Los hijos de Israel, que están llegando al final de su viaje por el desierto, se enfrentan al momento emocionante que han estado esperando desde su salida de Egipto: la entrada a la Tierra de Israel. Pero muchas preguntas surgen en la mente de los hijos de Israel: ¿Cómo es esa tierra? ¿Es similar al conocido Egipto al desierto? ¿Quiénes son las personas que viven allí? ¿Son agradables o dan miedo? ¿Será posible un asentamiento veloz y sin inconvenientes? ¿Hay ciudades fortificadas o cuentan con otro tipo de defensas? ¿Habrá lugar para todas las tribus? ¿Es como las viejas leyendas populares contaban? En fin, una larga lista de preguntas que es normal hacerse cuando se está a punto de iniciar una nueva aventura, una vida de independencia en un país nuevo, que ellos están llamados a construir y sostener.
Para hacer frente a esta curiosidad, doce personas, un representante de cada tribu, son enviadas a una misión de recorrer la Tierra de Israel y tomar nota de lo que en ella acontece.
No son convocados al azar, sino que son doce personajes poderosos de cada tribu. Se supone que cuentan con experiencia en el liderazgo, que son capaces de dialogar y administrar recursos, que están ejerciendo su rol con la intención de beneficiar a sus hermanos y no de obtener ventajas innobles.
Ellos se embarcan en la misión de inspeccionar la tierra, o quizás de hacer espionaje, durante 40 días, recorrerán de norte a sur, de este a oeste, tomando nota de todo lo que les pueda ser útil informar a sus compatriotas que los esperan en la frontera.
Durante el recorrido encuentran gigantes habitando en Hebrón, como también se tropezaron con frutos enormes, como el racimo de uvas que entre dos personas transportaron para mostrarles a sus hermanos a la vuelta.
También vieron multitud de funerales de personas poderosas, que eran acompañados por muchísimas personas a sus entierros.
Sacaron las medidas de las murallas, contaron las armas, revisaron todo lo que estaba a su alcance para tener un pormenorizado informe que presentar a Moshé y a los israelitas.
Al terminar los 40 días, en la tarde del 8 del mes de av regresaron al campamento, donde estaban reunidos esperando impacientes para escuchar los resultados de su primera visita a la tierra. Los exploradores (o espías) cuentan sobre los asombrosos fenómenos que encontraron, muestran el enorme racimo de uvas y describen la Tierra de Israel como una tierra maravillosa. Sin embargo, después de presentar todos los detalles, agregan su propia interpretación, dejan correr su imaginación sin atenerse al relato objetivo de los datos. Por ello afirman que no hay posibilidad de que los israelitas logren conquistar la tierra. El pueblo que habita en esta tierra es un pueblo muy fuerte y los hijos de Israel no podrán heredar su tierra. De hecho, se comparan a sí mismos como pequeñas langostas, sin ningún poder ni oportunidad para vencer a los gigantes feroces que habitan en la tierra prometida.
Esto produce una gran conmoción entre los varones adultos israelitas, quienes se asustan. Entonces, claman: ¿Hemos pasado por todo el gran viaje solo para llegar a una tierra a la que no se puede entrar? ¡Hubiéramos quedado en Egipto! ¡Mejor sería morir en el desierto que destruidos por esos feroces monstruos que nos aguardan para devorarnos!
Mientras que algunas personas optan por quejarse y atacar a Moisés y Aarón, otras atacan a Dios y algunos de los hijos de Israel ya comienzan a planear su regreso a Egipto.
Dos de los exploradores espías presentan un enfoque diferente, son Ioshúa hijo de Nun (el secretario y sucesor de Moisés) y Caleb hijo de Iefuné).
Dios mismo está de acuerdo con estos dos y está muy enojado con los hijos de Israel por no creer en Su poder a pesar de todos los grandes milagros que Él realizó para ellos desde antes del éxodo de Egipto.
Entonces, decide que se convierta en realidad el pedido de esos rebeldes hijos de Israel: si no quieren entrar en la tierra prometida, así será, hasta cumplir cuarenta años vagarán por el desierto donde morirán y serán sepultados. Este castigo terrible era para todo el pueblo, sin embargo, los que no podrían entrar eran los varones de 20 a 60 años, en tanto que los mayores o menores, así como las mujeres, entrarán al cabo del vagabundeo por el desierto.
La parashá termina con el mandamiento de tzitzit, ocho hilos unidos a cada prenda de cuatro esquinas, lo que nosotros conocemos como talit en el que uno se envuelve en la sinagoga. Los tzitzit están para hacernos acordar de los mandamientos del Eterno y cumplir con ellos, así como recordar que fue Dios el que nos salvó de Egipto y nos llevó con paciencia y misericordia hasta la tierra de Israel para dárnosla como propiedad eterna.
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