Cuando encendemos las velas de la januquiá en Janucá, ¿pensamos realmente en lo que significa este acto? Más allá de la historia conocida, de los Macabeos y del aceite que duró ocho días, esta celebración contiene profundos mensajes espirituales que impactan nuestras vidas cotidianas.
¿Milagro o mensaje interno?
El aceite que encendió la menorá en el Templo no es solo un símbolo externo de un milagro. Representa nuestra capacidad de descubrir esa chispa oculta, la luz interna que se esconde incluso en los momentos más oscuros. Cada vela que encendemos es un recordatorio de que, al igual que la luz se multiplica noche tras noche, podemos crecer espiritualmente, superar desafíos y expandir nuestra capacidad de iluminar al mundo.
El shamash y nuestra misión personal
En la januquiá hay un detalle accesorio, pero que suele resultar de fundamental usabilidad: el shamash, la vela que sirve para encender a las demás. Nos enseña que nuestra misión como individuos no es brillar para nosotros mismos, sino ser fuente de luz para otros. No es casualidad que esté separada de las demás velas; es un modelo, un guía, un símbolo de liderazgo humilde y dedicado al bien común. Por supuesto que la idea halájica al respecto de la distinción y uso del shamash es otro, pero cuando queremos buscar simbología y significado, nos alzamos por encima de la letra.
Unidad en la diversidad
Janucá no es solo una fiesta individual, sino una oportunidad para reforzar nuestra identidad como pueblo. Cada vela representa una parte única del pueblo judío, diversa pero conectada. A través de esta unidad, reflejamos un principio significativo: aunque cada uno tiene su propio lugar y propósito, todos juntos creamos una luz que trasciende lo físico.
La luz que nos desafía
Janucá nos desafía a mirar más allá de la superficie. Las luces de la januquiá no son para nuestro uso práctico, como lo recitamos en el Hanerot Halalu. Son para contemplar, para reflexionar, para inspirarnos. ¿Qué estamos haciendo para que esa luz brille no solo en nuestras casas, sino también en nuestras acciones diarias, en nuestras relaciones y en el mundo que nos rodea?
Conclusión: no es historia, es presente
Janucá no es solo un evento que ocurrió hace miles de años; es una invitación constante a transformar nuestra realidad, a encontrar nuestra luz interior y a compartirla con el mundo. Que la luz de Janucá nos inspire a recordar quiénes somos y hacia dónde debemos dirigirnos.
Porque el verdadero milagro no está en el aceite que ardió ocho días, sino en nuestra capacidad de encender las llamas del alma, una y otra vez.
¡Feliz Janucá!
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