Hemos enseñado en varias oportunidades que el verdadero estudio de la CABALÁ está reservado para un pequeño grupo de estudiosos.
Varones judíos, de edad madura, saludables física y emocionalmente, casados, estudiosos profundos de Torá Escrita y Oral, que sean guiados por maestros de CABALÁ por las sendas correctas para su crecimiento.
Los motivos que tiene nuestra sagrada Tradición para estos férreos requerimientos no tienen nada que ver con mantener el conocimiento apartado de las personas, ni como método para que una elite se apodere de sitiales que no le corresponde, o por intolerante desprecio hacia los que no alcanzan estas pautas.
Son motivos basados en el anhelo de que el estudio de CABALÁ sea saludable y beneficioso, para el que trata de estudiarla, quien está enseñado, y el entorno.
Al respecto les quiero traer a colación una historia real.
Está consignada en el Talmud (Jaguigá 14b), y dice lo siguiente:
«Enseñaron nuestro maestros: Cuatro ingresaron al huerto ((PARDES: Paraíso, huerto – nombre simbólico para indicar el conocimiento profundo de la Torá, lo que se conoce como CABALÁ)).
Ben Azai y Ben Zoma, Ajer y Rabí Akiva.
Cuando llegaron Rabí Akiva les advirtio: ‘Cuando vean piedras relucientes no digan «agua, agua»; porque allí no se admiten las mentiras ni los dobleces, es el mundo de la Verdad.’
Ben Azai contempló [en los misterios de la Creación] y murió.
Ben Zoma contempló y quedó desequilibrado mentalmente.
Ajer creyó vislumbrar y se apartó de la senda, haciéndose rebelde en contra del Eterno.
Rabí Akiva salió en paz e integridad.»
Expliquemos muy rápida y brevemente.
Ben Azai no estaba físicamente apto para enfrentar el conocimiento profundo, algo en su cuerpo se lesionó (quizás su corazón, o la presión, vaya uno a saber) y pereció por no tolerar el impacto del conocimiento.
Ben Zoma no estaba preparado mentalmente, al punto que enloqueció. Quedó prisionero de sus trastornadas ideas. Confundido por el poderoso encuentro con el conocimiento profundo.
Ésta es una reacción muy frecuente en aquellos que pisotean sin derecho las riberas del conocimiento de la CABALÁ y pierden su cabeza. Comienzan a delirar, o quizás acentúan rasgos mentalmente enfermos que ya padecían.
Ajer (Elisha ben Abuiá) no estaba entrenado o maduro emocionalmente. No contempló realmente nada de la esfera profunda de la Torá, sino que proyecto sus propias creencias y deseos en la pantalla profunda de la CABALÁ. Esto lo llevó rápidamente por el camino del mal, de la herejía, de la rebelión, de la negación de la Divina Providencia.
Por desgracia, muchísimos de los que son embaucados por los modernos piratas-mercaderes de supuesta Kabbalah, están en esta misma categoría. Ansían el dominio de sus emociones, buscan remedios y soluciones a sus pesares emocionales, buscan respuestas a sus terrores internos, pero finalmente terminan siendo manipulados, maniatados, confundidos, llevados a la derrota espiritual a causa de su esclavitud emocional.
Se convierten en «ajer», ajeno, otro, alienado, lejano, miembros de sectas o grupos sumamente tóxicos y perjudiciales.
Éste es el más grave peligro, y tristemente el que más se está comprobando a diario.
Rabí Akiva, era un hombre maduro en todos sus planos, saludable, estudioso de la Torá con excelencia, judío que cumplía cabalmente con los mandamientos de la Torá; es decir, cumplía con los requisitos indispensables para ingresar al profundo mundo del conocimiento de la CABALÁ, aprender, aprovechar y salir enriquecido de este contacto.
Tenlo presente, por favor.