Ayúdalo que te ayudarás

Vivimos en una época de irreverencia.
La modestia, el recato, el pudor parecen conceptos de un pasado anecdótico.
El lenguaje soez, la obscenidad, la procacidad, están a la orden del día.
Así mismo, el “desenmascarar”, el descubrir, el revelar lo que es secreto o privado, ya no nos extraña.
La difusión de la intimidad, la falta de límites entre lo íntimo y lo público, es tan corriente.
Sea en los medios masivos de comunicación, por la internet, en la calle, es lo más habitual.
La farsa, la payasada, la burla, el chimento, es corriente.
El desprecio hacia el diferente, el sometimiento de la mujer, la desfachatez, el elogio de los que hacen maldades, a nadie parece importunar.
(Mientras escribo esto pienso en muchos sucesos y eventos, pero no deja de venir una y otra vez la “palabra” Tinelli, no sé si lo conocen, pero aquellos que lo tienen registrado pueden corroborar que en su programa y los derivados, no falta nada de lo mencionado. Otro ejemplo, quizás más difundido a nivel internacional son los “realities shows”, como Gran Hermano).
Esto es grave, pero gravísimo es el odio y animadversión, la propaganda necia y asesina, la confusión y el caos de aquellos que atacan sin piedad (y sin aparente beneficio) al Estado de Israel en su dura lucha de auto defensa y de preservación ante las constantes agresiones de enemigos mucho más grandes y poderosos.
(Si se comieron el cuento de los pobrecitos palestinitos siendo los buenitos, que como David luchan contra el monstruoso imperialista Goliat –Israel-, ¡es hora de que despierten!).

En vez de buscar de forma deliberada oportunidades de amar a nuestro prójimo (como para el judío lo requiere nuestra sagrada Torá), muchos han reescrito esta regla de oro para que diga: "Ama a tu EGO como a ti mismo".
El temor, la mediocridad, la esclavitud hacia el EGO nos deja en un estado de indefensión, casi como huérfanos espirituales.
Amaneramos a nuestro Yo Auténtico, lo opacamos, lo negamos, lo encarcelamos, para hacer resaltar el Yo Vivido, lleno de contradicciones, de afanes, de debilidades, de sed de vida pero miedo a vivirla.

La esclavitud al EGO promueve todo tipo de filosofías materialistas (e incluso algunas de apariencia idealistas –que rechazan el materialismo-, pero que hacen de su negación un motivo de existencia).
Ya no hay cabida para el amor a uno mismo, mucho menos para el prójimo.
Ahora el amor se suele sustituir por otro tipo de valores: riqueza, renombre, dominio, posesiones, en una palabra, poder.
No resulta extraño que se actúe de manera solícita y afable con sus mecenas –los que donan toneladas de dólares para sus causas-, y no tan amables con el resto.

Es la adoración al EGO lo que prevalece, en lugar de enviar un mensaje de amor inalterado y de respeto hacia el prójimo, cualquiera que sea su origen o creencias.

Cuando vivimos como misioneros, tratando de convencer al otro de que se “convierta” a nuestras creencias, no lo hacemos por sincero amor al prójimo, sino por cuestiones mucho más penosas y turbias, tales como: inseguridad personal, falta de confianza e lo que uno cree o hace, deseos de escalar posiciones dentro del grupo al que se pertenece, anhelo de dominio sobre otros, necesidad de sentirse protegido por ser parte de un grupo numeroso y fuerte, carencia de empatía, etc..
Tales son algunas de las motivaciones de TODOS los misioneros, incluso de los que erróneamente pretenden encaminar (al estilo misionero) a los judíos hacia un mayor compromiso con el judaísmo; como de los que quieren (al estilo misionero) liberar a los gentiles de las religiones.
El estilo misionero, que no ama al prójimo ni lo respeta, sino que pasa como una topadora y se lleva lo que tenga por delante sin ningún aprecio.

Muy diferente resulta el estilo correcto de predicar con el ejemplo y respetar al prójimo en sus tiempos y situaciones.
En lugar de ver al prójimo como un pecador, como un necio, como un rebelde, como un perdido, mejor sería ver que dentro de su ser anida el alma pura dada por Dios.
Por supuesto que los actos erróneos, las creencias corruptas, los deseos perversos van ocultando esa luz, van haciendo tenebrosa la existencia de la persona.
Pero, allí dentro el alma permanece pura, a la espera de que todas las capas de contaminación sean borradas, para que el santo resplandor pueda volver a brillar y dar sentido trascendente a su vida entera.
La TESHUVÁ, el arrepentimiento sincero e íntegro, es la herramienta para lograr esa limpieza de las máculas que encierran y oprimen la luz del alma.
Pero, nadie puede ser forzado a la TESHUVÁ, sino que ésta ha de surgir y evidenciarse como una actitud voluntaria del individuo.
Por tanto, hemos de reconocer la alma pura encarcelada de nuestro prójimo, así como encontrar los mecanismos para que sea impulsado voluntariamente por el camino de retorno a la senda del bien y la justicia.
No lo lograremos con amenazas, ni manipulación, es decir, de ninguna manera al estilo de los misioneros.
Ellos consiguen muchas cosas, sin dudas, pero ninguna de ellas siquiera se parece a la verdadera TESHUVÁ ni a la corrección y perfeccionamiento que la persona requiere para su ascensión espiritual.

