«וַֽיְהִי֙ בַּיּ֣וֹם הַשְּׁמִינִ֔י קָרָ֣א מֹשֶׁ֔ה לְאַֽהֲרֹ֖ן וּלְבָנָ֑יו וּלְזִקְנֵ֖י יִשְׂרָאֵֽל:
En el octavo día Moshé llamó a Aarón y a sus hijos, y a los ancianos de Israel.»
(Vaikrá/Levítico 9:1)
Al respecto encontramos en el Midrash:
«Dijo Rabí Akiva: El pueblo judío es comparado con un ave, pues así como ésta no puede volar sin sus alas, la nación no puede elevarse sin sus ancianos»
(Vaikrá Rabá 2:8)
Desde hace varios años vivimos en una época en la cual los ancianos son muchas veces vistos y sentidos como un estorbo.
Por ahí se les quiere, pero que no molesten.
Probablemente se les respete, pero no se valora su persona.
Al menos, en buena parte de la cultura occidental es lo que me parece que está sucediendo.
Por ello, es una época difícil para ser viejo.
Quizás porque en esta cultura se valora lo novedoso, lo que impacta con su frescor, lo que atrapa con su olor a nuevo y nuevas prestaciones. Porque la tecnología y el mercado nos impulsan a conseguir nuevos productos, quizás idénticos a los anteriores pero en la versión de este año. Porque a los viejos les cuesta adaptarse a los cambios, eso nos dicen y quizás sea cierto, entonces pueden sentirse como un estorbo en el arrollador avance del progreso.
A diferencia de la clásica cultura del judaísmo, en la cual los viejos eran habitualmente los sabios.
Ellos eran los que conocía, tenían experiencia y podían aconsejar con conocimiento a la vez que con equilibrio que da la mesura de los años.
Los ancianos no eran el ancla que dificultaba la navegación, sino el timón y el mapa, que trazaban un rumbo conocido y confiable a los nuevos navegantes.
En aquella clásica cultura, el viejo era valioso como persona, al mismo tiempo que como enciclopedia viviente, recetario audaz, consejero ilustre. Pero hoy, tenemos smartphones y conexiones LTE, por lo que no precisamos más que guglear para tener las respuestas.
Es triste que este pájaro no alce vuelo, por dejar abandonadas sus alas.
Más allá de los cuidados particulares que la pandemia demanda para los ancianos, tomemos conciencia de su valía y del irrecuperable tesoro que es cada uno de ellos.