La emoción: compañera, no capitana
En nuestra búsqueda de una vida plena, la emoción juega un papel fundamental. Es esa chispa que enciende la alegría, el amor y la conexión humana. Sin emoción, la existencia sería fría, mecánica, desprovista de color. Pero si bien la emoción es indispensable para darle vida al alma, nunca debe ser el timón que guía nuestro viaje.
Imagina un río caudaloso. La emoción es como el agua que corre, vigorosa y vibrante, indispensable para la vida. Pero si no hay cauces que contengan esa fuerza, el río desborda, arrasando todo a su paso. Ese cauce, en nuestra vida, es el razonamiento y la sapiencia espiritual. Son ellos los que delimitan, orientan y encauzan esa energía poderosa para que fluya hacia destinos positivos.
La emoción como motor, no como guía
Cuando la emoción se convierte en capitana, es fácil perder el rumbo. Actuar impulsivamente, dejarnos llevar por arrebatos, o depender únicamente de sentimientos efímeros puede llevarnos a decisiones equivocadas y, en muchos casos, a la autodestrucción. Por ejemplo, el amor, que es una emoción maravillosa, si no está acompañado por la razón, puede llevar a relaciones tóxicas o decisiones poco saludables.
La sabiduría de nuestra tradición enseña que las emociones no son malas; al contrario, son regalos divinos. Pero estos regalos vienen con la responsabilidad de usarlos correctamente. El Talmud nos instruye a «servir a Dios con ambas inclinaciones, la buena y la mala» (Berajot 54a), lo que implica que incluso nuestras emociones más intensas pueden ser redirigidas hacia propósitos constructivos si están gobernadas por la razón y los valores.
La sapiencia espiritual como brújula
La sapiencia espiritual, arraigada en la Torá y nuestra tradición milenaria, nos brinda esa brújula interna para discernir qué emociones deben ser cultivadas y cuáles necesitan ser moderadas. No se trata de reprimir o ignorar las emociones, sino de reconocerlas, entenderlas y darles un lugar adecuado dentro de nuestro ser.
La verdadera plenitud surge cuando la emoción y la razón trabajan juntas en armonía. Cuando nos permitimos sentir, pero bajo la guía de principios elevados. Cuando usamos nuestra inteligencia y valores para decidir el camino, pero con la emoción como motivación para recorrerlo con entusiasmo y alegría.
Un ejemplo eterno
En el relato de la salida de Egipto, los hijos de Israel estuvieron llenos de emoción al ser liberados. Cantaron, bailaron, y su alegría fue inmensa. Pero no bastaba con esa emoción inicial para llegar a la Tierra Prometida. Necesitaban la dirección de la Torá, la sabiduría divina que les enseñó cómo vivir una vida significativa y plena.
Así también nosotros: sentir es esencial, pero pensar y actuar con sapiencia es lo que nos permitirá transformar esa emoción en algo duradero y valioso.
Conclusión
La emoción es el fuego que da calor y vida a nuestra existencia, pero el razonamiento y la sabiduría son las manos que moldean ese fuego para que ilumine en lugar de quemar. Permitámonos sentir, sí, pero nunca sin la guía de nuestra brújula espiritual.
Vive con pasión, pero camina con propósito. Siente profundamente, pero decide sabiamente. Allí encontrarás la plenitud que tanto anhelas.