Convertirte en lo que haces

El Séfer haJinuj (mitzvá 16) trae esta poderosa enseñanza: Una persona se convierte en lo que hace.
Vamos a comprender bien este enunciado que es esencial en el judaísmo.

Si una persona está llena de buenos deseos, de pensamientos positivos, de una onda genial, pero no actúa: ¿cuánto bienestar trae al mundo en general y a su vida en particular?
Todo se reduce a su mente, a su imaginación, a su deseo y se queda en eso, nada más.
No mueve siquiera un dedo para concretar algo de su deseo. No da ni un pasito en dirección a la meta. No comunica ni una letra a sus colegas o colaboradores para encaminar la tarea práctica. ¡Nada! Solamente remolinos en su mente, fuerza en su corazón.

Imagínate que cada buena intención, cada deseo positivo, es una semilla. Si no preparamos el terreno, ni hacemos la tarea que requiere para la siembra, luego el trabajo de cuidar la planta y finalmente el esfuerzo de la cosecha: ¿cuánto será lo que recogeremos finalmente? ¿De qué podremos disfrutar, más allá de buenas intenciones en la mente?
Es por esto indispensable que no nos quedemos solamente con el pensamiento positivo, sino que actuemos positivamente.

Según anuncia con claridad nuestra Tradición: “אחרי המעשים נמשכים הלבבות” – “ajarei hamaasim nimshajim halebabot” – las acciones son las que forman el pensamiento y el sentimiento. Es decir, una persona se convierte en lo que hace.
Para lo bueno, para lo malo también.

Pero además, si tan solo nos quedáramos con el pensamiento, bien pronto se iría diluyendo, o se mezclaría con otras ideas, o se convertiría en una obsesión que impediría otras alternativas.
Cual fuera el resultado, el pensamiento por sí mismo no impulsa cambios, ni evoluciones, ni revoluciones.
Al menos debe ser expresado, compartido, comunicado; porque hablar ya representa una acción que modifica el mundo material. Cosa que no sucede con el pensamiento sin más.

Si hasta el Creador nos deja constancia de esto cuando pudiendo haber creado el universo con su sola Voluntad y en un acto inmediato, instantáneo, sin embargo eligió hacerlo con la palabra y en etapas.
”Dijo Elohim haya luz y fue luz”, y le siguieron otros nueve enunciados creativos.
Una de las razones es que cuando nosotros recibiéramos la Torá y la estudiáramos pudiéramos comprender que no basta con el pensamiento, sino que éste debe hacerse acción. También nos enseña que en el mundo material los cambios no suelen ser espontáneos, repentinos, carentes de pasos previos. Por el contrario, todo lleva un proceso previo, camino para recorrer y que van conduciendo hacia el resultado. Tanto para lo bueno como para lo malo.

Pero además, el corazón de la persona se ata con aquello que se compromete.
A mayor dedicación, cuanto más trabajo ponemos en algo, más importante nos resulta.
Es por ello que el amor no es un mero sentimiento, sino la acción bondadosa y desinteresada en favor del otro. Si fuera solamente sentimiento, buena onda sin ninguna actividad práctica (acción/palabra), no habría ningún beneficio hacia el otro, sería solamente un pasatiempo egoísta de quien cree que ama, pero no lo está haciendo.

Entonces, es muy lindo el buen pensamiento, el buen sentimiento, pero está en la acción el poder.
Uno puede querer dejar de fumar, por ejemplo, y decirse que el lunes deja el cigarrillo. Pero es en el acto de negarse a fumar cuando uno comienza el proceso para liberarse de esa esclavitud. Eventualmente su mente se irá acomodando a la nueva realidad, siempre y cuando las acciones lo conduzcan a ello y no se haga un auto-boicot llenándose de excusas que le llevan a actuar contrario a su bienestar.
¿Se comprende?

Como un bebe que va conociendo el mundo, interactuando con él.
Como cuando va aprendiendo a caminar, que lo hace primero arrastrándose, luego gateando, más tarde ayudado por algún mayor, después solo y tropezando para levantarse y continuar su camino, hasta que finalmente se convierte en un caminante y hasta en un corredor. Porque no se queda esperando que el universo le haga los mandados, ni alguna deidad mágica camine en su lugar. Sino que hace lo que tiene que hacer, a los ponchazos, seguramente que no sabiendo muy bien que es lo que está haciendo o cómo lograrlo, pero comprometiéndose cada vez más con su tarea.
Si lo único que hace es permanecer en el cochecito o en brazos de un adulto, ¿cuándo caminará? ¿Cuándo fortalecerá sus músculos y las conexiones nerviosas que se emplean en el acto de caminar? ¿Cómo se hará independiente si sus papis nunca le sueltan de la mano para que camine solo y eventualmente decida el camino por el cuál querrá ir?
La acción va formando a la persona.

