En pocas palabras, muy poquitas, queda retratada una escena maravillosa, llena de luz, de vida, de bendición:
«Y cuando mañana te pregunte tu hijo diciendo: ‘¿Qué es esto?’, le dirás…»
(Shemot/Éxodo 13:14)
El hijo que confía en el padre.
El hijo que se fía en el conocimiento del padre, el cual le dirá lo que sabe, o confesará su ignorancia sin temor ni vergüenza para entonces ponerse a construir un camino de sabiduría compartida.
El hijo que se sorprende y maravilla por las acciones del padre y las encuentra interesantes como para consultarle.
El hijo que con respeto se entrega a una sana curiosidad y la comparte con su padre, al cual involucra en su crecimiento.
La comunicación que fluye y tonifica.
La Tradición que impulsa el enriquecimiento personal y de la familia.
El campo abierto para la interrogación, donde no impera el miedo ni el despotismo.
La claridad para abrirse a la ignorancia y comprometerse a hacer algo positivo con ella.
El padre que se toma el tiempo y el esfuerzo de atender al hijo.
El padre que está ahí, confiable y dispuesto para crecer junto a su familia.
El padre que ha sido responsable en cumplir su deber y lo ha hecho además haciendo partícipe a los suyos.
El padre que sabe para responder, y si no, no esconde su torpeza pues a través de ella perfeccionará su conocimiento.
El padre que habla con el hijo.
El padre que tiene un compromiso vital con el judaísmo y por ello se ocupa en nutrirse y nutrir a su parentela con el buen alimento que corresponde a cada uno de nuestro planos de existencia.
El hijo y el padre en ese momento especial de la familia, en la cual los hijos buscan al padre, el padre se enfoca en sus hijos.
Algún día el hijo será el padre.
¡Cuánto hay para aprender y compartir!
Hazlo, si lo crees oportuno.