Desilusión

¿Cuántas cosas no has intentado por miedo a desilusionarte?
¿De cuántas te has privado?
¿Qué dejaste pasar sin siquiera intentar?
¿Qué de oportunidades se escurrieron con la excusa de no querer sufrir una desilusión?
¿Cuántas preguntas no formuladas, afirmaciones no dichas, deseos no compartidos, dudas no evaporadas, solamente por no penar a causa de la temida desilusión?
En las relaciones conyugales, al encarar una nueva relación sentimental, con amigos, con los hijos/padres, con la familia, en los negocios, en trámites, con tu mascota, con el vecino, con Dios, con tu dios, contigo mismo, en cualquier momento, y lugar, y ocasión, y relación…
¿Te suena conocido?

Supongo que sí, a todos nos pasa.

En teoría, la mejor manera de no desilusionarte es no ilusionarte.
Porque, ¿qué es la desilusión sino el fracaso en materializar una ilusión?
Como marca el diccionario: “impresión que se experimenta cuando alguna cosa no responde a las expectativas que se habían creado”.
Te imaginas algo, sientes que lo alcanzarás, te llenas de esperanzas y seguridad de lograrlo, se convierte en una “verdad” para ti aunque nada la sustente en la realidad, esa es la ilusión, la torpe fe. El aire que hincha tu globo y que ante el mínimo rasguño está pronto para estallar y sumergirse en la impotencia.

Si no te haces expectativas,
si no te embarcas en imaginar futuros que se forjan de acuerdo a tu deseo,
si no tienes la creencia de que tu pensamiento por sí mismo fabrica mágicamente lo que apeteces, 
si no pretendes controlar aquello que no está bajo tu control,
difícilmente sufras desengaños.
Sin ilusión es imposible que haya desilusión.
Es claro, es comprobable, pero es tan difícil de alcanzar…

¿Cómo hacer para eliminar el deseo?
¿Es bueno que no deseemos?
¿Es humano dejar de esperar, imaginarnos algo y desearlo?
¿Es posible vivir de tal modo que nunca nos hagamos expectativas?

Otro método, más práctico, eficiente, acorde con nuestra naturaleza, es el de vivir plenamente el aquí y ahora, sin fabricarse expectativas a futuro. Por cierto, proyectando el día de mañana y posteriores, siendo precavidos para no consumir hoy todas las reservas, pero no limitando la experiencia actual por fantasías futuras, sean éstas positivas o negativas.
Cuando vivimos de esta manera, todo lo que nos provee el presente es un regalo (un presente).
Si trae 100%, ¡qué bueno!
Pero también será bueno si es 75, 40, 23, 2 o 1.
Todo es ganancia, todo es beneficio, todo suma para la alegría.
Porque uno no pretendía controlar el futuro, ni al cosmos, ni al prójimo para hacer que las cosas fueran tal y como uno fantaseaba. Entonces, no hay desilusión, ni hay desengaño, no hay desesperanza, no hay quejas, no hay reclamos, sino agradecimiento, usufructo saludable, bienestar.
Y si el aquí y ahora no nos trae cosas placenteras, sino malestar, dolor, miseria, enfermedad, lo que fuera que no entra dentro del marco de lo bueno; igualmente al no haber tenido ilusiones de control previas, el sufrimiento es menor.
Porque, a lo malo obtenido no se le suma el sentimiento de decepción, de fracaso, de haberse ilusionado para luego toparse con la dura muralla de la realidad que nos demuestra que tan poquito controlamos, que tan delirante es creernos con un poder que no nos pertenece.
¿Comprendes la idea?

Agradeces el 1 tal como el 100%.
Disfrutas uno y el otro.
No tienes nada para perder, sino que es todo para ganar.

Y si el resultado es adverso, no padecerás además de la desilusión, sino tan solo de aquello que te amarga por ser negativo.

Por supuesto, el EGO está detrás de la desilusión.
Te ilusiona, te hace creer que podrás obtener lo que fantaseas, que de algún modo misterioso eres el amo de Dios y del mundo. Crees ciertamente que tú controlas, con rezos, con rituales, con objetos, con palabras, con superstición, con secretos místicos, con promesas, con negociaciones, con fe, con pensamiento supuestamente positivo (en realidad, solamente infantil) y de pronto, todo se derrumba y ves que nada era cierto, sino una fantasía. Te encuentras de frente con el espejo que te devuelve una patética imagen de impotencia, allí en donde te suponías súper poderoso. Te das cuenta de que explotó la burbuja y no tienes nada, y si recibiste algo que era menos a lo pretendido, te sientes amargado, fracasado, mendigo, impotente.
Claro que el EGO se aprovecha de la ilusión, te la infla, te hace creer que tienes algún mágico poder.
Para que te caigas y te hundas en la desesperación.

O también te hace sentir la impotencia anterior, y te susurra al oído que no intentes, que no pruebes, que no te arriesgues a la desilusión. Que mejor es la duda a sacársela. Que más vale soñar con lo que uno podría haber hecho, cuando nunca siquiera se comenzó a hacer.
Te somete con excusas, justificaciones, verdades que no son tales, te llena de creencias con las cuales te petrificas, te paralizas, dejas de actuar.
Te sumerge en el miedo, en la desesperación, en los pensamientos caóticos, en las emociones pesadas, en la queja, en la protesta, en la inacción.
Te hace sentir impotente para que seas impotente.
Entonces, dices que no intentas esto o aquello para que no te atropelle la desilusión, cuando finalmente es la ilusión lo que te ha atropellado y aplastado.
Y detrás de ésta, el EGO.

Entonces, concentra tu esfuerzo en el presente.
Haz lo que es oportuno en el único tiempo y lugar que tiene realidad: éste y aquí.
No te escapes, ni hacia atrás ni hacia adelante.
Deja de lado los sentimientos de culpas por el pasado, y no te atormentes más por las ansiedades (ilusiones y miedo a ellas) del futuro.
Pincha la ilusión antes de que aparezca.
Aventúrate a encontrar tu Yo Esencial al usar con inteligencia las máscaras de tu Yo Vivido.

Deja fluir, no te aferres, no intentes controlar aquello que no controlas.

"Reconoce, pues, hoy y considera en tu corazón que el Eterno es Elokim arriba en los cielos y abajo en la tierra, y no hay otro.
Guarda sus leyes y sus mandamientos que yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y para que prolongues los días sobre la tierra que el Eterno tu Elokim te da para siempre.’"
(Devarim / Deuteronomio 4:39-40)

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