«Entonces el Eterno dijo a Avram [Abram]: ‘Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.
Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.»
(Bereshit / Génesis 12:1-2)
No intentaremos en este post abordar grandes ideas, ni rozar conocimientos densos y esotéricos. Trataremos de quedarnos en aspectos concretos, cotidianos, palpables, que puedan contribuir a una práctica diaria que nos brinde bienestar y bendición, aquí y en la eternidad.
Sea que existan casualidades o causalidades, que los accidentes sean solamente infortunios, o que todo forme parte de una trama misteriosa y harto compleja, lo cierto y comprobable es que cada circunstancia brinda un texto y un contexto para desplegar nuestro plan de vida en su integralidad.
El sentido de tu existencia lo construyes tú, con tus decisiones, con lo que haces o dejas de hacer.
¿Fue por casualidad? ¡Construye sentido!
¿Fue obra de la causalidad? ¡Construye sentido!
A cada momento, y de manera llamativa en aquello que rompe con la rutina, tenemos un texto que nos ofrecen los hechos, enmarcado en un contexto que brinda posibilidad para descifrarlo.
Ejemplo, cuando nos encontramos casualmente con alguien a quien hacía mucho tiempo no veíamos, y al cual habíamos justamente recordado por estos días, podemos tomarlo como (a) un hecho pasajero y sin importancia, o (b) atribuirle una trascendencia misteriosa, o (c) aventurar explicaciones más o menos racionales. Cualquiera sea nuestra actitud ante el acontecimiento, estaremos actuando de acuerdo a nuestras creencias, reforzándolas, trabajando para darnos seguridad y un marco conocido dentro del cual movernos.
Si creo que no existe casualidad, sino solo causalidad, entonces obviamente no se me cruzará por la mente otra idea, y entonces el haberme topado con esa persona seguramente se debe a algún factor metafísico, que forma parte de un plan cósmico que me resulta inabarcable.
Si creo que existe el azar, pudiendo haber un Dios que opera en el mundo y ejerce Su influencia, entonces mi mente no se detendrá mucho rato en descubrir conexiones misteriosas, simplemente me permitirá vivir el momento.
Si creo que no puedo determinar si es casualidad o causalidad, pero que tal vez hay enseñanzas de todo tipo para extraer del suceso, entonces me las ingeniaré para hablar de sincronicidad, telepatía, indeterminismo, o vaya uno a saber que teoría o conjetura de aspecto racional que sirva para explicar en mayor o menor medida el suceso acontecido.
Y así como con este ejemplo, con cualquier otro incidente –habitual o extraordinario- que se te ocurra proponer.
Un retraso que provocó salvarse de una desgracia.
Encontrar un billete de lotería ganador.
Ser diagnosticado a tiempo para curarse de una enfermedad gravísima a causa de consultar por una molestia totalmente secundaria e irrelevante.
Conocer a la “media naranja” de visita en un lugar al cual no teníamos ninguna ganas ni interés de ir.
Etcéteras hasta el infinito.
En raras oportunidades aprovechamos para elaborar pensamientos reales, que corten con la repetición de la creencia, y nos aventure a preguntar sinceramente con el afán de encontrar respuestas igualmente sinceras (aunque éstas fueran disruptivas con nuestras creencias).
Sería estupendo tomarse unos minutos, si fuera posible, para hacerse preguntas acerca de lo acontecido, analizar y no meramente dejarse llevar por opiniones, creencias, la corriente, aunque pueda resultar más fatigoso y a veces doloroso, porque a la postre nos dota de mayor poder, de oportunidad de encontrar un tesoro de felicidad y resguardo.
Más allá de la metafísica, de las teorías y las creencias en fuerzas místicas que operan en el mundo, están las acciones (o meramente reaccionamos) ante los hechos que nos suceden.
Una de esas rutinarias circunstancias de nuestra vida es la forma preferida para llamar la atención de los demás.
Está quien lo hace a través del llanto, o sus derivados; quien con gritos, o sus derivados; quien con violencia física, o sus derivados; quien desconectando de la realidad, en cualquiera de sus vertientes; quien a través de acciones descentradas del egoísmo, en cualquiera de sus facetas.
Aquello que le ha funcionado para llamar la atención, es lo que probablemente seguirá haciendo.
¿Es la docilidad?
¿Es la rebeldía?
¿Es la camaradería?
¿Es la complicidad?
¿Es la extorsión?
¿Es la palabrería densa?
¿Es la queja?
¿Es el autoritarismo?
¿Es la descalificación de otros?
¿Es la auto degradación con la consiguiente lisonja del otro?
Así cada uno podría descubrir a qué apela de manera más cotidiana para obtener esa atención tan necesaria, casi como el pan cotidiano.
Al vernos en el espejo y reconocer cómo nos comportamos, en algo tan básico y primitivo como el pedido de atención, seguramente nos sorprenderíamos en alguna de las siguientes categorías:
- Nos mimetizamos con el comportamiento de alguno de nuestros padres, o de otras personas de referencia de nuestra infancia/actualidad.
- Nos comportamos como complementarios a aquellas personas.
- Nuestro comportamiento es el antagónico y totalmente contrario al que seguían esas personas.
- En algunas muy raras excepciones no podremos encontrar ninguna de las anteriores, sino una por completo ajena.
De paso, podrías hacer el ejercicio de recordarte cómo lo hacías en tu infancia y cuáles eran las reacciones que brotaban de aquellos a los que pretendíamos llamar la atención.
¿Te animas a hacerlo?
Cuando podemos visualizar todo esto, hacernos preguntas al respecto, darnos cuenta de cómo estamos creyendo, actuando, reaccionando a los demás, quizás tendremos oportunidad de mejorar nuestra vida y la de nuestro prójimo.