Hay personas que creen
que el ser humano está condenado a NO ser feliz,
destinado a no sentir felicidad,
porque la felicidad es una utopía, algo irreal, inalcanzable, un sueño sin posibilidad de hacerse realidad en este mundo.
Es imposible ser feliz,
y si alguien afirma sentir felicidad,
está enfermo, se equivoca, miente, es víctima de una posesión diabólica, se deja arrastrar por la irracional y ciega pasión,
pone en grave riesgo su vida espiritual.
Así también creen que es pecado aspirar al placer, al deleite, al disfrute,
particularmente si implica lo sensual (sensorial),
¡cuánto más a sentirlo en carne propia!
Creen que lo “material” necesariamente es enfermizo, pecaminoso, infernal, despreciable, satánico
y que las ansias deben ser puestas en un mundo más allá de esta vida,
único lugar de bienestar, de disfrute, de dicha.
Cada bien gozado en esta vida,
equivale a mil bienes desechados en la eternidad.
Cada segundo de felicidad terrenal
cuesta eternas horas de placer espiritual.
Siguen una doctrina que afirma que es bueno ser un desgraciado,
es necesario serlo,
porque si obtenemos algún beneficio,
si disfrutamos de algún placer terrenal,
estamos pecando,
destruyendo nuestra espiritualidad,
desviándonos del buen camino,
restando a nuestra porción de disfrute en el más allá.
Desde esta perspectiva,
santo es el que niega este mundo,
anula sus deseos y pervierte sus necesidades,
es admirable el que tiene fe y vive con ella,
es ejemplar el que abdica a todo disfrute y tiene su vista puesta en otro mundo.
¿Gozar de los bienes materiales?, no, eso es para pecadores.
No interesa si es un bien adquirido lícitamente,
si no se ha incurrido en ninguna violación legal para hacer uso de él,
el solo hecho de sentir placer,
de permitir la chispa de la felicidad,
ya implica pecado, negatividad, fracaso, culpa, perdición.
Vaya uno a saber el motivo, pero creen que estamos condenados a ser pecadores
y que solamente debemos aspirar a una salvación sobrenatural en base a la fe,
o a trabajar infinitamente para restringirnos de los goces.
La vida elogiosa es la del en constante arrepentimiento,
del reconocimiento de nuestra pobreza espiritual,
de admitir nuestras fallas, reales o imaginadas,
de no aspirar a un minuto de calma
ya que somos impíos y merecedores de torturas.
Sí, en permanente angustia por el futuro,
ahogados por el miedo a lo que vendrá,
carcomidos por sentimientos inagotables de culpa,
esperanzados en alguna mágica salvación pero que no es de este mundo, ni en este mundo.
Creen que el sufrimiento redime, libera, exonera.
Creen que la fe es las más poderosa herramienta.
Creen que con rezos se consigue hacer que Dios (o dioses, porque esto se verifica en numerosas religiones) se trasforme en un esclavo todopoderoso, en un genio de la lámpara, listo para realizar toda clase de prodigios a cambio de promesas, oraciones, repetición de salmos y ensalmos, interesada caridad, banales sacrificios, o el magnífico efecto metafísico del “pensamiento positivo”.
Creen que la externalidad (rituales, ropajes, convenciones, adulación, extremismo, superstición, etc.) son la clave sagrada para preservar su forma de vida.
Creen que el rigor es piadoso, la exigencia necesaria.
Entonces,
creen que la felicidad no existe,
y/o es inalcanzable,
y/o es un pecado sentirla,
y/o es para luego de la muerte y con cantidad de requisitos previos,
y/o Dios está para servir a sus deseos, siempre y cuando negocien un buen trato con Él.
Sí, hay gente que cree estas cosas.
¿Tú eres uno de ellos?