Proclamar la alabanza

«עַם־זוּ֙ יָצַ֣רְתִּי לִ֔י תְּהִלָּתִ֖י יְסַפֵּֽרוּ: ס
Éste es el pueblo que Yo he formado para Mí; ellos proclamarán Mi alabanza.»
(Ieshaiá/Isaías 43:21)

El Eterno es el Creador.
Todo ha sido creado por Él.

De aquello que nació durante el proceso original de la Creación se ha desarrollado todo este universo que conocemos, y toda la inmensa infinitud que ignoramos del mismo.

Usando los ladrillos de la naturaleza hemos nosotros agregado nuestra huella en la Creación.
La impresión del hombre en medio de la Creación, para bien o para mal.

Como hijos del Eterno, que somos todos, estamos colaborando con la obra de perfeccionar el universo.
Para no perder el rumbo correcto, es imprescindible atender los llamados de la conciencia espiritual/ética.

Como esa voz sagrada suele estar silenciada por los ruidos del EGO, es que tenemos también de forma explícita los mandamientos del Eterno, que nos permiten orientarnos para llegar a escoger la senda apropiada.
Siete Mandamientos ha dado Él a todos los hijos de las naciones, los gentiles.
Como ha dado 613 mandamientos al pueblo judío.

Cada uno de esos dos códigos manifiestan la Voluntad ética/espiritual: revelan lo que está inscrito en la esencia de cada humano.
No son leyes externas, ajenas, contrarias a nuestro ser; por el contrario, son la expresión más clara y fiel de nuestra más sagrada identidad.

Con un gran esfuerzo de despojo de máscaras y cáscaras del EGO, quitándonos nuestra personalidad, podríamos encontrarnos con este código interno.
Pero es una tarea titánica, imposible para el hombre en general.

Por ello, el Eterno en Su infinita Bondad nos ha revelado el código ético/espiritual, para que nos podamos ver al espejo de la eternidad.
A través de los mandamientos es que podemos descubrir la versión más bella y perfecta de nosotros y nuestra unión cósmica con todo lo creado, así como con el Creador.

Por tanto, en lugar de ver a los mandamientos como dogmas o ritos religiosos, o como imposiciones despiadadas que nada tienen que ver con nosotros; mejor sería que empezáramos a contemplarlos en su espectacular belleza y poder.
Nos revelan la Voluntad Divina que duerme en cada chispa de nuestro ser.

Al conocer, respetar y cumplir los mandamientos, nos sincronizamos con el ritmo sagrado de la Creación, por lo cual estamos realizando la tarea correcta, como hijos y asociados del Padre.
Gracias a esto, podemos transformar nuestro Yo Vivido en una notable caracterización de nuestra NESHAMÁ.
Es la manera razonable y saludable para llevarnos a la armonía interna y externa.
Es el manual práctico y sagrado para convertir al mundo en un paraíso y a cada criatura en enviado de Dios.

Pero, el EGO sin quererlo nos atrapa en celditas mentales y nos encarcela en Yoes Vividos que son confusos disfraces que ocultan nuestro esplendor.
Estamos en exilio, el alma en pena por no sentir la LUZ de la NESHAMÁ.
El cosmos enfermo, porque el hombre ha enfermado al rechazar vivir de acuerdo a su esencia sagrada.

Todos los hombres son NESHAMÁ encarnada en cuerpos y sin embargo, algunos operan para la destrucción, lo cual, obviamente es lamentable y atenta contra el Plan.
Sin embargo, no sabemos cómo de lo hecho y que está lleno de sombras, puede brotar manantiales de luz que nos conectan con la LUZ.

Por tanto, hasta aquel que está sumergido en el abismo más profundo puede encontrar la senda de la TESHUVÁ, de reencontrar su identidad esencial y así volver al Padre.
Lo mismo para cualquiera de nosotros, sin importar que tanto estemos alejados de la LUZ, pues nunca estamos desconectados de ella.

Así pues, si te sientes en pena, en exilio, enajenado, solitario, ligado a alguna religión, fanatizado, pecador;  igualmente tienes la opción de alabar al Eterno.
No está todo perdido, aunque parezca estarlo.

Puedes cantar las alabanzas del Eterno, no porque Él sea un egocéntrico que se regodea con ellas; sino porque cada alabanza a Él que proviene de ti, es una cortina oscura que se descorre y te permite recibir algo más de la LUZ de la NESHAMÁ.
Que tus acciones, tal como las palabras y pensamientos sean de alabanza, pero ¡no de religión!

La manera más segura para realizar la alabanza correcta, de restaurar el alma a la senda espiritual, de devolver al mundo su radiancia,
es dedicarnos a construir SHALOM, interno y externo.
Actos de bondad y justicia,
de ambos en equilibrada medida.

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