En la parashá Toledot encontramos que los gemelos eran idénticos, pero diferentes a simple vista.
Sin embargo, no eran mellizos, sino gemelos.
Se diferenciaban por el pelo, ya que uno había nacido tan peludo que eso motivo el nombre que le pusieron: Esav; el que ya «estaba hecho». En tanto que el otro nació lampiño.
Por lo demás, eran tan parecidos que uno podía pasar por el otro.
Sin embargo, en la conducta ya manifestaban también disparidad y hasta oposición; pues el peludo era activo, movedizo, agresivo, puro EGO; en tanto que el peladito era tranquilo, reflexivo, manso, calculador, con mayor presencia de la NESHAMÁ.
Con el correr del tiempo las diferencias se fueron ahondando y los estilos de vida llevaron a que los cuerpos también evidenciaran los intereses y acciones de sus ocupantes; Esav era tosco pero fuerte, grandote, macizo, bien terrenal; en tanto que Iaacov era delgaducho, en apariencia blando, con menos presencia que su hermano.
Cada uno de ellos con su ideal físico, acorde con el paradigma que sustentaba.
Aunque, las vicisitudes de la vida llevó a Iaacov a desarrollar gran fuerza y resistencia, se hizo un hombre recio, aprendió a manejarse en este mundo con poder; quizás al punto de que si se hubiera presentado un altercado entre los hermanos, probablemente el que era debilucho en la infancia hubiera vencido al tremendo cazador.
El cuerpo va evidenciando nuestra manera de vivir, nuestros ideales, nuestros deseos; el cuerpo que reconocemos como yo, y que no es más que un traje pasajero, muy importante pero que no es lo que somos, debiera ser siempre un reflejo de la NESHAMÁ, reduciendo al máximo posible todo aquello que perturba la clara visión nuestra personalidad espiritual.
Así pues, recuerda que nos somos cuerpo, estamos siendo en un cuerpo; porque lo que somos es eterno y no corresponde a este mundo, sino a la eternidad.
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