«Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Eterno.»
(Vaikrá/Levítico 19:18)
¿Qué podemos añadir a lo miles de veces enseñado y explicado por los grandes maestros?
Nada.
Solo recordar algunas pocas lecciones de los maestros que pueden ser útiles para mejorar tu experiencia diaria de vida.
Para que no queden dudas, la Torá (es decir, Dios) NO está mandando que la persona judía deba sentir amor por el prójimo, puesto que es imposible ordenar sentimientos. Los sentimientos surgen sin control, sin imposición, es el efecto de alguna acción (interna/externa) que los impulsa. Nadie te puede exigir que estés feliz, que te diviertas, que la pases bien, o todo lo contrario. Por supuesto que Dios lo sabe, Él sabe todo, además… Él nos creó y conoce hasta los detalles que por siempre serán ignorados por la humanidad.
Por lo cual, evidentemente Dios no está obligando a que la persona sienta amor, sino que realice las acciones que producen como efecto ese amor.
¿Cuáles serían esas acciones?
De acuerdo a lo que el judaísmo enseña hace milenios es hacer algo realmente positivo por otra persona de forma generosa, esto es, sin estar negociando de ninguna manera con ella (o con el universo). Hacer algo que la beneficie, que le sea provechoso y que no estemos esperando recibir nada a cambio por ello. ¡Nada! Ni siquiera un pago espiritual o alguna retribución a cargo del Creador.
Hay algunos “filósofos” a los que les rechina esto de hacer algo de forma netamente desinteresada, entre otras cosas aducen que la persona debe recibir y no solo dar, porque el que da sin recibir sin agota, se angustia, se destruye. Y la respuesta es: ¡vaya novedad!
La cuestión realmente es que al momento de realizar actos de amor estemos a la espera de nada a cambio, eso no significa que 24/7 nos dedicaremos a dar sin recibir.
Te pondré un ejemplo muy básico: si le doy unos pesos a un necesitado en la calle, no estaré esperando que me devuelva la plata, ni que Dios me premie, ni tan siquiera que me diga gracias. Yo he cumplido con el mandamiento de amar al prójimo con esta acción, y tal vez no lo he hecho porque ame al prójimo, sino porque he sido mandado por el Creador a realizar actos de esta especie.
Luego, cuando vaya a mi trabajo no realizaré mis tareas sin esperar recibir mi sueldo o el reconocimiento del patrón, porque sería ilógico y ridículo.
De hecho, esto está implicado en la frase que estamos analizando, y te explicaré a continuación.
Si no nos amamos, no estamos habilitados realmente para amar a otros. El mandamiento dice “ámalo como a ti mismo”.
Está establecido que para amar al prójimo primero hay que amarse a sí mismo.
Así pues, está muy bien tener ese egoísmo básico, esencial, de hacer cosas que nos beneficien, que busquen nuestro bienestar.
Hacer por nosotros lo que nos da provecho es parte del mandamiento fundamental de amar al prójimo.
Por supuesto que en ambos casos, amor propio y amor por otro, no está permitido realizarlo causando algún daño innecesario, ni a sí mismo ni a otro.
Te lo explico.
Si para dar dinero al necesitado en la calle, del ejemplo anterior, tengo que dejar de comer yo mi almuerzo y eso me provoca malestar, dificultades, o alguna otra cosa evitable; entonces, o no le doy dinero al necesitado, porque yo estoy primero en la lista de preferencias, o le doy un poco, para que me quede lo suficiente para no causarme daño.
Esto que para algunos santurrones sería “pecaminoso”, egoísta, infernal; es en verdad una acción sagrada, porque me resguardo de deterioros que son soslayables e innecesarios.
Claro que, si el necesitado está evidentemente al borde de la muerte por inanición, él se convierte en prioridad, porque está en riesgo su vida y no peligra la mía si paso hambre unas horas más.
¿Se entiende?
Lo importante es que no caigamos en las trampas del Ietzer haRá, alias el EGO, que pretende que por aparecer como más santos terminemos siendo unos patanes carentes de conciencia espiritual.
Que por detentar un podercito estemos cayendo en impotencia.
Es importante que esto sea comprendido pues nos evitará montón de dramas en nuestra vida, aquí y en la eternidad.
Tenemos pues que, existe un egoísmo positivo y que es sustancial,
pero si se pasa de la raya, he ahí el problema.
Debemos aprender a moderar nuestros pensamientos, palabras y acciones para que no traspasemos los limites de lo equilibrado y nos transformemos en pecadores vestidos de santos.
La intención del precepto de amar al prójimo como a sí mismo es manifestar a Dios en este mundo, lo dice el mismo versículo que estamos estudiando.
Por lo cual, al amarnos, al amar al otro, al ser conscientes de nuestra identidad espiritual, al vivir de forma espiritual, estamos en el camino de realizar el cometido de toda la Torá.
Ahora bien, ¿qué tan posible es cumplir este mandamiento de la manera que lo hemos presentado?
¿Es posible desprendernos completamente de esperar alguna recompensa por nuestra acción?
¿Llegamos a ser realmente altruistas como para llegar a dar vida a este mandamiento?
Si analizamos al detalle los actos y motivaciones, ¿habrá alguno que esté limpio de anhelos personales?
No daré respuesta definitiva a estas preguntas, solamente la idea de que es muy difícil llegar a experimentar plenamente este mandamiento.
Pero la inteligencia espiritual está en dedicarnos a lograrlo y no a creer que hemos completado la misión.
Es decir, andar por el camino del perfeccionamiento y no sentarnos creyéndonos que ya hemos llegado a la perfección.
Porque cuando le metemos empeño, esfuerzo, dedicación, paciencia para cumplirlo, estamos en verdad cumpliéndolo en la plenitud posible de acuerdo a nuestra circunstancia actual.
Entonces, aunque no logremos anular el deseo de recompensa, en el camino de alcanzarlo está la misma recompensa.
Y esto se aplica a todo el resto de los preceptos y buenas acciones, hasta las que no representan un desafío tan inmenso como este de amar al prójimo.
Al mismo tiempo, ir aprendiendo a controlar nuestro egoísmo, para vitalizarnos con el que es positivo y evitando caer en las trampas del negativo.
Todo implica una gran tarea para elevarnos sobre nuestro Yo Vivido más rústico (personalidad) en construcción de uno más sincronizado con nuestro Yo Esencial (NESHAMÁ, espíritu, chispa de Divinidad).
Pero además, si en verdad a veces somos altruistas completos, sin esperar nada a cambio, tampoco con ello quedarnos contentos con nosotros mismos, durmiéndonos en los laureles, porque, quizás llegado un momento trágico, de desgracia (Dios no permita), nos asalte la idea: “¿para qué sirvió ser bueno si ahora nadie me ayuda?”. O cosas por el estilo. ¿Entonces?
Seamos trabajadores leales, humildes, constructores de SHALOM con acciones de bondad y justicia y no dejemos de trabajar, porque así es la cosa en este mundo.
Si este estudio te ha sido de relevancia, ama al prójimo donando a nuestro sitio: https://serjudio.com/apoyo
Muchas gracias.