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Para realmente saber es imprescindible involucrarse en aquello que se está deseando saber.
Por ello, no es casualidad que en el idioma de la Creación el verbo «ladaat», conocer, también significa la intimidad sexual.
Porque el conocer no puede quedar como un ejercicio mental solamente, como una bella relación intelectual; sino que necesita del factor emocional, del introducirse con el alma en el asunto y hacerse uno con él.
La energía que recorre solamente los canales mentales no basta para que la cuestión sea sabida, se precisa que se energice también los canales emocionales.
Siendo así, una persona puede memorizar datos y en una educación a la vieja usanza tener éxitos escolares, puesto que se borroneaba todo lo que fuera el involucrarse con el alma y se exigía solamente memorizar y repetir. Tener la disciplina de mantener la creatividad a raya para usar las potencias en la retención mnemónica de datos y procedimientos para almacenarlos y vomitarlos luego.
Pero, así no se aprende realmente, solamente se memoriza y se ejecuta automáticamente. Se puede ser muy eficiente, pero carente de conocimiento desde el alma, falto de gracia y carente de chispa creativa.
Hay que atreverse a incorporar el conocimiento, a sentirlo, a pensarlo con las entrañas y no solo con el seso. Hay que animarse a pelearse con los mensajes que nos dicen que debemos aprender, extraerles el jugo, extirparles los demonios, sanarles las heridas, apropiarnos del saber y de esa forma apropiarnos de una mejorada versión de nosotros mismos.
Y no, no es una cuestión tampoco de fe o de cosas místicas.
Sino de vibrar con el amor al conocimiento, darle vida a los hechos, discrepar con las verdades que se presentan como indudables.
Ya habrá tiempo de aceptar que estábamos equivocados, o quizás descubramos que podemos tener una pizca más de saber que nuestros maestros.
Sin perder la humildad, siempre con respeto y ansias de aprender.
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