Parashá Kedoshim resumida 5782

Cada persona,  tal como cada nación, tiene una visión de su destino.  Forja la idea de un propósito, que le da sentido a su existencia,  que le impulsa a andar para adquirir esa plenitud imaginada.
Cuando falla en la construcción de esa idea motivadora, cuando no cuaja una visión auto superación y trascendencia,  la vida del individuo y del colectivo se empantana, y a veces produce crisis agudas.
El Eterno, en su infinita bondad y sabiduría, nos dio a los humanos la oportunidad de la autodeterminación, que podamos elaborar nuestra propia hoja de ruta, con el puerto al cual queremos llegar como meta final. Es también parte de Su bondad habernos dotado de los mandamientos para encaminarnos, para no quedar descarrilados o con un rumbo de negación de nuestra esencia espiritual.
Es así que desde el origen de la humanidad, Él entregó siete mandamientos para la humanidad, que siguen siendo vigentes y actuales. No se los debe ver como dogmas religiosos, sino como mecanismos para dar al humano conciencia y libertad, llaves para refrenar impulsos del EGO y permitir que los estímulos espirituales cuajen en nuestra vida terrenal.
A los judíos Dios dio 613 mandamientos, para que con ellos el pueblo judío pudieran hacer su propia tarea, la que incluye ser maestros de las naciones, sacerdotes del Altísimo, señales orientadoras para que todos los humanos encuentren el buen camino a casa.
Es así que en nuestra parashá, Kedoshim, el Eterno comienza con un mandato a los hijos de Israel: «¡Sean santos, porque Yo soy santo!».
Dios le dice a Su pueblo, a la familia de Israel, que espera que cada uno de nosotros seamos personas santas.
Con ello, nos está dando una finalidad, más allá de la que cada uno elaboremos para nuestra vida, debemos tomar consciencia de que tenemos una misión dada por el Creador.
Como judíos debemos hacer el esfuerzo de conocer esta misión sagrada y compatibilizar la propia, la que vamos construyendo de manera personal, con el propósito que nos ha dado Dios a cada uno de los hijos e hijas de Israel.

Pero, ¿qué significa ser santo?
¿Entendemos lo que significa ser santo?
Lo que el versículo da a entender es que Dios confía en los hijos de Israel para que sean espejos de Dios, que así como Él es santo, su pueblo Israel debe ser santo.
Pero, no dice con exactitud qué es la santidad, qué hace a una persona santa, qué se espera de nosotros.

Ahondamos en la parashá y no encontramos que se nos dé una respuesta directa, porque en ningún momento se define el concepto kadosh o kedushá, santo o santidad.
No viene acompañado el requerimiento sagrado de un diccionario que podemos revisar para comprender cabalmente los significados.
Es que, la Torá fue dada en el idioma que las personas que la recibieron entendían, por tanto, para ellos era claro que se estaba pidiendo al decirles que debían ser santos como Dios lo es.
Sin embargo, para nosotros puede sernos algo lejano, poco comprensible. O peor, podemos confundirnos y dejarnos llevar por creencias e ideologías que nada tienen que ver con el sentido original del texto.

Para aclarar el concepto, sin definirlo, la parashá detalla una larga lista de leyes y mandamientos, algunos de los cuales están relacionados con asuntos sociales, con reglas para las relaciones interpersonales, y otros son reglas para la persona en su relación con el Creador.
Ahora, con algunos ejemplos, quizás sea más claro el asunto.
Entre esas mitzvot encontramos: honrar a los padres, la observancia del día del shabat, la prohibición de la idolatría, la caridad, obsequios a los pobres, la prohibición del robo, la prohibición de engañar, la prohibición de extorsión, la prohibición de maldecir sordos, la prohibición de hacer tropezar al ciego, deber de establecer justicia, prohibición del chisme, prohibición de odiar al hermano en el corazón, prohibición de la venganza, respeto por los ancianos, comercio justo, la sexualidad espiritualmente saludable, amar al extranjero/converso y amar al prójimo como a sí mismo. Estos son solamente unos ejemplos.

A simple vista pareciera que no tiene ninguna relación con la santidad, pues, ¿qué hay en todo esto de especialmente extraordinario, místico, sobrenatural?
He ahí, precisamente, el quid del asunto.
La santidad no requiere de rituales extraños, palabras incomprensibles, retiros a lugares lejanos de la vida corriente, encerrarse en meditaciones cabalísticas o cosas similares.
La santidad es traer a Dios a nuestras vidas, a nuestro entorno.
Santidad es vivir de tal modo que la espiritualidad sea la brújula de nuestras acciones, pensamientos, palabras.
Y, recordemos, espiritualidad no es religión, ni siquiera se parece a ella.

Aunque la Torá no nos explicó explícitamente qué es ser santos, se entiende claramente el manual de instrucciones que está dando, pues la intención es que al cumplir estos mandamientos uno se vuelva una persona que se acerque a las virtudes de Dios, y con ello está siendo santa.



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