emigración, cambio de empleo, nombre de un hijo, lugar de vacaciones, asiento en el avión, horario para almorzar, el menú del día; cualquier cosa que sea una toma de decisión.
Algunos optan, más o menos conscientemente, por dejar de elegir, ¡cómo si fuera eso posible! Ya que, no elegir es una elección en sí misma, una que suele ser bastante más costosa, desagradable, debilitante que las que se resuelven con mayor proactividad.
¿Qué hacer?
No hay fórmulas mágicas, pero estas ideas pueden ayudar, tanto antes de la decisión como después, cuando se disparan las amargas querellas y descontentos.
Con la mayor calma y objetividad posible se debe consignar por escrito en una hoja aquello que se considera como virtud en lo que se está por decidir, o ya se ha escogido.
En otra hoja, o en una columna al lado, se escribirán las contras.
Luego dejar de lado las listas y dedicarse a otra tarea, tratando en la medida de lo posible de concentrarse en otra cosa, sin pensar más en el asunto que motiva la decepción. Si el pensamiento reaparece, dejarlo correr sin dedicarle energía ni esfuerzo para eliminarlo.
Al rato, se releerá en voz alta la lista de los defectos, aquellos que se han apuntado como causantes del malestar que generó la aparente incorrecta decisión.
Luego, se encontrará el razonable argumento que o desmantela esa crítica, o que la ubica en un nivel mínimo de molestia. De no poder hacerse, de encontrarse que realmente es algo muy fastidioso o contraproducente, se deberá admitir esa realidad, si es tal. No hay beneficio en negarla. Se acepta que ese punto en particular no es tan brillante como se esperaba o quería. Entonces, se buscará como paliar o solucionarlo, en le medida de lo posible. Luego, si no se puede eliminar, se ha de admitir que la decisión ya fue tomada, que de nada sirve estar pendiente de lo que no se puede cambiar. Que las quejas y lamentos no darán mayor bienestar, sino que hundirán más en la decepción. Por tanto, que sirva de aprendizaje para la próxima ocasión en la que se deberá tomar una decisión, realizar la lista que se plantea ahora de manera preventiva.
Básicamente, es reducir el efecto de las herramientas del EGO para permitir el trabajo de instancias más integradoras y que promuevan salud.
Puedes probar este método si gustas, luego me comentas, si te parece.