Santidad en todo

«זֵ֣כֶר צַ֭דִּיק לִבְרָכָ֑ה וְשֵׁ֖ם רְשָׁעִ֣ים יִרְקָֽב:
La memoria del justo para bendición, pero el nombre de los impíos se pudrirá.»
(Mishlei/Proverbios 10:7)

En la Tradición que el judaísmo preserva, transmite, vive, se sabe con rotunda claridad que santidad significa “conexión con Dios” y que todo está conectado a Él.
Todo, hasta aquello que a nuestro ojo está más lejano, hundiéndose en el portal 49 de “tumá”.
Cada partícula, cada onda energética, cada estructura desde la más simple a la más compleja, cada brizna de la dimensión espiritual también guarda su conexión, aunque la criatura (cosa o ser) se encuentre sumergida por innumerables capas de oscuridad y se mueva en dirección al apartamiento. Igualmente su lazo sagrado está preservado y es inquebrantable.

También en el ser humano, que hasta donde sabemos es el único ser que tiene la capacidad de negarse adrede a seguir la senda ética/espiritual, y por tanto también el único que es capaz de seguir por decisión voluntaria.
Cada persona, hasta el más perdido en sombras y violento en contra de todo lo sagrado, igualmente preserva esa chispa de divinidad, por más que la niegue, la oculte, haga todo lo que esté a su alcance para erradicar la LUZ del mundo.
Sí, también el hombre más abyecto y aberrante, el cual legalmente merece el máximo castigo que determine la justicia, también ese en alguna parte perdida y recóndita contiene la chispa sagrada.
Sí, también el que filosofa, o meramente ladra, consignas anti judías, asesina inocentes, proclama toda clase de supersticiones y religiones como verdades máximas; también ese desecho de humanidad en alguna zona de su abismal maldad contiene el rayo divino de santidad.
De hecho, nosotros no podemos saber cuánto de esa rebeldía y confusión finalmente pueden provocar el mayor resplandor de la santidad, la afirmación de Su Presencia en este mundo.
¿Eso significa aprobar cualquier acto reprehensible y criminal?
¡Por supuesto que no!
Por algo el Eterno ha encomendado que tengamos sistemas de justicia y apliquemos la ley para que sea establecido el SHALOM. No depende de Dios, depende de nosotros educar para el bien y encaminar al extraviado, así como proveer de correctivos y castigos a los que son pasibles de tal. Todo de acuerdo a la ley, en el marco de la justicia, por supuesto.
Y sin embargo, no debemos perder de vista que también en ese ser espantoso, o errado, o confundido, o negador, también en él está la chispa divina clamando para alumbrar con intensidad y liberarse de las pesadas cortinas que la conducta malvada le impone como murallas.

¿Quién sabe cuán lejanos estamos nosotros mismos de ser espejos brillantes de nuestra resplandeciente conexión sagrada?

La vida entera hemos de dedicarla a la TESHUVÁ, el retorno, el perfeccionamiento, el permitir que nuestro Yo Vivido esté cada vez más en sincronía con el Yo Esencial (NESHAMÁ).
Porque se traduce generalmente teshuvá como mero arrepentimiento, es decir, aquel que ha pecado se disculpe y no cometa más la acción negativa.
Pero eso es solo un pequeño fragmento de lo que es TESHUVÁ, que implica algo mucho más fundamental y que no precisa de pecados para ser puesta en marcha.
Es comprometerse con el tikún, perfeccionamiento, mejoramiento, buen funcionamiento de todo el sistema, desde lo micro a lo macro, interno y externo.
Saber que somos parte del Eterno, estamos unidos a Él y por tanto hemos de comportarnos como lo que somos: Sus hijos.
Hasta el que se encuentra en el pozo abismal, mortificado por sus pecados es un hijo que espera ser redimido y reencontrar su verdadera esencia.
Hasta el que anda por las sendas del Eterno precisa de ese reencuentro con su verdadera identidad.

Dejar la desesperación de sentirnos perdidos y sin sentido.
Entender que somos parte de una unidad universal.
Comprender nuestra santidad y la del prójimo, así como lo de todo lo existente.
Dejar de lado la oquedad de los rituales, el seguir proclamas de fe, adorar ídolos, escondernos en supersticiones, adoctrinarnos para borrar nuestro recuerdo de ser santos.
Trabajar para que esa unidad y santidad se manifiesten, no solamente en palabras, sino también en acciones concretas, redentoras.
Porque de esto, precisamente, se trata la redención, la Era Mesiánica.
De descubrir la santidad en todo y extirpar el mal, hasta el máximo de lo que podemos en este mundo.
Hagamos para que nuestro nombre, el de todos los que están en nuestra esfera de influencia, sea de bendición; ayudemos a rescatar a los de aquellos que están en camino de pudrición, para que sean redimidos, como pueden serlo.

Construyamos SHALOM, con pensamientos, palabras y acciones de bondad y justicia.
Seamos leales al catálogo de mandamientos que nos corresponde.
Aprendamos a ver la santidad, hasta en aquello oscuro y terrible, sin dejar de anhelar que sea aplicada la necesaria justicia.

Entonces estaremos haciendo realidad la máxima de los Sabios: “eveh dan et kol adam l’kav zejut» – “juzga a toda persona tratando de encontrarle méritos” (Pirkei Avot 1:6).
¿Entiendes cómo?

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Delallel

Partiendo por uno?

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