«Éstas son las descendencias de Itzjac [Isaac] hijo de Avraham [Abraham]. Avraham [Abraham] engendró a Itzjac [Isaac].»
(Bereshit / Génesis 25:19)
Si nos introduce que el tema son las descendencias de Itzjac, ¿para qué inmediatamente indica que su padre lo engendró?
Resulta redundante, innecesario, fuera de lugar y poco a tono con la presentación.
Esperamos que nos relate de hijos, de obras realizadas por él, de lo que se entiende por TOLeDOT en el hebreo de la Torá. Tal y como en las otras ocasiones es usada esta voz.
Lo razonable hubiera sido saltear esas palabras y pasar directamente con el siguiente versículo; pero, el divino autor escogió que fuera así como quedase plasmado en la santa Torá.
Vemos nosotros algunas maneras de comprender esto y de paso llevarnos algunas buenas enseñanzas para nuestra vida cotidiana.
Hubo en su momento gente mal pensada que decían que Itzjac no era hijo de Abraham, sino de Abimelej –el de Plishtim- con Sará.
Ahora, pasado el tiempo, se pudo comprobar fehacientemente que el hijo era absolutamente parecido a su padre, en sus rasgos y no solamente en bases fundamentales de su comportamiento.
Así pues, la Torá reafirma aquí la relación biológica entre ambos, no solamente espiritual y social.
Hubo gente que aseguró que luego del episodio traumático en el monte Moriá el hijo se separó del padre, el padre se ausentó de presencia del hijo.
Con este versículo el sagrado autor nos confirma que pudieron haber tenido sus contratiempos, pero que el lazo se mantenía firme y reafirmado.
El momento de la elevación de Itzjac sirvió para que ambos se conocieran mucho más a sí mismos y al otro.
La vida de Itzjac tenía valor por sí misma, él era quien construía su camino.
Sin embargo, ¡cuánto le debía a su padre! Y al revés, también era cierto.
Esto era algo que no podía evitar ser agradecido y apreciado, por tanto se precisa este énfasis especial dado en el texto sagrado de Israel.
Hay gente que pareciera ser conocida solamente por sus vínculos familiares: el hijo de tal, el padre de cual, el hermano de aquel, etc.
En este caso la Torá nos viene a contar que ambos tenían su renombre, cada uno valía en y por sí mismo. Con famas bien ganadas y mantenidas.
Uno no vivía y se presentaba en función del otro, sino que por sus propios méritos.
Además de lo anterior, el padre estaba sanamente orgulloso de su hijo; y el hijo sin dudas lo estaba de su padre.
Para cada uno de ellos era un placer que los identificaran con el otro, que les hicieran notar las glorias y obras del otro.
Así como Abraham era apreciado, lo era su hijo; y sus famas repercutían favorablemente en ambos.
Dichosas las familias en las cuales el afecto y respeto se sostiene en el tiempo.
Donde los acontecimientos amargos, así como los dichosos, no rompen las ligaduras.
Que pueden seguir andando juntos, sobrellevando los altibajos con dignidad y certero amor.
Esto se encuentra en el pasaje que estamos comentando, de manera implícita, a la espera de ser revelado por el atento lector.
En ningún momento la Torá relata: “Estas son las descendencias de Avraham”, tal vez para no dar atributos especiales a los hijos biológicos que no obtuvieron los dotes materiales ni la estatura espiritual de Itzjac.
Entonces, en este lugar el texto santo indica la descendencia de Avraham, indirectamente.
Haciéndose énfasis en la estirpe de Itzjac, la heredera del patriarca, la que recibió la antorcha sagrada y la sigue sosteniendo en alto, para lumbrera generosa de las naciones.
El versículo quizás nos indica que Avraham estaba presente, de diversas maneras, al momento de nacer sus nietos, hijos de su hijo.
No era un abuelo lejano e indiferente, sino que marcaba su presencia y estaba ahí en caso de ser necesario.
Puso su parte también en la crianza de los retoños y con decidido cariño en fortalecer y orientar al que sería el continuador de la saga sagrada, Iaacov.
Pudiera ser que el patriarca Itzjac no tuviera capacidad reproductiva y que las dificultades para el embarazo junto a su esposa fueran suyas también.
Si no fuera el hijo de Abraham y el heredero, si solamente estuviera librado a las condiciones naturales, ahí habría finalizado el linaje. O por su infertilidad, o por la de ella, o por la de ambos.
Pero, el primer patriarca recibió la promesa de una gran descendencia y por tanto el hijo obtuvo ayuda de Arriba para vencer los obstáculos de otra forma insalvables.
En ocasiones uno vive prendido del pasado, recordando viejas glorias, atrincherándose en recuerdos, o lamentando culpas asfixiantes que no permiten disfrutar del presente.
Otras veces están los que se agotan ansiando lo que no tienen, proyectando el mañana sin construirlo, esperando y esperanzados, poniendo su fe en fantasías.
Cuando el secreto de la dicha y bendición está en vivir plenamente el aquí y ahora, a pleno. Apreciando el pasado, corrigiendo sus errores, dejando correr lo irreparable. Valorando las oportunidades para el futuro, trabajando por ellas, cuidando de no desperdiciar en el presente los recursos posteriores.
El versículo nos enseña que la vida de Itzjac tenía valor ahora, porque apreciaba su pasado y aportaba al mañana, pero siendo hoy todo lo mejor que podía estar siendo ahora.
Avraham llegó a ser en plenitud cuando pudo convertir la esperanza y promesa de descendencia concretada en su hijo Itzjac.
Así, aunque suene paradójico, el padre es producto del hijo. Es como uno de sus descendientes también.
Es la extrañeza que produce el mundo espiritual cuando se lo quiere comprender con la limitación sensorial y mental del mundo cuatridimensional.
Avraham es el símbolo de JESED, bondad, generosidad, entrega.
Itzjac de DIN, justicia, limitaciones, rigor.
Ambos deben estar en complemento, porque entonces se genera SHALOM.
Si se manifiestan descompensados, se produce el caos.