Shabbat: Adar 27, 5767; 17/3/07
Todo bajo la Luz correcta
Nos testimonia nuestra parashá:
«Entonces llamó Moshé a Betzalel, a Aholiab y a todo hombre sabio de corazón en cuyo corazón el Eterno había puesto sabiduría, y todos aquellos cuyo corazón les impulsó para acercarse y llevar a cabo la obra… Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Yehudá, hizo todo lo que el Eterno había mandado a Moshé«
(Shemot / Éxodo 36:2, 38:22)
Betzalel era un artista perfecto, pues no solamente era hábil en la plástica, no se centraba en la estética, no buscaba el elogio de su obra, no perseguía la fama o el dinero, era algo más que un creativo diseñador.
Betzalel era un artista difícil de emular, pues había trabajado y perfeccionado cada uno de los cinco planos de su vida.
Era extraordinario el dominio que había conseguido en la manipulación de la materia. Con experta calidad empleaba diferentes tipos de instrumentos y herramientas para conseguir plasmar en el plano material aquello que estaba en su mente.
En su desarrollo personal había comprendido que lo físico es una faceta de nuestra existencia, un plano más para nutrir y tener en cuenta, pero que no es la finalidad de la vida.
Lo material es un ingrediente más de la gran receta que lleva a la vida correcta.
Sabiendo esto, y viviendo en concordancia, se libera la persona de mucho estrés, presiones, temores.
Según instituye la Torá:
«Cuando hagas lo recto ante los ojos del Eterno.»
(Devarim / Deuteronomio 21:9)
Sus emociones estaban armonizadas. Así, canalizaba toda partícula de energía anímica hacia la consecución de sus metas.
No presentaba conflictos internos, emocionales.
Había educado a su corazón a no afanarse en dominar con exceso, sino a medirse y confiar en la divina Voluntad.
De esta manera, no malgastaba energía en dudas, indecisiones, pensamientos primitivos (sentimientos) nocivos, fatigosas búsquedas de inalcanzables tesoros.
Todo su ser estaba enfocado en aquello que era su Norte.
Al quitar la piedra de tropiezo que es el afán desmedido del dominio del prójimo, se quita también la posibilidad de caer en errores trágicos, se aparta de la falta de comunicación, se aleja del engaño y la falsedad y se acerca a pasos agigantados a la plenitud del compartir con el prójimo.
En palabras del inspirado consejero:
«Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él emana la vida.»
(Mishlei / Proverbios 4:23)
En el plano social, Betzalel había alcanzado el punto en el cual no convierte el dictado de la sociedad en una máscara para su identidad.
No era pedigüeño del aplauso ajeno, no codiciaba honores, no desplegaba con orgullo títulos, no temía a ser aquel que mejor podía ser.
Su conducta era amirable en su colectividad, pues era armoniosa internamente y espiritualmente.
Como consigna el Salmo:
«Bienaventurados los íntegros de camino, los que andan según la Torá del Eterno.»
(Tehilim / Salmos 119:1)
Su mente estaba centrada, no perdía tiempo en reuniones de holgazanes ni en charlas de burladores.
No se encerraba en una prisión mental, fanatizándose, negándose a dialogar. Sino que era un hombre capaz de abrir puertas, y cerrar aquellas que no son de edificación. Conversaba con altura, sin por eso perder su calidez humana. Era capaz de discrepar, de oponerse, pero con argumentos y razonamientos, no solamente por dictados de su emotividad, no se aprisionaba a esloganes ni se subordinaba a los mandatos de hombres detestables.
En fin, era una persona de mente abierta, y como tal, construía en todo el sentido de la palabra. Cuando debía criticar, destruir, eso era lo que hacía con su mente lúcida, pues sabía que la edificación comienza con la demolición de lo ruinoso, o con la excavación para fortificar los fundamentos, o con la ampliación del buen material que se ha recibido de otros.
Como consignara el Predicador:
«El sabio tiene sus ojos en su cabeza, pero el necio anda en tinieblas.»
(Kohelet / Predicador 2:14)
No temía a lo desconocido, no se amargaba por la incertidumbre, la ansiedad no perturbaba su aliento, la angustia no carcomía sus entrañas.
Pues, él ponía su confianza plenamente en el Eterno.
Indagaba en las enseñanzas de Torá que le eran accesibles, mantenía una vida de fidelidad a los mandamientos y no dirigía su espíritu hacia otro que no fuera el Eterno.
Una persona así, sumida en una adhesión sincera y completa al Padre celestial, vive al máximo su vida, goza de lo que tiene permitido, en tanto que no anhela lo que le está vedado.
En equilibrio mantiene su espiritulidad, nutrida a satisfacción y por tanto irradia rayos de gozo sublime por todas las arterías de su existencia.
En palabras del inspirado salmista:
«El Eterno es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? el Eterno es la fortaleza de mi vida; ¿de quién me he de atemorizar?»
(Tehilim / Salmos 27:1)
Por todas estas virtudes Betzalel estaba al amparo, a la sombra del Eterno, constantemente.
Era el mejor capacitado para llevar a cabo la obra de preparar el Santuario con sus objetos sacros.
A pesar de su grandeza, pues él alcanzó un grado enorme de perfección, no se corrompió detrás del poder ni se creyó más que el resto. Por el contrario, estuvo acompañado por numerosos hombres y mujeres de bien, sus colaboradores en la tarea. Siempre adhirió a las enseñanzas de su maestro Moshé, no lo ofendió ni destrató. Y, principalmente, no dejó de reconocer su lugar, de siervo e hijo del Eterno.
¿Cuánto nos falta para llegar a un equilibrio así en nuestras vidas?
¡Les deseo a usted y los suyos que pasen un Shabbat Shalom UMevoraj!
¡Qué sepamos construir shalom!
Moré Yehuda Ribco
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