Shabbat: Tishrei 29, 5767; 21/10/06
Un comentario de la Parashá Bereshit (Bereshit 1:1 – 6:8)
¿A cuánto cotiza la persona?
En nuestra parashá está testimoniado que:
«Éste es el libro de los descendientes de Adám: Cuando Elokim creó al ser humano, lo hizo a semejanza de Elokim.
Hombre y mujer los creó, y los bendijo. Y el día que fueron creados, llamó el nombre de ellos Hombre.«
(Bereshit / Génesis 5:2)
Carbono, Hidrógeno, Oxígeno, Nitrógeno (CHON) componen nuestro cuerpo en un 90%.
Por tanto, si quisiéramos valorar a una persona de acuerdo a su composición química, el precio no alcanzaría los diez dólares.
En conclusión, desde el punto de vista netamente material, no valemos nada.
Si quisiéramos evaluar a una persona joven por el costo de la educación que ha recibido, gastos en salud, alimentación, etc.; haciendo un promedio obtendríamos alrededor de 10.000 a 40.000 dólares, aproximadamente.
Realmente, no cotizamos mucho tampoco desde el punto de vista de los «añadidos» materiales y culturales que nos conforman.
Si quisiéramos calcular a una persona de acuerdo al peso emocional de sus relaciones personales, no tendríamos parámetros para llegar a una cifra. Pues, ¿cómo poner precio a lo que cada uno siente por otro?
Entonces, desde lo emocional la «valía» de una persona es totalmente relativa, depende de sus vínculos, de las circunstancias, de vaivenes afectivos, en fin, de tantas cosas que no se miden ni tienen constancia.
PERO, desde el punto de vista espiritual, de acuerdo a la Torá, el valor de una persona, de cada persona, es infinitamente inmenso.
Cada ser humano es un hijo del Padre celestial, un hijito a hecho a semejanza espiritual del Padre.
Sea mujer y hombre, oscuro o claro, bello o feo, judío o gentil, sabio o necio, amigo o enemigo, próximo o lejano, fiel al Padre o extraviado, sea quien sea, el ser humano vale tanto como un universo entero ((Por supuesto, así como hay polución ambiental, también la hay espiritual. El pecado, la corrupción, el abandono del camino del Eterno, entre otros desvíos provocan un paulatino decaimiento espiritual, que no restan a la esencia de ser hijo del Padre celestial, pero afectan notablemente el plano espiritual, llevando a la persona hacia regiones oscuras de la espiritualidad. Sigue siendo hijo del Padre, pero no goza del placer espiritual que originalmente le estaba reservado.)).
Es por esto, y solamente por esto, que los proclamados «Derechos Humanos» tienen razón de ser.
Es por esto, y solamente por esto, que nos diferenciamos esencialmente del resto de los seres vivos.
Es por esto, y solamente por esto que debemos amarnos y por tanto amar al prójimo.
Porque somos criaturas hechas a semejanzas espiritual del Padre celestial.
Presta atención a las personas que están a tu alrededor, y aprende a mirarlas con los ojos del espíritu. Entonces reconocerás algo más que un cuerpo (de tu agrado o no), algo más que simpatías (o antipatías), o ventajas que obtienes (o pierdes). Si miras a tu prójimo con los ojos que la Torá te quiere abrir, entonces estarás viendo a un hijo del Padre celestial… ¿cómo no amarlo?
Te cuento algo personal.
Cada vez que estoy con mis alumnos, especialmente cuando están aburridos, cansados, molestos, juguetones, etc., y particularmente cuando soy yo quien está molesto, cansado, etc., no dejo de ver en ellos su neshamá, que son hijitos amados del Eterno. Entonces, en lugar del clásico fastidio, o del reproche, o de alguna otra actitud poco atinada que surge desde el abismo del Ietzer HaRá, trato de responder con cariño, con mesura, con justicia bondadosa. ¡¿Cómo hacer algo distinto, si son hijitos de Dios?!
Te confieso que no aprendí esto a vivirlo en un día o dos, sino que ha llevado varios años, mucho ejercicio de autocontrol, mucha experiencia, mucha voluntad.
Pero es posible, y tú también puedes hacerlo (y superarme por supuesto).
Puedes vivir viendo al otro como un ser que azarosamente ha venido a la existencia, o puedes verlo como un hijo del Padre celestial.
Pero recuerda que tal como valoras a tu prójimo, así te valoras a ti mismo.
Quiera el Eterno que esta primera parashá sirva como comienzo para tu determinación por valorarte y valorar al prójimo como lo que son: hijos de Dios.
¡Les deseo a usted y los suyos que pasen un Shabbat Shalom UMevoraj!
¡Qué sepamos construir shalom!
Moré Yehuda Ribco
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