«Pero cuando desde allí busques al Eterno tu Elohim, Lo hallarás, si Lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma.»
(Devarim/Deuteronomio 4:29)
En uno de los momentos más duros de la parashá Vaetjanán, Moisés predice que en las generaciones futuras el pueblo se alejará de Dios, adorará dioses falsos y como consecuencia sería desterrado de su tierra y se dispersaría entre las naciones.
Puede resultar extraño que la consecuencia de alejarse de Hashem sea el destierro, porque sería más lógico suponer que “el castigo” sería desaparecer como nación; sea porque irían borrando su identidad como judíos, diluyéndose entre las otras naciones hasta no existir más. O tal vez porque de alguna manera Dios les castigaría extinguiéndolos, al estilo de devolver con la misma medida que uno peca; entonces, si uno niega a Dios, Dios lo niega a uno (más adelante explicaré sobre esto, tenlo presente como “ramal 1”).
Pero no es ni una ni otra la consecuencia, sino la diáspora, el ser echados de la tierra de Santidad.
¿Por qué?
Una de las explicaciones remite a la cualidad especial de la tierra de Israel, que no tolera habitantes que estén bloqueando la LUZ personal de su NESHAMÁ. Es decir, gente que vive alienada de su esencia espiritual, identificándose con su Yo Vivido, adoctrinados en ideologías extrañas, sumisos a Sistemas de Creencias ajenos a la Divinidad; que por tanto padecen de un bloqueo de su energía espiritual, que no vigoriza los otros planos de la existencia personal y colectiva.
Entonces, la propia tierra de Israel genera un efecto de rechazo, como si estuvieran elementos foráneos en su sistema y por tanto los vomita.
Literalmente es lo que en otro lugar indica la Torá que sucede:
«Pero vosotros, guardad Mis estatutos y Mis decretos, y no hagáis ninguna de todas estas abominaciones, ni el natural ni el extranjero que habita entre vosotros [porque los habitantes de la tierra que os antecedieron hicieron todas estas abominaciones, y la tierra fue contaminada]; no sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que os antecedió.»
(Vaikrá/Levítico 18:26-28)
A nuestra mente moderna y racional le resulta bastante incomprensible que la tierra pueda defenderse vomitando cuerpos extraños, tal como si de un organismo vivo se tratara.
Pero, cuando comprendemos que toda la Creación es una entidad viva, todo lo que existe en este mundo está porque es vitalizado por la energía Divina, entonces deja de parecernos muy fantástico y se nos hace una realidad posible, imaginable.
Siendo así, la tierra de Israel tiene sus mecanismos de defensa, para preservar precisamente su nivel de santidad, es decir, de vínculo especial con el Creador.
Ahora interrumpo para explicar lo que di en llamar “ramal 1”.
En ningún momento los judíos, de antaño o actuales, y de hecho cualquier persona, al introducirse en el mundo escabroso de la idolatría lo hace por negar adrede a Dios. Es imposible que alguien a propósito se invente dioses para rechazar al Eterno, porque cada ser humano es una chispa de la Divinidad, cada uno de nosotros somos un Yo Esencial (NESHAMÁ) que es parte del Creador. Por tanto, es incompatible con lo más verdadero de nuestro ser negar a Dios, porque estamos negándonos.
Por lo cual, la introducción a la idolatría funciona por la confusión mental, a expensas de la turbación emocional y de la fatal ignorancia de las cosas sagradas. Un idólatra, al menos en principio, no está haciendo otra cosa que buscar afanosamente a Hashem, pero desde el caos mental, desde el analfabetismo del plano espiritual. Se busca a Dios, rechazando a Dios. Cosa muy extraña, que suele ocurrir también con los ateos modernos, que no saben que en verdad están repudiando a los tontos dioses de las religiones, porque están fuertemente dedicados a la conexión con el Uno y Único Dios.
