A ver si te queda claro: ¡EMUNÁ NO ES FE!

El concepto hebreo EMUNÁ NO debe ser traducido jamás nunca como FE, al menos cuando de asuntos espirituales, de conexión con el Creador, se refiere.
Pero, lamentablemente muchos cometen ese imperdonable error.
¡Imperdonable!
Pues, entre otras cuestiones, lleva a multitud de personas a confundirse y adquirir conceptos supersticiosos e idolátricos como si tuvieran relevancia dentro de marco de la espiritualidad.

Fe es del mundo de la idolatría, de la superstición, del dominio del EGO.
Tomemos esta definición que está en el diccionario cuando buscamos “fe”:

Convencimiento íntimo o confianza, que no se basa en la razón ni en la experiencia, en que una persona es buena, capaz, honrada, sincera, etc., o en que algo es eficaz, verdadero, posible, etc.”.

¿Por qué esto está mal en el marco de la espiritualidad?
Si parece tan bonito, sabio, santo y correcto… ¡y no es ninguna de ellas!

Podría extenderme, pero seré breve en la respuesta.

No precisamos ninguna fe para saber de Dios y Sus cosas.
Porque SABEMOS que Dios existe, Él se manifestó en persona al pueblo judío en su totalidad durante la salida de Egipto y especialmente al momento de la entrega de la Torá en el monte Sinaí.
Los antepasados de los judíos actuales estaban presentes allí, incuestionablemente siendo testigos de hechos sobrenaturales que no tienen otra explicación más que la directa intervención de Dios. Pero además, no fue necesario que ellos lo razonaran o imaginaran, Dios mismo les reveló Su Identidad, haciéndoles saber que estaban ante Él y que este acontecimiento ÚNICO es insustituible debería permanecer vivo y sin adulteraciones por todas las generaciones. Es por ello que gran cantidad de preceptos y costumbres tienen el mismo objetivo, preservar la memoria de lo que SABEMOS y no de dogmas, creencias, ideas, fantasías, deseos o lo que fuera que las religiones siguen y adoran.
Nosotros, los judíos, SABEMOS porque hemos estado allí, porque una cadena ininterrumpida nos conecta y cuida el mensaje.
Pretender tener fe es un atentado directo en contra de la Voluntad de Dios, en contra de lo que la persona (al menos judía) Le debe al Señor.
Por tanto, dentro del marco del judaísmo es necesario abolir el concepto ajeno y enajenante de fe, que no pertenece a las cosas de Dios pero sí al campo de la fantasía que es la religión.

Resulta ajeno pretender alcanzar a Dios y sus cosas a través de la fantasía, de mitos, de suposiciones, porque tenemos un relato fiel en la Torá y uno aún más confiable (aunque suena increíble) como lo es la conducta familiar que preserva la memoria del acontecimiento del cual somos testigos.
Matzá, mezuzá, tefilín, contar la salida de Egipto, la copa del kidush, shabat, y cien cosas más se entretejen en la vida cotidiana, en la de todos los días del año, para que el recuerdo no se borre ni se modifique.
Porque nos lleva a decir con plena confianza en nuestro saber de que DIOS EXISTE y ACTÚA en el mundo.

No es necesaria la imposición dogmática, ni llenarse de lemas de ciega pasión por una deidad extrañan, ni estar fanatizado y encerrado en el Sistema de Creencias con un terror atroz a que algo te obligue a salir de allí.

¿Creer en absurdos, por fe?
Tal vez es una de las formas de la idolatría para mantener fidelizada a su clientela.
El judaísmo propone enseñar, educar, ayudar a crecer, cortar con el imperio de la fantasía y del dogma opresor.
Sacar al Faraón, el EGO, del trono para que lo ocupe quien es su dueño: el Señor.

Ah, ¿pero qué pasa con los gentiles que no tuvieron esa revelación colectiva insustituible?
Para que los gentiles no quedarán a merced de la falsedad, del error, de la fe; es que Dios nombró como Sus sacerdotes al pueblo judío.
Ellos que tienen tanta responsabilidad con sus 613 mandamientos, con miles de reglas de vida, ellos que son testigos de Él; pues son los encargados por Dios para enseñar a la gente, mostrar el camino del noájida para el gentil.
Esto significa, en parte, ser “luz para las naciones”, que todos puedan beneficiarse del relato en primera persona del pueblo judío; no porque se conviertan al judaísmo, sino porque reciben de los testigos directos la revelación de la verdad de Dios.
No por fe, no por creencia, no por la fuerza del imperio, no por engaños; sino compartiendo la verdad a través del relato verídico, mostrando la fidelidad a través de los actos que Dios mandó a los judíos y que estos cumplen.

