En el Decálogo encontramos el famoso mandamiento:
«לֹֽא־תַעֲשֶׂ֨ה לְךָ֥ פֶ֨סֶל֙ וְכׇל־תְּמוּנָ֔ה אֲשֶׁ֤ר בַּשָּׁמַ֨יִם֙ מִמַּ֔עַל וַֽאֲשֶׁ֥ר בָּאָ֖רֶץ מִתָּ֑חַת וַֽאֲשֶׁ֥ר בַּמַּ֖יִם מִתַּ֥חַת לָאָֽרֶץ:
‘No te harás escultura, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.»
(Shemot/Éxodo 20:4)
“Escultura” está dicho PESEL, con las letras P.S.L. (recordemos que en hebreo no existen letras para las vocales).
La misma palabra, o sus variaciones, aparecen en una decena de otras ubicaciones en la Torá.
En todas ellas con la prohibición de realizar esculturas religiosas, o su adoración, siendo extremadamente tajante la Torá con respecto a estas esculturas y con aquellos que las adoran.
El Divino Autor deja bien claro y sin lugar a confusiones que son objetos repudiables y que no deben ingresar en la vida del judío, ni de cualquier otra persona leal al Creador esas cosas llamadas PESEL.
Es interesante notar que la Torá usa exactamente las mismas letras (P.S.L.), para formar la palabra PSOL: “¡Lábrate”, al ordenarle Dios a Moshé que se haga las tablas sobre las que serían grabadas el segundo Decálogo:
«וַיֹּ֤אמֶר ה֙ אֶל־מֹשֶׁ֔ה פְּסׇל־לְךָ֛ שְׁנֵֽי־לֻחֹ֥ת אֲבָנִ֖ים כָּרִֽאשֹׁנִ֑ים וְכָֽתַבְתִּי֙ עַל־הַלֻּחֹ֔ת אֶ֨ת־הַדְּבָרִ֔ים אֲשֶׁ֥ר הָי֛וּ עַל־הַלֻּחֹ֥ת הָרִֽאשֹׁנִ֖ים אֲשֶׁ֥ר שִׁבַּֽרְתָּ :
El Eterno dijo, además, a Moshé : –Lábrate dos tablas de piedra como las primeras, y escribiré sobre esas tablas las palabras que estaban en las primeras, que rompiste.»
(Shemot/Éxodo 34:1)
Esto es sumamente curioso, porque pudiendo escoger otra terminología el Divino Autor escogió esta forma.
Como si existiera una conexión sumamente poderosa entre esas esculturas religiosas prohibidas y el labrado de las tablas sobre las que estaría inscripto el Decálogo.
¿Se entiende la cuestión?
Una de las respuestas es la siguiente.
Podemos entender qué mueve interiormente al humano para hacerse esculturas que pretenden representar al infinito.
Pensemos que nuestra existencia en este mundo es la de seres sumamente limitados, sumergidos en muchísima impotencia, cuando en verdad somos esa NESHAMÁ (espíritu, chispa Divina) que nos mantiene siempre ligados al infinito. De cierta forma precaria, el limitado humano quiere también limitar al infinito, hacerlo manejable, tratar de hacerlo comprensible, poner de manifiesto esa conexión sagrada de manera rudimentaria. Entonces, elabora mitología y labra dioses, se hace esculturas y adora imágenes, porque es la manera primitiva para sentirse menos asfixiado ante lo imponente del infinito.
Esto, que en su base es comprensible y hasta tiene una intención noble, es prohibido absolutamente por el Creador; pues no quiere que en modo alguno nos atrevamos a limitarLo.
Si nos angustia y atemoriza su infinito poder, no es reduciéndoLo en nuestra imaginación como lo compensaremos.
No es haciendo de Él una escultura como lograremos conectarnos con lo Sagrado; sino aprendiendo, fortaleciendo nuestro mente y ánimo, asumiendo nuestra minúscula existencia al tiempo que nos sabemos parte de la eternidad.
En síntesis, aunque el idólatra en el fondo tenga buenas intenciones, éstas terminan siendo nocivas; por tanto, dejemos de lado las buenas intenciones y dediquémonos a conocer nuestro código ético/espiritual, a vivirlo, a compartirlo, a crecer en espiritualidad y no a llenarnos de religiosidad.
Por esto mismo es que el Eterno decidió usar las mismas letras para ordenar a Moshé el labrado de las tablas sobre las que estaría el Decálogo, para enseñarnos que lo que tenemos que labrar es el recipiente de Sus mandamientos, hacer de nuestra vida un espejo de Sus acciones. Dejar de lado los ídolos pero aferrarnos a Su Palabra, convirtiéndola en actos que mejoren nuestra vida y al entorno.
Si quieres y puedes, danos una mano para asociarte en esta tarea sagrada de traer a Dios a la vida de tu pueblo: https://serjudio.com/apoyo