Abraham Lincoln es conocido por haber sido presidente de los Estados Unidos, por haber liderado una gesta para conseguir la libertad de todas las personas en su país.
Sin embargo, su camino no fue sencillo, por el contrario, experimentó múltiples fracasos, uno tras otro antes de llegar al éxito.
Con 35 años estaba arruinado. Más tarde, tras recuperarse de una severa crisis nerviosa, intentó ser elegido a la Cámara de Representantes, pero perdió. Sin embargo, no se daba por vencido y en 1848 perdió su segunda nominación al Congreso. Luego perdió su postulación al Senado en 1854. En los dos años siguientes perdió la nominación para la vicepresidencia y fracasó de nuevo para ser senador en 1858.
Esto no hizo que declinara su trabajo y perdiera la esperanza, por el contrario, lo fortaleció hasta que en 1860 fue electo presidente de los Estados Unidos.
Su paso como tal ha dejado enorme impacto en la cultura de su país y en el mundo.
¿Acaso alguno de nosotros no sabría identificar su imagen, su eminente figura?
¿Recuerdas en que billete se encuentra su rostro?
Probablemente, incluso sabríamos alguno de los datos de su biografía, pues es una personalidad famosa y destacada.
Es un ejemplo de vale la pena esforzarse para alcanzar las metas.
Sin importar las veces que uno caiga, levantarse y continuar. Los fracasados son los que ya no lo intentan. También fracasados son los que intentan seguir un mal camino, uno que los aparta de su esencia espiritual, de ser la mejor versión de ellos mismos.
Al respecto, en la parashá encontramos el siguiente pasaje:
«וְעָשִׂ֥יתָ בִגְדֵי־קֹ֖דֶשׁ לְאַֽהֲרֹ֣ן אָחִ֑יךָ לְכָב֖וֹד וּלְתִפְאָֽרֶת:
Harás vestiduras sagradas para tu hermano Aarón, para gloria y esplendor.»
(Shemot/Éxodo 28:2)
Hay una diferencia entre “gloria” y “esplendor”, el honor se recibe por las cualidades naturales de la persona, en tanto que el esplendor solo se alcanzará debido a la calidad de sus elecciones.
Gloria, entonces puede deberse al linaje, a los atributos de la familia, pero muy especialmente a esa NESHAMÁ (espíritu, chispa Divina) que cada uno de nosotros es.
No hacemos nada para merecer ese KABOD, ese respeto, tan solo por el hecho de haber nacido, de ser parte de una familia, de ser humanos, etc.
No depende de ninguna de nuestras decisiones o acciones.
En tanto que el TIFERET, la luz y el esplendor es consecuencia del arduo trabajo personal, de las elecciones y lo que se hace con ellas.
No importa quién es mi padre o madre, ni a qué pueblo pertenezco, sino lo que yo hago con mi vida.
No solamente en las decisiones enormes, esas que parecieran ser las de peso; sino en las cotidianas, las del día a día, las que pudieran ser de poca importancia, pero que en verdad resultan de tremendo poder.
Ambas cualidades deben estar incluidas en las vestiduras de santidad que Moshé hará para que use el Sumo Sacerdote a la hora de ejercer su trabajo sagrado.
Según el sabio que conocemos como el Malbim, se les debía instruir a los cohanim acerca del valor de estas vestimentas y de que no eran meros elementos decorativos, o que tenían solamente una función práctica, sino que eran también un vehículo para tomar consciencia de nuestra doble cualidad: espíritu que habita en el mundo físico.
Porque la tarea principal del cohén, del sacerdote judío, no trataba de rituales en el templo, o de cuestiones religiosas; sino de mostrar el camino de la espiritualidad a la congregación. De vivir de tal manera que lo espiritual sea parte de lo cotidiano, y que lo más corriente esté vibrante de conexión espiritual.
La idea es que todos nos percatemos que somos esa NESHAMÁ, esa parte del Dios Todopoderoso y nos sintamos llenos de gloria. Al mismo tiempo que brindemos honra y honor al prójimo, pues también es parte de ese mismo infinito que nos crea y une.
Pero, no es suficiente quedarse con esa imagen, sino que Dios nos impulsa a que desarrollemos nuestra personalidad terrenal, que lleguemos a la mejor versión de nosotros mismos en esta vida terrenal. Entonces es cuando brillamos con esplendor.
Advertir el potencial que tenemos y hacer lo que está a nuestro alcance para manifestarlo, esa es la tarea.
Por supuesto que hay personas que consiguen esplendor material, desarrollo de las cosas terrenales sin tomar consciencia de su identidad espiritual, sin tener noción de su parte en la eternidad.
Se quedan entonces sin ser referentes de la gloria, que es la chispa Divina que somos.
Así como hay personas espléndidas en lo que a espiritual se refiere, pero no se animan a desarrollar sus facetas en este mundo, perdiendo así la oportunidad de brillar con esplendor.
Lo que la Torá pide es que ambas cuestiones estén conjugadas y en armonioso funcionamiento.
Pero, ¿cómo hacerlo?
¿Cómo conjugar nuestra espiritualidad con nuestra materialidad, para manifestar gloria y esplendor?
Una manera simple pero poderosa, que nos brinda nuestra tradición consiste en tomarse un poco de tiempo cada día y hacer las siguientes cosas:
1) Escribe tres cosas por las que te sientas agradecido (con Dios y/o con personas).
2) Escribe dos cosas que sientas has realizado y te dan bienestar.
3) Escribe tres cosas que quisieras hacer mañana para mejorar tu vida y la de tu alrededor.
No te olvides de poner la fecha de esa anotación.
Luego, cada viernes a la tarde, si tienes un momento para hacerlo, sino un sábado a la noche, o cuando quieras, lee la lista de la semana.
Repasa lo que has escrito y comprueba si estás de acuerdo con lo que en ella dice.
Te servirá para reconocer lo que Dios está haciendo por ti y te abre a mayores logros. Así como te da consciencia de lo que otros hacen por lo cual te beneficias.
Luego, al enumerar tus logros estás afirmando tu esfuerzo, dejando de lado la necesidad del aplauso ajeno.
Por último, al proponer nuevos desafíos, estás planteando el paso siguiente en tu construcción, no le estás dando las riendas al EGO para que controle tu vida.
Eventualmente, podrás percibir que tú también estás llevando esas ropas de gloria y esplendor, que son la manera espiritualmente terrenal que estás viviendo.
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