¡Shalom, queridos lectores!
Los invito a leer un breve resumen de los temas que trata nuestra parashá.
Tres días después de la circuncisión de Abraham a los 99 años, Dios se le revela. Abraham, sin embargo, rápidamente interrumpe el encuentro para preparar una comida para tres visitantes que aparecen en el desierto. ¡Sorpresa! Eran ángeles disfrazados de beduinos. Sin discriminar por apariencias, ni tampoco por creencias, sin poner la excusa de que tenía fiebre y estaba muy caluroso, Abraham va presuroso a atenderlos, con todos los lujos posible. ¡Sin saber que eran enviados de Dios!
Uno de ellos anuncia que Sara, la esposa estéril de Abraham, daría a luz un hijo en un año. Sara, incrédula, se ríe. Luego, la conversación continúa, hasta que se separan los ángeles, que parten para una nueva misión.
Dos de ellos iban a salvar a Lot y su familia y a destruir a las ciudades pecadoras de Sdom, Amor, Admá y Tzevoim.
Abraham ruega a Dios que salve a la perversa región de Sodoma. En una tensa negociación, termina el patriarca aceptando la justicia Divina. Dos ángeles llegan a la ciudad, donde el sobrino de Abraham, Lot, los recibe y los protege de la multitud encolerizada y enceguecida que desean dañar a los extranjeros, siguiendo la torcida costumbre de la ciudad. Los ángeles revelan su misión: destruir Sodoma, pero salvar a Lot y su familia. Al estar escapando de la hecatombe, la esposa de Lot, desobedeciendo la orden de no mirar atrás, se convierte en estatua de sal al contemplar la ciudad en llamas.
Tras refugiarse en una cueva, las hijas de Lot, creyendo que solo ellos tres quedaban vivos en todo el mundo, emborrachan a su padre para quedar embarazadas. De esta unión nacieron los ancestros de los pueblos amonita y moabita. Del pueblo de Moab, vendrá Ruth, muchos siglos más tarde, para entrar a formar parte de nuestra gran familia. De ella nació David, y con él, la estirpe mesiánica.
Luego, en la parashá, Abraham se muda a Guerar, donde el rey filisteo Abimelej toma a Sara (que le fue presentada como hermana de Abraham) para su palacio. Dios advierte a Abimelej en un sueño: devolvería a Sara o moriría.
Al poco tiempo, Dios cumple su promesa a Sara y Abraham: tienen un hijo, Itzjac («él se reirá»), el cual es circuncidado a los ocho días; Abraham tiene 100 años y Sara 90.
A causa de su constante conducta nefasta, violenta, rebelde, la concubina Hagar y su hijo Ishmael son expulsados y deambulan por el desierto. Dios escucha el llanto de Ishmael y revela a Hagar un pozo de agua.
Luego, Abimelej hace un pacto con Abraham en Beersheba, sellándolo con siete ovejas.
Finaliza la potenbte parashá cuando Dios prueba la fidelidad de Abraham ordenándole elevar a Itzjac en el Monte Moriá (el actual Monte del Templo). Abraham entendió que tenía que sacrificarlo, y estuvo dispuesto a hacerlo. Itzjac, también aceptó esa decisión, entendiendo que venía de parte de Dios. Cuando Abraham está a punto de hacerlo, una voz del cielo lo detiene. Un carnero es sacrificado en lugar de Itzjac.
Concluye la parashá cuando Abraham recibe la noticia del nacimiento de una hija para su sobrino Betuel.
Reflexión
¿Alguna vez te has sentido perdido en un mar de dudas, buscando un ancla que te sostenga? La historia de Abraham nos ofrece una valiosa lección: la confianza en algo más grande que nosotros mismos es el faro que ilumina nuestro camino en los momentos de incertidumbre. No se trata de una fe ciega, sino de una confianza activa que nos impulsa a tomar decisiones alineadas con nuestros valores más profundos.
Cuando enfrentamos dilemas, ya sean personales, profesionales o espirituales, la confianza en una fuerza superior nos brinda la claridad necesaria para elegir el camino correcto. Al igual que Abraham, podemos aprender a confiar incluso cuando las circunstancias parecen adversas. Esta confianza no solo nos fortalece individualmente, sino que también nos conecta con algo más grande que nosotros mismos, sea la divinidad, el universo o una comunidad de valores compartidos.
Para cultivar esta confianza, podemos:
- Conectarnos con lo sagrado: A través de la oración, la meditación o simplemente pasando tiempo en la naturaleza, podemos fortalecer nuestra conexión con algo más grande que nosotros mismos.
- Aprender y crecer: Estudiar las enseñanzas de sabios, filósofos y líderes espirituales nos ayuda a ampliar nuestra perspectiva y a descubrir nuevos significados en la vida.
- Servir a los demás: Al ayudar a quienes nos rodean, experimentamos un sentido de propósito y conexión que fortalece nuestra confianza.
Al cultivar la confianza en algo más grande, no solo encontraremos paz interior, sino que también nos convertiremos en agentes de cambio positivo en el mundo. ¿Estás listo para embarcarte en este viaje de autodescubrimiento y crecimiento?
¡Shabat Shalom!
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