«לֹֽא־תַעֲשֶׂ֨ה לְךָ֥ פֶ֨סֶל֙ וְכׇל־תְּמוּנָ֔ה אֲשֶׁ֤ר בַּשָּׁמַ֨יִם֙ מִמַּ֔עַל וַֽאֲשֶׁ֥ר בָּאָ֖רֶץ מִתָּ֑חַת וַֽאֲשֶׁ֥ר בַּמַּ֖יִם מִתַּ֥חַת לָאָֽרֶץ:
‘No te harás escultura, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.»
(Shemot/Éxodo 20:4)
El ser humano quiere de alguna forma limitar lo ilimitado, humanizar a Dios.
Con buenas justificaciones el hombre ha inventado la idolatría, al pretender hacer finito lo infinito.
Llenos de magníficas intenciones ponemos en cajitas conocidas y etiquetamos el mundo y a Aquel que lo ha creado.
Es una tarea inútil y muchas veces perjudicial, aunque tiene ciertas ventajas en algunas ocasiones, como por ejemplo ayudarnos a organizar el mundo, entender las relaciones que se dan entre los seres, y otras más.
Pero, cuando del Creador se trata, Él mismo ha declarado que NO lo hagamos, que ni siquiera tratemos de etiquetarlo, de darle imagen, de hacerlo parecido a algo que conozcamos o fantaseemos. Él nos pide que Lo dejemos en paz, porque de esa manera lograremos paz en nuestras mentes y corazones, ya que el limitadísimo humano no tiene forma de acceder a lo infinitamente incomprensible que es Él.
Así pues, no nos hagamos esculturas pretendiendo darle forma, no le demos semejanzas, ni siquiera con la excelente buena intención de ayudarnos a enfocarnos en Su adoración.
Eso es exactamente lo que nos está exigiendo: no hacer del infinito una parodia finita.
Tal en lo que respecta al Creador.
Pero, cuando nos ponemos a razonar un poco más llegamos a comprender que la tarea de etiquetar y poner en cajas, con todo lo provechoso que dijimos puede llegar a ser, también se convierte en un peligro para nuestras relaciones con los demás.
¿Por qué?
Porque nos vamos habituando a poner etiquetas a las personas, a encasillarlas, a dejarlas estancadas en lo que en un momento supusimos de ellas.
Entonces resulta que aquel hijo es el rebelde, ese alumno es el que no aprende, aquella niña es la charlatana, ese colega es el perezoso, nuestra pareja es… y el jefe es… y todos nos transformamos en imágenes, en fantasías, en esculturas y dejamos de ser personas.
Nos petrificamos en la mente de los otros, y petrificamos a los otros en nuestras mentes.
Cuando la idea es poder encontrarnos en verdad con el otro, descubrirnos y sacar a relucir lo mejor de cada uno en cada encuentro.
Es cierto, repetimos, que las etiquetas y las clasificaciones son una herramientas muy útil a la hora de organizar la información, de aclarar panoramas confusos, pero nunca jamás debemos asumir que esos marbetes son en realidad la persona y la hemos logrados definir en unas pocas palabras.
No hagamos estatuas de Dios, para no caer en idolatría.
No hagamos estatuas del otro, para no caer en incomprensión, falta de comunicación, desavenencias, etc.
Atrevámonos a ser libres para descubrirnos y crecer.
Si tienes ganas y algo de dinero disponible, nos vendría bien que nos dieras una mano para asociarte a nuestra tarea sagrada de difundir el mensaje de Dios: https:/serjudio.com/apoyo