«Entonces Balaam dijo al enviado del Eterno: -He pecado. Es que yo no sabía que te habías puesto en el camino, contra mí.»
(Bemidbar / Números 22:34)
Desde bebes somos máquinas de interpretación, absorbemos lo que recibimos a través de los sentidos (internos y externos) y lo vamos insertando en cajoncitos, lo etiquetamos, lo relacionamos con estructuras previas, algunas percepciones se borran, todas se desdibujan.
Por supuesto que el sistema interpretativo del bebe es rudimentario, se está formando. Cosa que hace incesantemente.
Así, vamos ensamblando nuestro sistema de creencias, el cual a su vez nos ensambla a nosotros.
Los adultos que nos atienden suelen ingerir en este proceso, a sabiendas o no. Por ejemplo, la beba está comenzando a andar por sus propios medios, se tropieza y cae estrepitosamente. Si la abuelita grita desesperada y la aupa con angustia, preguntándole si se lastimó, ¿qué le está enseñando? ¿Será lo mismo a si la buena señora revisa que esté bien la niña, al darse cuenta de que fue una caída habitual simplemente sonríe y dice algo como “arriba”? ¿Y qué pasaría si la abuela ni siquiera lanzara una miradita ante los quejidos y llantos de impotencia de la nena? ¿Y si la castigara por ser torpe y debilucha? ¿Y si…? ¡Cuántas conductas posibles que sin saberlo vamos aprendiendo e incorporando a nuestro sistema de creencias!
¿Te habías dado cuenta?
Nos habituamos a un modo de interpretar lo que sucede. A través de ese cristal vemos el mundo, el interno y el externo, por lo cual siempre nos llega una imagen distorsionada de las cosas y no las cosas como son en sí mismas.
No escuchamos la sinfonía cósmica, sino tan solo la precaria reproducción que en nuestra mente se ejecuta.
El sistema de creencias está allí, acurrucado, imponiendo su parecer.
Muchas veces ni siquiera es “nuestro” punto de vista, sino aquello que se ha estereotipado en nuestro inconsciente.
Por ello, suponemos, creemos, valoramos, juzgamos, imaginamos, e incluso miramos o dejamos de ver.
Estamos controlados por nuestro sistema de creencias, hasta en las cuestiones que requieren mayor razonamiento, imparcialidad, objetividad (en la medida de lo posible).
Por supuesto, y no podía faltar, el EGO está operando aquí; jugando con los sentimientos de impotencia y control.
El sistema de creencias nos da una ilusión de poder, porque nos permite comprender el mundo, lo que sucede.
Al mismo tiempo, nos deja indefensos, cuando nos hace sentir incapacitados, apocados, temerosos.
Es otra de las manifestaciones de nuestra zona de confort, allí en donde estamos a gusto incluso cuando no lo estamos.
Si el hecho se explica con nuestro sistema de creencias, estamos sosegados, no encontramos dificultades especiales.
Pero, cuando los hechos no encajan en los supuestos del sistema de creencias, se produce malestar, el cual puede ser respondido de diversas maneras: negarlo, explicarlo de modo insatisfactorio, denunciarlo, destruirlo, tergiversar los datos.
A veces se produce una incorporación de lo novedoso, sin provocar por ello rupturas o revoluciones.
Se amplió un poco la zonita de confort, extendiéndola hasta donde no produce angustia.
Se solidifica así el sistema de creencias, porque cambia apenas para no cambiar.
Cuando el sistema no puede responder, ni encuentra cómo integrar el hecho “ofensivo” o paradójico, ni las evasiones alcanzan, y la debilidad del sistema se impone; podría suceder un cambio de paradigma. Probablemente no con el primer problema, ni con el segundo, sino cuando la crisis ponga en evidencia la incapacidad del sistema.
Nace una nueva mirada, que le debe a la anterior alguna cosa, sea ésta manifiesta o no, porque del choque y desintegración de los elementos antiguos se construyó esta nueva síntesis.
Tal vez quedan resabios del viejo sistema, agazapados, confabulando para el retorno del pasado.
O tal vez sea una mirada perdida e incompatible con la realidad como se presenta ahora.
La nueva mirada se transforma, de inmediato o eventualmente, en el nuevo sistema de creencias.
A través del cual filtramos el mundo y lo armamos, a nuestra imagen y semejanza; en tanto nos vamos armando a nosotros con él.
Que sea nueva no implica que sea mejor o más acertada, es otra correa para nuestra expansión espiritual.
Esto acontece en la vida personal, en la comunitaria, en la global; entre intelectuales, estudiosos, científicos, artistas, deportistas, empresarios, trabajadores, etc.
Ahora, pongamos este conocimiento en la práctica a través de un ejemplo.
Sientes que el mundo es injusto y la gente mala; todo te sale al revés de lo que deseas; te traicionan a cada rato; vives desconfiando de todo y por todo.
No te animas a disfrutar, siempre encuentras algo que te arruina el placer del momento. Si no lo encuentras, fácilmente lo inventas.
Echas la culpa a tus padres, por supuesto, quienes te arruinaron la vida por x-y-z.
Echas la culpa al destino, a Dios, a los dioses, porque el mundo es injusto, ¿recuerdas?
Cada tropiezo es una evidencia de que tú estás en lo cierto; cada éxito es malogrado o explicado precariamente para ser sentido como un fracaso.
La amargura es constante, el sentimiento de impotencia también, las reacciones agresivas son diarias. Todo esto lleva a aumentar las dificultades de relación con los demás, a ser rechazado, poco querido, etc. Que resultan en confirmaciones del sistema de creencias, lo cual lo refuerza.
¿Te das cuenta del sistema de creencias que está operando aquí?
Si es así, ¿qué propondrías para modificarlo?
Luego de responder a esta cuestión, tal vez sea hora de revisar tu propio sistema de creencias, ¿no te parece?