"Y al octavo día circuncidará la carne de su prepucio." (Vaikrá 12:3)
Nuestro patriarca Avraham (parashat Lej Lejá), fue el primero en sellar la señal del pacto existente entre el Eterno y el Pueblo de Israel a través del Berit Milá. Y quedó establecido (como mitzvá) que ese hecho sería señal perpetua, para todas las generaciones de Israel. Con las palabras de la parashá Tazría se confirma definitivamente esta mitzvá.
Nuestro Sabios legislaron acerca de los modos, procedimientos, reglas, oraciones, y todos los aspectos que encierra la simple frase de la Torá referida a la circuncisión. Podemos notar un hecho curioso en la bendición de la comida que se realiza tras la Milá, cuando se agrega el siguiente párrafo: "Que el Misericordioso bendiga al padre del niño y a la madre; que tengan el mérito de hacerlo crecer, educarlo y hacerlo erudito…"
¿Acaso primero hay que hacerlo crecer, criarlo, para recién entonces educarlo?
¿Acaso la educación no comienza desde antes de la gestación?
¿No sería lógico anteponer la educación a la crianza?
Ante estas dudas contestó R. Itzjak Diskin que mientras una persona es pequeña, para los padres es más fácil orientarlo, educarlo, entrenarlo y guiarlo. Pero, lo que intenta el Judaísmo es que las enseñanzas de la Torá transmitidas por los padres sirvan también para guiar a la persona cuando ya ha crecido, cuando es adulta y tiene relativa independencia de sus padres.
Por eso, ni bien nace el niño, ya en el mismo instante que se lo hace ingresar al Pacto entre H’ e Israel, se ruega del Eterno que los padres no sólo sean meritorios en la infancia de su hijo, sino que también sean bendecidos con el crecimiento del mismo, no sólo físicamente, sino también en su transitar por los caminos placenteros de la Torá.
Por lo tanto, los padres cuando sellan en la carne de su hijo el Pacto, asimismo se están comprometiendo a que la estadía del hijo en el Judaísmo no sea transitoria o temporal, mientras dura la niñez, sino que se esforzarán por educarlo siempre.