Parashat Itró 5782
El famoso Decálogo, más conocido como “los diez mandamientos”, comienza con Dios presentándose ante el pueblo de Israel, afirmando que ellos lo conocían desde que estuvieron en Egipto y que fue el autor de su liberación. Luego continúa con la segunda de las frases, con el mandamiento que dice que no debemos tener otro dios aparte de Él.
Resulta como innecesaria la segunda frase, porque, veámoslo bien: después de que el Todopoderoso se presenta que Él es Dios, que hizo milagros, que nos rescató de una tortura sin fin, que se hizo cargo de nosotros, entonces, ¿cómo se nos ocurriría suponer que hay otros dioses y adorarlos en su lugar, o además de Él
¿Se entiende la pregunta?
¿A quién se le ocurriría semejante tontería, de dar la espalda al Dios verdadero para correr a abrazar dioses que son solo fantasía y no poseen ningún poder?
Entonces, ¿qué necesidad de esa advertencia justamente después de que el Eterno se manifestara y se diera a conocer, nuevamente y sin dudas?
Vamos a intentar una respuesta, siguiendo las enseñanzas de comentaristas clásicos.
Estos maestros nos explican que las diez frases, con sus 14 mandamientos, en realidad son como el encabezamiento y no la obra entera.
Porque, recordemos, el pueblo judíos no recibió solamente 10 mandamientos, o 14, sino 613.
SEISCIENTOS TRECE.
Clásicamente se categorizan como mandamientos positivos, es decir, de accionar de alguna forma; y mandamientos negativos, o sea, de dejar de realizar alguna acción.
Así pues, existe el mandamiento de procrear, de traer hijos a este mundo y de criarlos, el cual es uno de carácter positivo.
Al mismo tiempo tenemos uno que nos dice que está prohibido asesinar.
Nos damos cuenta de que son parte de una misma idea: el valor inmenso de la vida humana, creada a imagen y semejanza espirituales del Creador.
Otro ejemplo.
El mandamiento positivo de honrar y respetar grandemente a los padres y maestros, que se complementa con el precepto negativo de no maltratarlos de ninguna forma.
Así podemos contemplar que esos binomios se encuentran en multitud de oportunidades.
Entonces, ante el claro saber y darnos cuenta de que solamente hay un Dios, al cual le debemos todo, lo complementamos con no permitirnos caer en la idolatría, que es adorar cosas existentes o irreales a las cuales les asignamos nosotros la cualidad de ser una deidad.
Vamos a llevar a la práctica este binomio que inicia el Decálogo.
Hay personas, que por diversas causas, que no pueden llegar al nivel de comprender que Dios es la realidad y que nos debemos a Él. Estas personas no están en condiciones, al menos por el momento, de cumplir con el precepto de saber que Dios existe y participa de nuestras vidas.
Pero, al menos tienen la oportunidad de no ir detrás de dioses falsos, de ideologías que alejan a la persona del buen sendero espiritual. Que no adore dioses extraños, que no los interponga en su relación existente o no, con el Todopoderoso.
También ocurre que algunas personas niegan a Dios, o su vínculo presente con nuestra realidad, como una forma de permitirse ciertas cosas que Dios no desea que hagamos.
Entonces, se niega a Dios, para de esa forma rechazar Su autoridad y hacer lo que venga en gana y complacer con ello al EGO.
Entonces, nos recuerda la Torá que no se vale hacer trampas al solitario, que por más que rechacemos a Dios, Él seguirá estando y siendo el Rey del universo. Por tanto, que seamos cuidadosos y no profanemos sus cosas sagradas, ya que si no podemos ser activos en construir un mundo terrenal que refleje el espiritual, al menos no destruyamos este mundo y nuestra oportunidad para encontrar nuestra verdadera identidad espiritual, eventualmente.
Esta enseñanza va más allá que de cuestiones teológicas, de creencias, de conexión con Dios; porque se aplica a todos las cuestiones de nuestra vida.
Un solo ejemplo, si no podemos hoy ayudar al prójimo, al menos no hagamos nada en su detrimento.
Shabat Shalom.
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