En Uruguay tenemos días nacionales de celebración colectiva que me parecen muy extraños, por ejemplo, “Batalla de las Piedras”, que conmemora una importante victoria contra el opresor imperial, y que resultó en un hito en la historia de independencia para nuestra nación.
Supongo que otros países de América también tienen marcado en su calendario eventos similares: batallas, declaraciones bélicas, capturas de sitios de importancia, etc.
De hecho, tengo la impresión de que esto es algo mucho más antiguo y no se limita a esta región.
Miren el caso de Lag baOmer, o de Januca, hermosa fiesta que estamos ya en su cuenta regresiva para comenzarla.
La primera, tiene un origen que se pierde en la noche de los tiempos, pero los expertos apuntan a que se trata de un día de victoria militar de los independentistas judíos sobre los conquistadores romanos.
La segunda, es más clara en su cuna, pues está debidamente registrada como reconquista judía de relevantes partes de la usurpada Judea, así como el retorno a manos judías leales del Templo de Dios, en Ierushalaim. Algo así como el Iom Ierushalaim moderno, pero con esteroides. De hecho, hasta quizás pudiera tener algo de Iom haAtzmaut (Día de la Independencia del Estado de Israel) también.
Por tanto, Januca es una festividad de alegría que celebra la autonomía, la libertad, el vínculo eterno y sagrado de los judíos con la tierra de los ancestros, la que conocemos actualmente como Eretz Israel.
Sin embargo, para aquellos héroes militares, luego devenidos en políticos, la razón de sus afanes no era meramente material, no era exclusivamente de Este Mundo, pues ellos levantaban la bandera del ideal de vivir como judíos en la tierra judía. Su lucha, principalmente, era para preservar la cultura judía y el derecho a vivir como tales, sin imposiciones extrañas.
Por ello, una de las maneras que tuvieron para celebrar la victoria, fue encender las llamas de la Menorá en el recién liberado Templo. Que la luz ganara a la oscuridad. Que el mensaje de espiritualidad penetrara en lo más lóbrego de las angustias mundanales.
Ese gesto simbólico, fue el que cobró mayor preponderancia con el paso de los siglos y milenios.
Por razones históricas, que no vienen al caso comentar ahora, de a poco la faceta militarista se fue opacando, el triunfo militar fue siendo silenciado, sin acallarlo por completo.
Las vivencias del pueblo, las enseñanzas de los líderes y los avatares colectivos, llevaron a que las generaciones fueran afianzando el recuerdo (o la creencia) del milagro del pote de aceite que podía encender la Menorá por un día, pero logró mantenerla ardiendo e iluminando hasta por ocho días, hasta que el suministro natural de óleo fue logrado.
El exilio, la confusión, los traumas, las rencillas de facciones políticas y otros ingredientes más hicieron que Januca fuera la fiesta de la victoria de la luz sobre noche, del orden sobre el caos. Porque ese es el deseo que anida en cada llama que encendemos en la festividad. Hacer de este mundo, uno mejor. Cada vez más luminoso y donde se comparta la bendición en paz.
Pero, no olvidemos su real origen, el heroísmo, la dedicación de las vidas, el esfuerzo, la entrega, que fueron los ingredientes que lograron realizar el milagro, los milagros, entre los cuales se cuenta la supervivencia de los judíos contra todo pronóstico y que pudiéramos mantener nuestra identidad, a pesar de los pesares.
Que podamos vencer a nuestros terrores encendiendo llamas de liberación, cada día y cada noche.
Feliz Januca.
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