Facetas

En esta parashá no aparece el nombre propio de Moshé.
Tan sólo la primera palabra de la parashá hace referencia a él, sin nombrarlo: "Veatá – Y tú…"

Muchas veces, sin nos preguntan: ¿Quién eres?
            Muchos llegan a contestar: un médico, maestro, obrero, desempleado, etc.
Obviamente, esta respuesta coincide más con la interrogante ¿qué haces?
            Hay varios que nos dispensan con: un exitoso hombre, un millonario, un pobre diablo…
Al parecer confunden el ser con el tener, y entonces, ¿quiénes/qué son?
            Otro atisban a responder: Juan, Antonio, Diana, Nelly, etc.
Y se aproximan más, aunque responden mejor a ¿cómo es que te llaman?
             Están aquellos que replican: hijo de, padre de, conocido de…
Y los que así hablan, quizás no saben, no pueden, no llegan a ser quienes pueden ser.
             Algunos muy sofisticados razonan: Un ser humano.
Sin dudas, parecen reconocer la especie a la cual pertenecemos.
             Muy pocos en verdad arriesgan a responder: ¿Yo?

La aparente ausencia de Moshé manifestada por la desaparición repentina y espontánea de su nombre nos abre la posibilidad de una palabra-referencia más plena y significativa que un mero nombre propio.
El "tú" de la parashá es una alusión más profunda y verídica de Moshé que su mero nombre.

Si nos detenemos un instante a reflexionar, concordaremos que (generalmente) un nombre es una máscara prestada por otros.
El nombre que creemos ser, es algo que nos fue dado sin preguntarnos nuestro parecer, y que luego cargamos hasta pasada nuestra existencia terrena.
Es un accesorio al ser y no el ser en sí mismo.
Somos en verdad muchas facetas, capas, elementos que se unen en una compleja sumatoria, y que hacen de nosotros quienes somos en cada momento.
El nombre, es precisamente, el registro consciente y normalizado de reconocimiento personal.

Coloquialmente es acertado decir: "yo soy Juan" (si lo dice un Juan).
Pero, en esencia, ¿Juan ES Juan?

Algunos de nuestros sabios afirman que el nombre en verdad representa alguna característica propia de la persona.
Es decir, algo así como que nuestros nombres nos perfilan ciertas virtudes o defectos.
Pero, No son la persona.
(Quizás, y no lo sé, esta determinación a partir del nombre fuera cierto en sociedades en las cuales los nombres eran dados basados en el raciocinio, y no en la moda o el gusto pasajero y ocasional, como es la tendencia actual. Pero en verdad, esto merecería un estudio estadístico, que supongo nadie realizó).
En el Tana"j no faltan los numerosísimos ejemplos de esta afirmación rabínica.
Y sin embargo, Tetzavé nos enseña que cada persona supera su propio nombre, sus propias representaciones sociales.

En el caso de Moshé, su nombre se lo dio la hija del Faraón cuando ya tenía más de tres meses de edad, a partir de una probable sugerencia de la hermana carnal de Moshé.
Pero, el "tú" de la parashá indica a la persona misma.

Así, el nombre de la persona representaría al ser social, cognoscible y sensible. Lo legislado y lo pautado, por la sociedad, y por el pasado real o mítico de la familia.
El nombre es pues, la marca del ser refrendado por la sociedad, incluso en la soledad.
En tanto que el pronombre personal "tú" aborda la esencia inarticulada y trascendente de la persona.
En definitiva, el ser en esencia. El mismo ser en su devenir actual.

Del hecho de esta desaparición social de Moshé y su manifestación trascendental a través del "tú", en relación con la parashá, entre muchas cosas, nos permite aprender lo siguiente:

El santuario, del cual se continúa el relato de su construcción en esta parashá.
Las ropas de dignidad y esplendor de los cohanim.
Los elaborados rituales.
Los oropeles y fanfarrias.
Son todos elementos fundamentales, básicos, socialmente necesarios.
Pero, no son la esencia. 
Son las manifestaciones, los nombres y ropajes.
Son lo legislado, imprescindible y trasmisible.
Pero, detrás debe haber un "tú"- que es la persona- en pos de un "Tú" que es Dios, el que siempre es y está (o si quieren, detrás de un otro "tú", del semejante significativo).
De lo contrario, habrá un santuario, ropajes, rituales, pero carentes de contenido. (En el caso del "tú" con el "tú", habría una relación despersonalizada, dos nadie entre sí, objetivados que se usan mutuamente en ciertos aspectos).
Dios no precisa santuarios, ni sacrificios, rezos, sacerdotes, NADA precisa.
Él es perfecto "Tú", tal como lo llamamos en todas las brajot-bendiciones (hasta cien veces diarias).
Él es.
Pero, nosotros debemos esforzarnos en ser.
Aplicarnos con esmero para llegar a percibir nuestro "yo", reconocernos, y entonces, servir con más precisión al "Tú".
Borrar un instante (¡sólo una parashá, no todas!) nuestro yo-quiero, el egoísmo, el patético pero necesario afán cotidiano; para encontrarnos realmente a nosotros mismos y ser un poquito más íntegros (y más sensibles y humanos con Dios, con nosotros mismos y con los demás).

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