El Yo Vivido se forma a partir de las experiencias, de nuestras relaciones, de nuestros sentimientos enrollándose con “la realidad”, de lo que vamos haciendo y dejando de hacer.
Cambia, se le suman capas, engorda, se llena de grasa, se complejiza, de acuerdo a las máscaras que vamos incorporando y luego asumiendo como identidades.
Luego, con el correr de los años y el engrosamiento del Yo Vivido, seguramente va inmovilizándose, petrificándose, haciéndose más y más rígido e inflexible. Pareciera haberse convertido en la “personalidad” de la persona, en su “yo”.
Como que pierde el rastro al hogar sagrado, a la propia neshamá –espíritu-, a la esencia pura divina del ser. Allí queda, en el fondo, intacta, intachable, luminosa, en conexión con el Eterno, pero apenas tomada en cuenta por el resto de la organización personal.
La que debiera ser capitana y rostro, es una presencia solapada, como ausente.
La persona depende del aplauso externo en vez de valorar la tibia voz que lo arrulla desde su profundidad. Escoge por los clamores de pastores mentirosos, farsantes, engañadores, piratas de la fe, en lugar de refugiarse y prosperar en el abrazo de su espiritualidad sagrada.
Se desespera por recibir muestras de amor, atención, respeto, honores, coronas, gratitud, regalos, gestos que le indiquen que tiene algún poder.
En su ansia hasta le satisface la crítica nefasta, el golpe, la vejación, el insulto, la humillación, el ser manipulado, el negarse, el desvanecimiento, la violencia, con tal de recibir una demostración de existir.
La mayor bendición no está fuera, ni en lo pasajero, sino en la conexión con uno mismo, en sintonizar y armonizar sus planos de existencia, en vivir de acuerdo al AMOR, conectado al prójimo y así con el Eterno. Cuando se comprende que no es la senda del EGO la que lleva a la felicidad, a la plenitud, al goce del momento y de la eternidad, y porque se comprende se actúa en consonancia, entonces quedan de lado las manipulaciones y vicisitudes, se vive el presente en eternidad y paz. Se actúa a cada momento con bondad Y justicia, con ambas, siendo leales a la neshamá, porque así uno es leal a sí mismo y a Dios.
No es necesario misticismos, ni seguir a líderes religiosos, ni congregarse con otros “fieles”, ni andar predicando “palabras” entre los “infieles”, ni estudiando textos enrevesados, o aprender palabras en otros idiomas, ni vivir de poses. Nada de ello es AMOR, ni esencia, ni conexión con Dios. Todo ello máscaras, EGO, vanidad de vanidades, pero que en su ceguera el hombre considera monumentales e indispensables.
El EGO retiene, inmoviliza, infantiliza, provoca cambios que no son más que espejismos para mantener a la persona en siniestra esclavitud.
Hay tiempo para cada cosa, tiempo para crecer también, para dejar la dependencia del EGO, para asumir la senda del AMOR. AMOR, que no es un sentimiento, sino un accionar en la vida concreta, una ocupación asertiva para lograr el bienestar del prójimo sin esperar nada a cambio, y sin dañarse a uno o a otros en esa tarea. El EGO no permite el amor, se opone, se disfraza del mismo, se hace pasar por libertad cuando es esclavitud, se disfraza de espiritualidad cuando no es más que religión, se presenta como frase profunda y no es más que un cliché melindroso. El EGO retiene, atrapa, pone cadenas y la persona no crece. Quien no crece, empantana a los que están a su lado. El EGO se expande, o reverbera en los demás. El ambiente se llena de ansiedad, frustración, ira, maltrato, hastío, reproches, culpas, todo lo que estorba al AMOR.
El EGO es la senda de la infelicidad, del nunca estar satisfecho, de vivir deseando y aferrándose, de negar la vida con la excusa de sobrevivir.
El AMOR es la senda de la felicidad, de compartir, de soltar, de dar espacio, de ayudar a madurar, de acompañar, de servir, de agradecer, de recibir sin penas ni reproches.
El EGO es esclavitud, el AMOR es libertad.
Pero el EGO no deja ver las cosas con un cristal puro, sino que lo enturbia con pasiones, falsas ideas, creencias, doctrinas, dogmas, miedos, amenazas, impotencia. Se está a la espera del aplauso de afuera, de la confirmación de que uno vale y puede, de que uno tiene poder. Esclavitud, pesar, muerte en vida.
Y se puede cruzar el puente, para vivir a la Luz del AMOR, pero no se hace. Están las mil excusas, todas inteligentes, comprensibles, admisibles, pero solo excusas para cambiar sin cambiar, para quedarse sin estar. EGO.
¿Estoy yo libre del EGO?
Es una pregunta que tú te puedes hacer a diario, como yo me la hago.
La respuesta es… no, pero trato de trabajar en ser más libre, en vivir más a la Luz del AMOR.
No es fácil, no es simple, no es una senda de solo subidas, no se está en “buena onda” todo el tiempo… el EGO sigue presente, tal como la neshamá lo está. Sin embargo, entre estas dos presencias constantes hay grandes diferencias, te menciono un par. La neshamá es eterna, estuvo, está y estará más allá de nuestro estado mundano. La neshamá es intachable, incambiable, no recibe daños ni imperfecciones. La neshamá es nuestro ser esencial, el EGO un disfraz.
Construye tu mundo, concéntrate en hacer tu parte, controla lo que tienes bajo tu dominio, sintoniza tus dimensiones, pide ayuda, da una mano, sé constructor de shalom.
El aplauso vendrá por sí solo, o tal vez no. La atención que recibirás será elocuente, o tal vez no. Los beneficios materiales serán inmensos, o tal vez no. Sea así o asá vivirás siendo bendito y de bendición.
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