Modelo noájico

La tarea del noájida consciente y activo NO es ir “predicando” la “verdad”, la “palabra”, la “buena nueva”, puesto que el noájida consciente y activo NO ES parte de ninguna religión ni busca adeptos a sus “creencias”.
El noájida consciente y activo es la persona que llegado a descubrir su verdadera identidad espiritual, aquella que Dios le ha dado con amor y sabiduría, y reconoce el inmenso valor de tal esencia espiritual. No se siente en desventaja, como un hermano bobo del judaísmo, ni anhela cambiar su propia identidad por la de otro. Siente gusto por saberse bello y perfecto como es en su esencia espiritual, y se propone mejorar en aquello que puede ser mejorado en el resto de las dimensiones que lo forman.
Por lo cual, lleva una vida afín a la Divina Voluntad para él, esto es, vive plenamente cada instante, como un constructor de Shalom, como una persona íntegra, justa y buena. No se anda “mandando la parte” de ser un santo, ni se disfraza de judío, ni actúa como misionero, ni pregona un estilo de vida santurrón y dogmático.
Al contrario, su vida es plena, gustosa en la medida de las posibilidades en cada una las dimensiones que le forman.
Disfruta de los placeres permitidos para el cuerpo, cosecha las bondades materiales que están a a su alcance, ejercita el disfrute sensorial lícito, mantiene relaciones armónicas con sus semejantes, participa de todas las actividades sociales positivas, colabora, trabaja, descansa, opina, pregunta, responde, canta, baila, dibuja, cultiva su mente, amplifica su creatividad, no se niega a nada que desee y le sea permitido (y conveniente) porque no apela a la torpe excusa de que prohibiéndose cosas (que son permitidas) será más “santo”.
La santidad no va por ese lado, no va por empequeñecerse, ni por negarse el placer, ni por apartarse de lo “mundano”, ni por repetir como loro lemas “religiosos”, ni por hacer malabarismos para incluir palabras y objetos judíos en su vida, ni por ser un payaso sin respeto por su propia identidad.
La santidad es actuar con bondad y justicia, con lealtad a las reglas que Dios realmente le ha ordenado, haciendo que cada momento esté cabalmente comprometido con la tarea de construir shalom, sea que lo alcance o no, pues el esfuerzo depende de él pero no el resultado.
Por lo cual, el noájida consciente y activo no debe tener la meta de subirse al púlpito, ni adoctrinar a los “infieles”, ni de atiborrarles de información, ni de perseguirles para que dejen las religiones y los vicios, ni de congregarse en algún antro para hacer cosas supuestamente sagradas (que por lo general son parodias de costumbres judías mal entendidas, o de usos paganos acondicionados a gusto del consumidor).
La tarea del noájida no es ministrar, ni pastorear, ni liderar, ni ser “moreh”, ni dar clases de “Torah”, ni farfullar en hebreo y jeringonza para darse aires de superioridad. Por supuesto que tampoco es tener algún blog en la Internet, ni hacer en su garaje un centro de reunión de fieles, ni de poner a cada rato música de judíos en sus publicaciones en el Facebook, ni de idolatrar a rabinos o monigotes barbudos, ni de decir “shabua tov” en vez de “buena semana”, ni de desesperarse para llenarse de conceptos seudo cabalísticos o jasideos, ni de…
¡Nada de eso es ser noájida!

Ser un noájida consciente y activo es vivir como constructor de Shalom a cada instante, según las mejores intenciones y acciones.
Se trata realmente de encontrar armonía interior, de vivir en paz con uno mismo, para así poder vivir en sintonía con el prójimo. De hacer lo bueno y lo justo. De aprender a responder pacíficamente y no con ironía o agresiones. De trabajar. De ser responsable. De ser feliz. De ser comprometido. De colaborar con acciones positivas. De oponerse con firmeza al mal, a la mentira, a la idolatría. De enseñar con el ejemplo de vida y no con la palabrería hueca pero que suena bien.

Se trata de aprender a vivir bien, en la medida de las posibilidades.
De ser feliz, por sentir la plenitud en cada instante.
De actuar como Dios quiere del gentil, es decir, siguiendo el modelo de vida que se basa en los Siete Principios Fundamentales.

Noájidas de antaño, verdaderos ilustres sirven de ejemplo para el noájida de todas las épocas.
Tomemos al primer patriarca de los hebreos, a Avraham, quien era noájida.
En casi todo puede ser replicado por el noájida actual, menos en aquello que explícitamente Dios le codificó para él y sus descendientes (los judíos actuales) como particular y exclusivo (por ejemplo, la circuncisión como acto espiritual, entre algunas otras cuestiones puntuales).

Vemos a Avraham en los primeros capítulos del Génesis y no encontramos a un religioso, ni a un predicador, ni a un “moreh”, ni nada parecido. Ni siquiera su imagen es la de una judío “ortodoxo” de la actualidad, de seguro no usaba kipá, ni sombrero, ni turbante, ni cuerditas de un ponchito, ni traje negro, ni barba de “rabino”, sino que su imagen externa era la que correspondía a un hacendado del medio oriente de hace 4.000 años atrás. Porque él sabía que la imagen externa debe ser espejo de la interna, y ésta en consonancia con la época y el código correcto de presentarse.
¡Cuántos gentiles delirantes de la actualidad debieran aprender de esto! Así no se disfrazarían de “jabad”, ni de “jasideo”, de ni de cabalistero, ni de judío, ni de lo que sea que se disfracen…
Pero, yendo a lo más importante, lo que reconocemos es a un hombre pleno, en cada una de sus dimensiones.
Que actúa, como mejor puede y de acuerdo a las circunstancias y capacidades.
Que cuando tiene que ir a a guerra, a la verdadera y no a esa payasada que los religiosos llaman “guerra espiritual” o “guerra santa”, va a la guerra.
Que cuando tiene que amar, ama.
Cuando tiene que negociar, negocia.
Cuando tiene que llorar, llora.
Cuando tiene que reír, ríe,
Cuando tiene que ser amable, lo es.
Cuando tiene que ser desprendido, no da excusas mezquinas.
Cuando debe implorar, hasta por los malvados, no se detiene de hacerlo.
Cuando tiene que trabajar, no manda a otros a hacer su parte.
Cuando tiene que ser alumno, no se escuda diciendo que ya es profesional y sabio y no tiene lo qué aprender.
Cuando se equivoca, y se da cuenta, trata de corregirse.
Cuando tiene que poner todo por su familia, no sale corriendo a congregarse en la iglesia.
Cuando tiene que reconocer su debilidad, no se espanta y afirma su personalidad.
Hay tanto para aprender de como vivir como noájida, como uno real y no como una patética imagen mediocre de religioso, no como hermano bobo del judaísmo, no como un adorador del EGO en forma de supuestas doctrinas espirituales.
En fin, es cuestión de aprender del modelo de Avraham, porque es hora de que los noájidas de la actualidad rompan los viejos mandatos y esquemas de las religiones, de la sumisión, de la esclavitud, para alcanzar los grados de belleza que desde su interior están llamados a alcanzar.

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