El poder de resurgir–Vaetjanán 5779

Esta semana leemos la perashá VAETJANÁN, en donde se encuentra el SHEMÁ ISRAEL así como la reiteración de los ASERET HADIBEROT (los llamados Diez Mandamientos).

Pero encontramos otros temas, como por ejemplo Moisés le cuenta al pueblo de Israel cómo él imploró insistentemente a Dios para que le permitiera entrar a la Tierra de Israel, pero Él se negó. Le ordenó, en cambio, que ascendiera a una montaña al oriente del Jordán para que desde allí viera por completo la Tierra Prometida. Ese sería el punto más cercano al cual accedería.

¿Podemos comprender el inmenso dolor que podría haber sentido Moisés?

En su primera etapa de vida como egipcio, no continuó en su carrera como dignatario, ni siquiera pudo finalizar su vida en su tierra de nacimiento. Debió huir para no ser perjudicado por la traición de los malagradecidos, ni caer desgarrado entre las zarpas de los miserables que le envidiaban.
Todos sus sueños de grandeza imperiales se borraron en un instante, quebrándose su identidad de egipcio y no pudiendo todavía formar su identidad como israelita.
Ahora estaba solo, siendo perseguido, en peligro, desprovisto de todos los honores y riquezas, por lo que debió encontrar refugio lejos, allá en donde fuera anónimo y las garras del imperio no le alcanzaran.

Luego, en su segunda etapa de vida, tampoco alcanzó su objetivo de terminar sus días como apacible pastor de ovejas en la tierra de Midián, rodeado de familia y los nuevos amigos.
Porque habían pasado varios años desde que dejara Egipto, ahora ya estaba asentado y conforme con su modesta vida. Lejos de los esplendores del palacio, sin la pompa de la realeza, pero también sin los sinsabores de estar en riesgo a diario por las maquinaciones de los perversos adversarios.
Estaba en paz, cuidando las ovejas de la familia, disfrutando de las cosas sencillas de una existencia modesta.
Pero también tuvo que cerrar de sopetón esa etapa, armar su valija y mudarse hacia un nuevo destino, donde no le esperaban el descanso y el agradecimiento; sino todo lo contrario.

Ahora, en su tercera y final fase de vida como enviado de Dios para liderar a los israelitas, tampoco cumplió su más alta meta, de conducir al pueblo de Israel hasta que cada uno tomara posesión de su parcela y finalmente él encontrará reposo y paz de su ardua tarea.
No pasó día, de los cuarenta años gobernando a los hebreos, en los cuales no tuviera dificultades, incomprensión, conflictos, siendo su tarea titánica y su recompensa (palpable) inexistente.
Pero, al menos estaba confiado en que ingresaría a la Tierra Prometida, que podría establecerse allí, quizás reinar sobre el pueblo de Israel en sus últimos días, o tal vez simplemente pasar una temporada agradable jubilado y rodeado de nietos y alegrías.
Y eso también quedó truncado, por esto o por aquello, el hecho es que no entraría a la Tierra de Israel, sino que moriría solo, sin nadie a su alrededor, en la cima de una montaña de la cual ni siquiera sabemos su paradero.

Si al menos Dios le hubiera permitido la satisfacción de que alguno de sus hijos le sucediera como líder del pueblo, pero tampoco fue posible. La conducción ejecutiva quedó a cargo de Iehoshúa bin Nun, su discípulo, y la de los asuntos del Santuario en manos de su sobrino.

Visto así, Moshé puede darnos pena por sus sucesivas y profundas desilusiones. Como que no completó ninguna obra, no alcanzó ninguno de sus anhelos y sin embargo es uno de los personajes más conocidos y valorados en la historia humana. Su obra persiste a través de los siglos. Su nombre se vincula a lo más sagrado de manera inmediata. Su ejemplo de humildad y poder sigue siendo provechoso para todos los que anhelan la superación personal.
Tal vez en lo material no haya obtenido suceso y triunfos, pero sin dudas que está más allá de cualquier faraón o emperador, mucho más alto que cualquier profeta o ministro religioso.
Su obra sigue alumbrando al mundo entero, trayendo el mensaje de Dios a cada uno que esté dispuesto a recibirlo.

Lo cual nos enseña que no siempre las metas que nos proponemos serán en definitiva las que alcanzaremos, pero no por ello tenemos que considerarnos fracasados, sino tener la inteligencia emocional y la perspectiva intelectual para darnos cuenta de las alternativas y valorar con verdadero aprecio nuestros logros.
En palabras de los Sabios: “El rico es el que se alegra con su porción”, sin por ello dejarse caer en la apatía de la resignación.

Valorar lo que estamos viviendo aquí y ahora, agradecer por nuestra porción, disfrutar sinceramente lo que está a nuestro alcance, sin quemarnos con envidias o anhelos que no pueden ser cumplidos ahora. Pero abocados a mejorar, para que mañana tengamos más y mejor que gozar y agradecer.

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