«וְזָֽכַרְתִּ֖י אֶת־בְּרִיתִ֣י יַֽעֲק֑וֹב וְאַף֩ אֶת־בְּרִיתִ֨י יִצְחָ֜ק וְאַ֨ף אֶת־בְּרִיתִ֧י אַבְרָהָ֛ם אֶזְכֹּ֖ר וְהָאָ֥רֶץ אֶזְכֹּֽר: Yo me acordaré de Mi pacto con Iaacov [Jacob], y me acordaré de Mi pacto con Itzjac [Isaac] y de Mi pacto con Avraham [Abraham]; y me acordaré de la tierra.»
(Vaikrá/Levítico 26:42)
Luego de terribles descripciones del pueblo judío vapuleado, echado de su tierra, diseminado, atacado, perseguido, asimilado, maltratado, casi extinguido, llevado al límite del abismo Dios promete la restauración del mismo en la tierra que le corresponde.
También la tierra de santidad padeció durante ese exilio, porque su esencia se manifiesta cuando su pueblo habita en armonía en ella.
Promete, y no falla en cumplir, el Eterno que el retorno será en plenitud, para dicha, bienestar y bendición.
Florecerá nuevamente el desierto, los campos se llenarán de vigor existencial, la tierra será dichosa con la presencia de sus moradores judíos.
Así como se restablecerá el pueblo en su magnificencia, soberano, independiente, vital, trascendente.
Todo esto fue dicho y prometido por el Creador hace 3330 años y la parte negativa se cumplió, lamentablemente al pie de la letra. Pero, ahora nosotros somos testigos también del amanecer de la nueva Era, la Mesiánica, donde se están haciendo visibles y palpables las declaraciones del Señor.
Hemos regresado con vida desde el infierno de la Shoá, volvimos desde todos los confines de los exilios, formamos poderoso músculo y brillante seso allí donde solamente quedaba huesos resecos y mortecinos.
Hoy la promesa Celestial no es una esperanza nada más, sino que es un hecho evidente; cuando todos los dados estaban echados en contra de Israel y el pueblo judío, de la nada misma renació el esplendor de la tierra y el vigor de sus verdaderos habitantes, los hijos de la Familia Judía.
Todos daban por sentado el fin del judío, errante y masacrado; todavía quedan restos de infames pretendiendo acabar con la Presencia Divina en el mundo.
Pero hay Alguien que tiene otros planes, y por ello, aunque el hombre tropiece y confunda las rutas, Él es firme así como Su promesa lo es.
Israel renació y no volverá a estar sin sus amados hijos, los judíos.
El pueblo judío renació de las cenizas, retomó su sendero y nadie podrá obstaculizar la misión de descubrir la LUZ para sí y todas las naciones de la tierra.
Porque el Eterno se “acordó” de Su pacto con Iaacov, y Su pacto con Itzjac, así como se acordó de Su pacto con Abraham y también de la tierra se acordó.
Lo que puede ser interpretado de varias formas, una de ellas es la siguiente.
La redención cuajó cuando Iaacov, el “judío de la calle” se manifestó; que es aquel que sufre mil y un percances y mil y dos veces se levanta y sigue avanzando. El que padece todo tipo de contratiempos y angustias, sufre y se estremece, pero lleno de resiliencia encuentra la vuelta para no ser vencido por el desastre y la impotencia. El judío simple que no aspira a grandes cosas, simplemente a ser él junto a los suyos. A disfrutar lo que le corresponde, sin meterse en problemas con otros. Pero al que la vida le regala sinsabores, como si tuviera algo en su contra. Y sin embargo, sigue danzando, cantando, loando al Creador. Se enjuga las lágrimas, saca fuerzas de vaya a saber donde y da un paso más hacia la meta anhelada.
Y la redención también se basó en aquellos Itzjac, los judíos que fueron víctimas de los enemigos de Dios y del hombre, y no pudieron seguir adelante. Los que desaparecieron junto a las tribus perdidas, y los evaporados en las expulsiones, y los asesinados en los pogromos, y los convertidos en cenizas en los campos de destrucción industrial maligna, y los individuos que anónimos encontraron un terrible final terrenal a causa de su identidad judía. Gente que no tuvo la chance de ser otra cosa que una víctima, pero que no por ello es menos valiosa que los que lucharon y sobrevivieron, o que dieron la lucha y terminaron sepultados por el dictador voraz.
Y la redención encuentra un pilar en los Abraham, el “judío de las altas esferas”, aquel que es estadista, piensa en grande, se codea con reyes y generales. El que no teme dar órdenes a emperadores, o poner en el banquillo de los acusados al mismísimo Dios. El que dirige masas y concibe mundos ideales. Aquel que también sufre junto a sus hermanos del llano, o quizás más, pero tiene hambre de grandeza; no por orgullo, vanidad o egolatría, sino como tarea sagrada de servir a sus hermanos del pueblo y a sus hermanos del mundo.
Y la redención también se afirma en los que no tienen interés en el ritual, ni en la historia, ni en las cosas divinas, ni en el recuerdo del pasado, ni siquiera en el judaísmo, pero se afianzan en su amor por la tierra de Israel. Dispuestos a sacrificios y duras condiciones, a trabajos pesados y noches de guardia. Listos para servir en el trabajo de la tierra, o en el avance de la ciencia, o para empuñar armas de defensa, dedicados a su tierra. Ni siquiera con algo parecido al nacionalismo de las naciones, sino con esa entrega por la madre, con una chispa sagrada que es ignorada pero que arde con fuerza en sus almas.
Así los judíos retornan a su tierra.
En el comienzo de la Era Mesiánica.
Con verdaderos milagros, pero sin aspavientos de magia y mitología.
Haciendo carne la palabra de la Torá, posibilitando que la Promesa Divina deje las letras sobre el pergamino para andar por las ramblas de Tel Aviv y las callejuelas de Ierushalaim, estudiando en metibot-ieshivot-kolelim, sembrando la vida, ideando tecnología, defendiendo al débil, apoyando la justicia…
Que el 50 aniversario de la reunificación de Ierushalaim, nos vea en paz, con salud, bienestar y disfrutando con más luz de la Era Mesiánica.
Lindo texto!
Naciones van y vienen, pero solo Israel permanece a pesar de los intentos de anular su existencia política y espiritual.
tal cual
Y los amigos del filosofo Hebrero Abraham somos cada vez mas nosotros mismos y no copias