"Al ver que el pueblo se había desenfrenado, pues Aarón les había permitido el desenfreno, de modo que llegaron a ser una vergüenza entre sus enemigos…" (Shemot 34:25)
En la parashá de esta semana encontramos la imagen de Israel en una oscilación que va desde lo más sublime hasta lo más degradado.
Se recuerda el pacto eterno entre Dios e Israel.
Se dan las señales de ese pacto.
Se tiene el testimonio material del Poder de Dios en la Dos Tablas del Testimonio.
Se erigió un altar con todos sus utensilios.
Se santificó el Shabbat como señal perpetua del pacto.
Dios perdona la iniquidad del Pueblo.
Y se recuerda la degeneración en torno al Becerro Dorado.
En general es más común recordar ese terrible pecado del Becerro, en lugar de toda la majestad del resto del relato de la Torá.
Es habitual que se remarque ese nefasto acontecimiento.
Y en parte está muy bien.
Por algo la Torá recalca la podredumbre y perversión referida a todo el acontecimiento del Becerro.
Pero, suponemos que en buena parte también es un eco de las palabras de la Torá que hemos trascrito más arriba:
el desenfreno (la inmoralidad y bajeza) de Israel no sólo los avergüenza frente a Dios, también los estigmatiza ante sus enemigos.
Y esto es doblemente malo.
Es espantoso hacer burla de Dios, dejando de lado sus preceptos. Su moralidad.
Pero es mucho peor, si eso es posible, darle a los enemigos de Dios (a los enemigos de Israel) ocasión y excusa para burlarse y acusarlos.
Pues la vergüenza de Israel- es una afrenta contra Dios.
Y el camino para intentar apartarse del pecado es sumamente empinado y angosto, es muy fácil equivocar algún paso en el camino, desbarrancarse, o perder el norte.
Porque hasta el más mínimo error o pecado, hasta el que parece una estupidez, algo sin valor, completamente leve, puede tener como resultado enormes perjuicios.
Es que…no sabemos el valor real de cada precepto, de cada acción que actuamos o dejamos de hacer.
Es un tema largo, pero la propia parashá nos da una pista de cómo es que en verdad los detalles tienen enormes consecuencias.
Veamos, para comprender esto, un poco de números:
Seiscientos mil varones adultos (entre 20 y 50 años) de los Hijos de Israel fueron los salidos de Mitzraim.
A eso debemos sumarle las mujeres, los menores de esas edades, los mayores, los individuos de otras nacionalidades que se sumaron a los israelitas…eran en total algo así como 2.000.000 de personas.
¿Cuántos fueron los que efectivamente pecaron por el Becerro?
Shemot 32:28 nos dice que eran unas ¡tres mil personas!
3.000 en 2.000.000.
¿No es un ínfimo porcentaje?
¿Qué son tres mil personas en dos millones?
Y sin embargo, ¿qué dice la Torá?
"Al ver que el pueblo se había desenfrenado…"
No está escrito: "3000 personas desubicadas"; o "una mínima secta"; o "una fracción"…dice: "el pueblo"…
O directamente, ¿para qué mencionar un hecho de tan poca monta?, pero, …dice: "el pueblo"…
Es que en realidad, no hay pecado chico (así como no hay mitzvá chica).
No hay un sólo pecado o pecador que sean ínfimos y despreciables.
Al pecador hay que enmendarlo con los medios disponibles de acuerdo a cada situación y circunstancia.
Al pecado hay que eliminarlo, sea éste enorme o diminuto.
Sólo entonces todo el pueblo (y con él, toda la humanidad) estarán libres de oprobio y de vergüenza, y sí, también libres de enemigos.
Al parecer hay un sólo camino para comenzar a eliminar los malos atributos de sobre la Tierra: el arrepentimiento verdadero, el retorno a Dios, el accionar de acuerdo a Sus designios.
No en vano la haftará que acompaña a este texto de la Torá, culmina con las siguientes palabras:
"Al verlo toda la gente, se postraron sobre sus rostros y dijeron: –¡Hashem es Elokim! ¡Hashem es Elokim!" (1 Melajim 18:39)
Él es el único.
Y Él es el que tardo en ira espera lleno de Misericordia al arrepentido (Shemot 34:6), al que reconoce la importancia del detalle…