Pero,  ¿qué hacemos cuando algún rabino (con título real o imaginario) habla de la fe?
Ser rabino no quiere decir no equivocarse.
Ni estar libre del EGO y sus complicaciones.
Ni todo lo que se envuelve en papel colorido es alegre y sano.
Ni todo lo que se repite como si fuera verdad, es verdad.

Pero, quizás es simplemente un error al querer traducir el concepto hebreo EMUNÁ al español, no tomando en consideración todo el riesgo que implica este pasaje de un mundo de conceptos a otro.
Tal vez de “buena fe” creyeron que traducir EMUNÁ por fe era lo correcto.
Pero, al ignorar esos maestros traductores muchísimas cosas, pero muchísimas realmente, entre otras la realidad diametralmente opuesta de la religión a la espiritualidad, quizás de “buena fe” usaron la palabra fe creyendo que estaban queriendo decir EMUNÁ.
No por ello debemos seguir nosotros repitiendo como burros parlantes el tremendo error, que lleva a cada vez peores situaciones.

Como por ejemplo, un día a algún traductor no judío, ni experto en judaísmo, o al menos no respetuoso de la vivencia judía, ese traductor decidió que ASERET haDIBEROT (el Decálogo) debía ser traducido como “Diez Mandamientos”. PERO, en verdad en esas diez frases hay CATORCE mandamientos y no diez.
Claramente al traductor no judío no le importó, o adrede no quiso poner el número real de los mandamientos. De hecho, si revisamos cómo los católicos mencionan estos diez mandamientos rápidamente nos damos cuenta de que no son fieles al texto que nos da la Torá de las Diez Frases.
Se supone que ningún judío debiera llamar al Decálogo como Diez Mandamientos, por el simple hecho de ser falso, erróneo, anti Voluntad de Dios que puso 14 y no 10 preceptos allí.
Y sin embargo, oh maldición, no faltan los numerosos rabinos, con mucha barba y cuerditas de las orejas, llamando al Decálogo con el espantoso y blasfemo nombre de “Diez Mandamientos”.
¿Quiere decir eso que entonces se abolieron cuatro de los diez?
La respuesta es bastante sencilla: esos rabinos, o quien fuera, no están hablando con propiedad.
Probablemente sea un problema de traducción… eso quiero creer… y no que están actuando de manera imperdonable, lesiva, contradictoria al Eterno.

En resumen, la EMUNÁ NO ES FE.
La fe es del mundo de la idolatría, de la superstición, de la lejanía de Dios y Sus cosas.
El que anda por la senda del Eterno usa la voz EMUNÁ, y puede ponerla en español como “convicción”, “creencia firmemente establecida”, “pensamiento elaborado con esfuerzo y estudio”, “un paso más allá del entendimiento, tras agotar todas las vías posibles de comprensión”, pero de ninguna manera permitir que se confunda con “fe”. Menos que menos que se convierta en una herramienta de difusión de religión, que es la antítesis de la espiritualidad.

Y no, la fe nunca ha movido montañas.
Tal vez montañas de dinero que pasan de los seguidores de los líderes religiosos a los bolsillos de estos.
Pero si alguna vez una montaña, o al menos un otero, fue movido por la fuerza de la fe; por favor, indícame en el Google Maps las coordenadas.
Por su parte, la EMUNÁ no predica que tiene el poder de hacer magia, porque no viene del mundo de la superstición.
Pero sí logra interesantes resultados promoviendo la acción que modifica positivamente la realidad.
¿Entendiste esta parte?

Para finalizar, ya hemos dicho qué es EMUNÁ concretamente, tanto al pasar en este estudio como en varios anteriores.
¿Te animas a decirnos qué es y cómo se diferencia notablemente de esa pobreza intelectual y ética que es la fe?
Gracias, y gracias por difundir este estudio de Tradición, convicción y verdad.



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