Rompamos los ídolos que adoran los conspiranoicos

A diario se escuchan teorías de conspiración, desde las más estrafalarias, que evidentemente son expresiones de un gran deterioro síquico, hasta otras que tienen apariencia de coherencia, de poder ser ciertas.
Estamos sumergidos en un mar de desinformación que se nutre de esas teorías conspiranoicas, y muchas caen detrás de ellas y se convierten en adeptos, en creyentes, en misioneros del delirio… sea éste manifiesto o embozado.

Los fabricantes de bulos suelen mezclar lo religioso, lo social, lo ecológico, lo político, lo económico, a lo cual añaden dosis de violencia, seudo profecías apocalípticas, endilgar culpas, sembrar pánico, contagiar estupidez, ejercer manipulación, ofrecer visiones de fantásticas salvaciones, entre otros ingredientes que conforman un siniestro coctel peligroso.

Por supuesto que, entre los que ejercen la fe de la conspiración delirante es necesario tener a quien culpar, el chivo expiatorio sobre el cual hacer llover las sospechas, culpas, miedos, deseos inconfesos, etc.
Por desgracia, desde hace milenios son los judíos (y desde hace unas pocas décadas, el Estado judío), el habitual invitado para ejercer ese patético rol del culpable todopoderoso de los males del mundo. Esto con los típicos elementos satánicos, el carácter disruptivo, sombras de lo maligno, corazón codicioso, actuar pecaminoso, y todas las cosas oscuras que se quieran imaginar los fabricantes de bulos que ponen al judío y lo judío en el centro de sus maquinaciones perversas.

Hacen uso del miedo y la rabia, pero particularmente de la ignorancia, a la cual disfrazan con supuesto conocimiento y revelación de verdades metafísicas inquebrantables.
Ellos, los fabricantes del humo tóxico y también sus propulsores, son los que inventan, intensifican, difunden, amplifican y llevan al caos al entorno.

Claro que no solamente los judíos y lo judío, entre ello el Estado judío, son los satanases de turno, pero suelen ser de los más vistosos y recurrentes.
Como sea, la generación de pánico y de sensaciones de desastre cunde y se desparrame y hace que caigan víctimas por todas partes.
Se levantan como héroes a los perversos y maquinadores, se hace sagrado cualquier falso argumento o revelación estrambótica, se comercia con las necesidades de la gente y se les promete paraísos y soluciones a cambio de entregar su libertad y posesiones.

Ante esto, ¿qué nos queda por hacer a los que construimos SHALOM?
Como siempre, seguir con el compromiso sagrado que tenemos con nuestro Padre Celestial, el cual se manifiesta por medio de la fidelidad a Su Palabra, al Pacto que cada uno de nosotros tenemos con Él.
Vivamos construyendo SHALOM, por medio de pensamientos, palabras y acciones de bondad y justicia.
Profundicemos nuestro compromiso por un mundo en donde el espíritu es el que da sentido a la existencia.
Compartamos la energía amorosa y creativa.
Lo cual no se limita a decir «amén» a lindos pósteres en Facebook u otras redes sociales, ni alcanza con dar «like» y compartir.
Tampoco es suficiente llenarse de palabrería religiosa, o hacer oraciones o meditaciones (que también sirven).
Más bien, lo que se precisa, además de lo anterior, es la construcción constante y plena de SHALOM: con pensamientos, emociones, palabras y acciones cotidianas consistentes y verdaderas.

Pero, no nos quedemos en el pensar y en las buenas vibras.
Porque eso es solamente una parte del esfuerzo colectivo y personal que nos atañe para cambiar lo que está mal, corregir a nuestra personalidad y así al mundo.
Practiquemos nuestros preceptos, demos pasos en la dirección correcta, aunque sean pequeños.
Estudiemos, repensemos, desaprendamos, ayudemos a aprender a otros, tomemos conciencia, sembremos semillas de paz, estemos presentes, agradezcamos, no nos quedemos solo en intenciones y mucho menos en quejas estériles.

Que nuestra conexión a la LUZ sea manifestada en nuestra vida cotidiana.
Que el idioma de la NESHAMÁ, el cual es el amor, se ejercite.
Lo cual implica poner límites, también que prevalezca la justicia, que alumbre la verdad, que los que hacen el mal (queriéndolo o no), dejen de hacerlo.
Que no sigan perjudicando la coexistencia y destruyendo aquello que es nuestro deber cuidar y fortalecer su contacto con lo espiritual.

Tengamos conciencia de que estamos divinamente guiados, protegidos y amados.
Tenemos nuestros códigos de conducta para ejercer: los Siete Mandamientos para cada uno de los gentiles del mundo; los 613 preceptos de la Torá para el pueblo judío.
Construyamos SHALOM y rompamos los ídolos que adoran los conspiranoicos.

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