Así mismo cada vez que logramos transformaciones en nuestra vida.
Para bien, también para mal.

Entonces, cuando nos surja una buena idea, no nos quedemos solamente en ella.
Hablémosla, y no solamente con Dios, aunque eso también es importante.
Escuchemos lo que tenemos para decir, escuchemos también al otro.
Pero tampoco nos quedemos en el discurso, por más bonito que sea, sino que pongámonos en campaña.
Aunque la meta sea lejana o parezca inalcanzable, seguramente que un paso más cerca es estar más cerca que meramente quedarse sentado en la queja, o soñando con maravillas que no nos atrevemos a conquistar.
¿Se comprende?

Abraham fue el gigante, padre de la difusión del monoteísmo porque tuvo que atravesar diez duras pruebas que la vida le puso, que Dios encomendó.
Porque cada una de esas titánicas tareas le confrontaba con su zona de confort, le obligaba a avanzar y no quedarse acurrucado en sus miedos o en su Sistema de Creencias.
Y Abraham hacía, actuaba, y con ello iba perfeccionando su mente y corazón.
Ya que, si meramente se hubiera quedado filosofando encima de alguna piedra en la frontera de las actuales Turquía e Irak, no tendríamos recuerdo de él, ni existiría el pueblo judío.
Él pensaba, pero más que eso, él actuaba y con su accionar modificaba su existencia y la de su entorno.

Por supuesto que no eran acciones incoherentes, caóticas, fruto de una mente enferma. Eran acciones inteligentes, pensadas, sentidas, pero que no le daban permiso para esconderse en su zona de confort, sino que le impulsaban a seguir creciendo.
Y con cada accionar, mejoraba su intelecto y su emotividad.
Así fue él cincelando su roca para transformarla en una obra estupenda.
Como símbolo de esto, leímos al final de la parashá pasada que fue el primero que se hizo la circuncisión del prepucio, a la edad de 99 años, siguiendo la directa instrucción del Eterno.
Él realizó sobre su cuerpo esta dolorosa operación, porque es con la acción que modificamos la realidad y con ella cambiamos lo que pensamos y sentimos.

Así pues, meditar es genial. Rezar es estupendo. Pensar es indispensable. Sentir es maravilloso. Estudiar es digno de elogio.
Pero si nos quedamos en la dimensión mental solamente, perdemos la batalla.
Comuniquemos, hablemos, compartamos, expresemos.
Pero es indispensable que hagamos, accionemos, seamos prácticos.
Aunque tengamos vacilaciones, aunque tengamos miedo, aunque podríamos cometer errores, aunque sea mucho y difícil, aunque no vemos cercana la meta. ¡Hagamos!
Obviamente que siendo cautelosos y prudentes, respetuosos de la ley y de la salud.

Mira lo que dice el inspirado salmista:

«Consideré mis caminos y volví mis pies a Tus testimonios.»
(Tehilim/Salmos 119:59)

No basta con considerar, analizar, darse cuenta con el pensamiento.
Sino que hay que moverse, actuar.
Y no está dicho que volvió su mente o sus ojos a los testimonios de Dios (mandamientos y Torá), sino que volvió sus pies. Es decir, su accionar. Cuando se puso en marcha hacia el lado correcto, la mente también se sincronizó, también el sentimiento.

Esto aplica también para la gente que tiene malos pensamientos, está atada al egoísmo, se desvía en conductas nocivas.
La solución no es mágica, sino que requiere el compromiso y la constancia de la acción.
Hacer y hacer, aunque parezca que no sirve, aunque no se disfrute al principio.
Porque eventualmente la mente será modificada y estará sincronizada con lo bueno.
Desde hace milenios lo enseña la sagrada Tradición, y funciona.

Mira y comprende:

“רצה הקדוש ברוך הוא לזכות את ישראל, לפיכך הרבה להם תורה ומצות” – “ratzá haKadosh baruj Hu lezakot et Israel, lefijaj irbá lahem Torá umitzvot” – “quiso el Creador dar méritos a Israel, por ello les dio abundancia de Torá y obligaciones que cumplir”
(Mishná Macot 3:16)

Nos dio una infinita Torá para estudiar, para esforzarnos en avanzar sin parar en el estudio. Pero junto a ella nos dio 613 mandamientos, que tienen miles y miles de reglas para convertirlos en práctica.
Por tanto, no nos dijo que nos quedáramos meditando en cuevas, ni que contempláramos luces místicas en reuniones de cabalistas, sino que nos encomendó la inmensa tarea de traer el mundo espiritual a esta realidad material. ¿Cómo? A través del estudio y del trabajo.
Con ello modificamos nuestra existencia terrenal así como nuestro entorno material.

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