Como sea, el Eterno detesta la idolatría, porque es falsedad de principio a final; porque termina quebrantando el alma de la persona al negar su conexión espiritual. Por más que sea por ineficiencia intelectual, por desequilibrio emocional, la idolatría no es para ser disculpada, sino descartada de plano y que desaparezca, para que no sea más el EGO el que domine a la persona, sino la claridad racional que alumbra desde la NESHAMÁ.
Puede resultar muy difícil de entender, lo he expresado de una forma demasiado compleja, pero es comprensible si lo analizas.
Volviendo al ramal principal de este estudio, en el exilio los judíos sufrirían toda clase de angustias, no encontrando la paz en ninguna idolatría ni ideología extraña, tampoco pudiendo esconder su identidad esencial asimilándose entre los gentiles.
Se podrá uno vestir con mil disfraces y cambiar cientos de veces de peinado, pero uno sigue siendo uno.
Porque la verdadera identidad, el Yo Esencial, no se trastoca con ninguno de los atuendos del Yo Vivido, ni una de las etiquetas que nos peguemos o nos asignen podrá desvirtuar el ser que somos eternamente.
Por tanto, allí donde el judío se encuentre, su espíritu sigue siendo el conectado con la fuente de espiritualidad judaica.
El sufrimiento no lo puede doblegar, ni la imposición de religiones por parte de los enemigos, ni las trampas del EGO, ni nada de nada. El Yo Esencial no se mancha, no se modifica, no se desvincula del Creador.
Entonces, podrán pasar milenios y estar completamente alejado el personaje de su persona, pero para el Eterno está claro quién es quién, dónde es el lugar que a cada uno corresponde.
Por tanto, desde allí cada uno buscará a Dios y cada uno a su debido tiempo le encontrará.
Entonces, los hijos exiliados volverán a obedecer Sus mandamientos, tras lo cual, regresarán a estar unidos en la patria.
Tal como profetizó Moshé, así ocurrió.
Cada una de las cosas predichas acontecieron, incluida también la visión que tuvo del retorno de los judíos a su tierra.
Lo que parecía imposible comenzó a suceder en el siglo XX, se renovó la exigua vida judía en la tierra de Israel.
De los pocos cientos, o puñado de miles de judíos, hoy ha florecido una sociedad millonaria en habitantes, con un empuje extraordinario benéfico y positivo en todos los sentidos.
El moderno y laico Estado de Israel ha comenzado el camino de la Redención Mesiánica, tal y como lo viera en su mirada profética Moisés hace 33 siglos.
El impulso sagrado es imparable, la tierra ha estado sanando y se ha fortalecido y ahora en vez de vomitar a sus moradores, los recibe y agasaja con sus bondades.
Pero más allá del sentido literal de las palabras de Moshé, podemos tomar su profecía también como una moraleja muy importante para la vida cotidiana.
Cuando perdemos de vista nuestra esencia y traicionamos nuestros principios, porque olvidamos que somos NESHAMÁ (espíritu, chispa de Dios) y nos quedamos con las etiquetas o actuando mandatos sociales, que nos distraen de lo realmente valioso e importante. Entonces, solemos hacer cosas que nos perjudican y nos hacen vivir en un exilio emocional, en un estado de desequilibrio.
Estamos desconectados de nosotros mismos, perdidos, adorando al EGO y negando a Dios.
Es una especie de locura, que no tiene un origen en un desbalance orgánico, ni tampoco en una estructura psicológica determinada, sino en una educación negadora de la espiritualidad, reprobadora de los mandamientos, adoctrinada por el Sistema de Creencias que adora al EGO en todas sus versiones.
Así andamos padeciendo de angustias y terrores, empobrecidos, debilitados, en fracaso, desconociendo nuestro poder y vínculo con el Todopoderoso.
Una verdadera diáspora psicológica y social.
A eso se le denomina “exilio”.
Pero, tal como dice la Torá, allí en donde estemos podemos reencontrar la senda correcta que nos conduce a una mayor armonía y estabilidad, de bendiciones y gozo, de victorias y una vida trascedente, de plenitud y Dios.
A eso se le denomina “Era Mesiánica”.
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