Te recomiendo entonces que veas a tu prójimo como un esclavo de su EGO, que mantiene a su alma ferozmente aprisionada bajo disfraces y penumbras.
Te recomiendo que lo acompañes para que no sea forzado, pues no es por fuerza ni con astucia que se consigue la victoria espiritual.
Te recomiendo que aprecies sus méritos, aunque sean muchos –a tu entender- sus deméritos.
Como hace unos pocos años atrás procuré hacer con una de las hermanas de nuestro viejo amigo Chano, de Venezuela.
Ella seguía siendo, católica creo, mientras que su hermano y otros familiares se habían decidido a adentrarse en el noajismo.
Conversando amablemente con la señora, muy inteligente y simpática, le explique de los Siete Mandamientos y corroboramos que ella efectivamente vivía de acuerdo a ellos, en su gran mayoría. Yo le señalé que por ser fiel de una religión idolátrica, en realidad estaba fuera de la ruta del mapa trazado por Dios en dos de los mandamientos para los gentiles: no adorar otros dioses y no blasfemar.
Pero, de hecho, ella estaba convencida sinceramente de que no era idólatra, de que no blasfemaba, de que no estaba pecando de servicio a dioses ajenos al Eterno.
¿Y saben qué?, yo le creía y le creo.
Ella era sincera en su fe, no como esos corruptos “líderes”, pastores de toda denominación que se aprovechan de la religiosidad de la gente para hacer sus sucios negociados y principados.
Ella con plena honestidad creía estar sirviendo al mismo Dios que Abraham, Isaac y Jacob, que Moisés y que David.
Su buena fe y honestidad no quitaba que estaba en un error, pero demostraba que su alma estaba anhelando realmente al Eterno y no a otras cosas. Simplemente no sabía, no podía saber, no quería saber que su dios no es Dios.
Tampoco maldecía a Dios conscientemente, pues sinceramente creía que hacer un mejunje entre Dios, Jesús, espíritus, santos, etc. era algo bueno y noble, una virtud espiritual (cuando en realidad es blasfemia).
Lo importante es que ella fue tratada con respeto y dignidad, se sintió valorada en sus aciertos, en sus méritos y no fue condenada al infierno o la perdición por no estar al 100% sobre el mapa de la ruta.
Se le dio su tiempo, su oportunidad para que completara en su vida con los Siete Colores del Arco Iris para los noájidas.
No sé en qué andará la buena maestra ahora, ni el resto de su familia, de los otros amigos del Táchira. No lo sé, y este artículo no es una forma de indagarlo.
Solamente espero que estén todos por la buena senda del noajismo puro, lejos de caer en travesuras espirituales ideadas por hábiles mercaderes que están a las puertas del templo.

Tal como se hizo con esta señora, se puede hacer con noájidas y judíos, no actuando como misioneros, sino como agentes de la difusión de los valores eternos y del modo de vida acorde a cada uno.

La base debe ser la humildad no la arrogancia.
El amor al prójimo y no el amor al EGO.
No hay duda de que toda persona, judía o gentil, consciente o inconscientemente, mantienen en vigencia una gran cantidad de mandamientos.
Muchos viven de forma solidaria, respetuosa, justa, noble e incluso con sentido trascendente (aunque quizás no sepan de los mandamientos, ni los compartan, o no quieran darse cuenta de ellos).
Cada una de las personas tiene su alma activa, solamente es necesario quitar las cáscaras, borrar los disfraces, enderezar los pasos, allanar los caminos para que lo que ya está en el interior de cada uno resplandezca con toda su belleza y santidad.

La luz de Dios brilla a menudo en la cara de las personas alejadas de la senda de los preceptos, a veces hasta más que en la cara de los que se consideran “religiosos”.

Que las personas entiendan que es posible volver al camino correcto, pues nunca se han ido completamente de él.
Que todos sepan que no hay forma de desligarse de Dios, ni de apagar o aminorar la luz de sus almas.

Salgamos de la moda de la irreverencia, de mezclar todo y que todo valga lo mismo.
Comencemos la tarea de nuestro desarrollo integral.
Hagamos que cada acto sea de construcción de Shalom.

Mucho hemos escrito al respecto, te convido a que busques y leas aquí, en SERJUDIO.com y FULVIDA.com.
Me agradaría mucho saber tus comentarios al respecto.

Hasta luego.

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